DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť James Petras Ť
Reflexiones sobre las elecciones presidenciales en Estados Unidos
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos y lo que ocurrió después, al igual que la reacción mundial que provocaron, son asuntos que merecen mayores y más serias reflexiones que tratar de adivinar a quién se le adjudicará, finalmente, la condición de ganador. Digo "adjudicar" y no "quién será electo", porque el resultado de los comicios está en manos de jueces, abogados y funcionarios públicos que decidirán cuáles votos contarán y cuáles serán rechazados, qué método de conteo será considerado aceptable y cuál no, en qué condados habrá un recuento y en cuáles no, etcétera. El hecho medular de este asunto es el siguiente: en la tierra del pueblo soberano, los electores son espectadores cada vez más ajenos al proceso electoral en el cual han descubierto numerosas fallas que minan su legitimidad. Existe nerviosismo en la clase política ante la posibilidad de que se extiendan las dudas entre el electorado, que ha descubierto que bajo la Estatua de la Libertad hay muchas serpientes venenosas.
Para la clase política de ambos partidos, un resultado, cualquier resultado, es necesario para que todo vuelva a la normalidad, lo que significa devolver a su sitio la roca de la libertad para que los votantes puedan volver a la complaciente convicción de que ésta es "la más grande democracia del mundo".
Pero ese mito se ha manchado para siempre ante los ojos del mundo. Medios de comunicación de los cinco continentes han denunciado los conteos fraudulentos de votos, el rechazo arbitrario de sufragios, las urnas perdidas, las máquinas de votación que hicieron que judíos votaran por antisemitas, etcétera. Las serias y profundas sospechas de fraude hacia ambos candidatos presidenciales provocó que un periódico italiano tachara a Estados Unidos de "república bananera".
La reacción del público alrededor del mundo es de alegría y satisfacción porque la charada de las elecciones estadunidenses quedó a la vista. Durante muchos años, en muchas regiones, Washington ha predicado un cuadro ideal de la democracia del mundo. Ha emitido juicios apresurados ante escándalos políticos del viejo mundo, y enviado a emisarios (como el ex presidente James Carter) y observadores electorales al Tercer Mundo para certificar sus procesos electorales. Washington ha enviado a expertos y científicos políticos a las ex naciones comunistas para dar lecciones de democracia a estos países en periodos de transición. Cada nación que ha sido humillada, juzgada, cuestionada e intimidada, hoy ha visto que el emperador va desnudo. La argucia electoral en Florida es una lección excelente para políticos corruptos y autoritarios de todo el mundo sobre cómo manipular las elecciones. Washington es el hazmerreír en tanto que funcionarios de la Organización de Naciones Unidas y medios de prensa hacen chistes a sus costillas. A veces, el humor puede ser un arma devastadora de resistencia política; tanto como lo son otras expresiones de fuerza de la oposición.
La naturaleza manipuladora y engañosa de las elecciones presidenciales en Estados Unidos fue y es comprendida a nivel intuitivo por la mayoría de los es- tadunidenses empadronados. Es por eso que cerca de 50 por ciento del electorado no votó. Pese a toda la propaganda transmitida por CNN (y otras cadenas televisivas estadunidenses) la campaña presidencial Bush-Gore no provocó gran interés y el partido mayoritario resultó ser el de los abstencionistas: más de 100 millones de votantes potenciales eligieron mantenerse alejados de las urnas y ahora sienten que las circunstancias les han dado la razón. Las flagrantes revelaciones poselectorales conseguirán, con toda probabilidad, que aún más electores decidan abstenerse. Aún en una campaña electoral en la que se gastaron 3 mil millones de dólares en los últimos dos años --unos 30 mil dólares por elector--, ni el empresariado ni los prósperos sindicatos de burócratas fueron capaces de motivar o manipular a una mayoría a votar por alguien. Por lo tanto, se trató de llevar a cabo la segunda mejor opción: comprar a los medios para que manipularan a la minoría que votó por una minoría todavía menor.
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la abstención masiva, el fraude y la desconfianza hacia los recuentos que quedó evidenciada en las cortes de Florida revelan problemas más profundos y extendidos: el abuso del poder político, la enajenación de los votantes, la crisis de las elites, la carencia fundamental de cultura cívica que provoca que la desconfianza y la sospecha hacia los procedimientos electorales y el hecho de que las disposiciones judiciales dominen el pensamiento de políticos y electores. El hecho es que estos aspectos corruptos y autoritarios de las elecciones presidenciales estadunidenses quedaron accidentalmente al descubierto en el estado de Florida, donde surgió el margen mínimo de diferencia en la votación de ambos candidatos, y posteriormente esto fue evidente en el resto del país. Sin embargo, han surgido interrogantes en otros estados donde dicho margen también fue estrecho.
La falta de pudor que muestran políticos de ambos partidos al lavar su ropa sucia en público proviene de su urgencia de llegar al gobierno para retribuir a quienes aportaron millones de dólares para apoyar sus campañas y compartir el botín de excedentes presupuestales que resultaron de hacer recortes en proyectos sociales. Las acusaciones y recriminaciones mutuas han adoptado la forma de una lucha judicial, que no una lucha de masas, en la que abogados de renombre de los principales bufetes expondrán sus argumentos ante jueces que han sido nombrados gracias a sus lealtades partidarias. Las preocupaciones del electorado, lo mismo que los programas y temas sociales que fueron demagógicamente manejados durante las campañas electorales, están totalmente ausentes de la controversia poselectoral, porque pasada la campaña la interrogante de si el ocupante de la Casa Blanca será Al Gore o George W. Bush (el más probable) es un asunto que concierne estrictamente a los intereses del gran empresariado, del poder militar y de quienes vigilan el imperio. Wall Street está cada vez más preocupado por esta disputa entre sus pa- trones potenciales. Los banqueros inversionistas quieren que el ganador sea anunciado y que se terminen de una vez las denuncias de las políticas sucias, para que se proceda a pulir nuevamente la manchada imagen de la democracia estadunidense y así continuar con la misión de la política de Estados Unidos, que consiste en lograr un mundo seguro para los negocios de Estados Unidos.
Una disputa política prolongada sobre la presidencia no favorece a Wall Street, y es de esperar que el fallo judicial final resuelva el tema de manera satisfactoria para la inversión. Pero la roca de la libertad se levantó lo suficiente como para que el mundo pudiera atisbar el verdadero mundo de la política de Estados Unidos y su renombrada democracia, que seguirá haciendo esfuerzos en el futuro para certificar, juzgar y condenar a países más difíciles y más evidentemente hipócritas. Ya pueden escucharse la voces de los condenados del mundo reclamando "Ƒy qué pasó en Florida? ƑQué pasó con esa elección dudosa?" Es por esto que el manejo de un imperio y de un libre mercado requiere de más propaganda democrática, y es la razón por la que tanto Gore como Bush coinciden en incrementar el presupuesto militar y enviar miles de millones de dólares en equipamiento militar a colombianos, israelíes turcos, etcétera. La esperanza para el futuro está en el candidato del Partido Verde, Ralph Nader, quien obtuvo 3 millones de votos limpios haciendo campaña con propuestas democráticas y populares. En medio de la corrupción, esto fue un indicio de renacimiento democrático.
Traducción: Gabriela Fonseca