DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Guillermo Almeyra Ť
La barbarie y la ética
Los continuos asesinatos que perpetra ETA -la cual ultima políticos, periodistas, intelectuales, profesores, en cualquier región de España- han sido justamente condenados, entre otros, por José Saramago, y han provocado la protesta de diarios y periodistas de varios continentes. Independientemente de que muchos de quienes condenan la barbarie de ETA ni siquiera dicen una palabra sobre el terrorismo del Estado español ni sobre la responsabilidad del mismo en el mantenimiento de un clima de violencia en torno del problema vasco, es evidente que no se pueden construir alianzas en el pueblo español ni mucho menos edificar una conciencia socialista -es decir, internacionalista- con atentados inútiles, crueles, salvajes, contra personas inocentes.
Defensor desde siempre de los derechos del pueblo vasco e incluso del derecho de los independentistas, también he condenado y condeno el terrorismo indiscriminado de ETA desde el atentado en el supermercado catalán Ipercor hasta hoy.
La base de la barbarie de quienes creen luchar por su liberación cometiendo crímenes reside en el nacionalismo racista. En la última y hermosa manifestación en Roma en favor de los palestinos, tuve oportunidad de ver a los bárbaros de la ultraizquierda en acción cuando impidieron hablar, gritándole "traidor", a un líder de Al Fatah, guerrillero, culpable del "crimen" de haber separado en su discurso al pueblo de Israel del gobierno de Ehut Barak, y cuando no dejaron hablar a la dirigente de un grupo de mujeres pacifistas israelíes que ha enfrentado los tanques de su país y se ha puesto junto a los árabes durante los bombardeos. La lógica de los bárbaros -la misma de los alambres de púas en las asambleas estudiantiles- es que quien no comparte su maniqueísmo -para ellos sólo hay blanco y negro, bien y mal, y los matices son peligrosos porque obligan a pensar- es simplemente un enemigo y como tal debe ser tratado.
Bárbaro es linchar reservistas israelíes; bárbaro es poner coches-bomba entre los civiles; bárbaro es atacar omnibuses escolares, e igualmente bárbaro -o, mejor dicho, aún peor- es bombardear ciudades como represalia, asesinar dirigentes o ciudadanos de la otra parte en conflicto. La espiral de la violencia, en ese caso, sólo provoca mayor y ulterior violencia en una escalada sin fin. En lugar de demostrar la propia superioridad ética como modo, incluso, se separa, en el campo opuesto, los pacifistas de los racistas y fundamentalistas, la actitud de los bárbaros une en un solo bloque a quienes, por el contrario, debería diferenciar, para establecer incluso alianzas con el sector más razonable de los adversarios, para poder llegar al entendimiento y a un modus vivendi, si no a la paz.
Es cierto que en Palestina no existe sólo la oposición entre el Estado de Israel y la Autoridad Nacional Palestina pues, desgraciadamente, el odio ha infectado también a parte de los judíos y de los árabes, con diferente intensidad y por distintas razones históricas, pero con efectos igualmente bárbaros. Hay quienes no ven al Otro como un ser humano y, por consiguiente, no intentan establecer lazos con él, comprenderlo ni analizar sus razones. Es evidente que no se puede poner en el mismo plano la barbarie de los oprimidos que la de los opresores, y que los crímenes de algunos palestinos no justifican ni el frío terrorismo de Estado de Israel ni el fascismo de los colonos judíos, del mismo modo que los asesinatos de ETA no justican los del GAL, organizados por el Estado del "socialista" Felipe González. Pero no es posible dejar de condenar a los bárbaros que, para colmo, se justifican diciendo que luchan incluso por el socialismo, mientras con sus acciones y su primitivismo ayudan a la derecha y la refuerzan. El norte de la República de Chipre, por ejemplo, está ocupado por Turquía desde hace 27 años y los usurpadores mataron allí 1.5 por ciento de la población grecochipriota y mantienen ilegalmente un soldado por cada cinco habitantes de la zona que tienen en su poder. Eso es barbarie. Pero la misma no se combate eficazmente sin hacer un balance de los errores nacionalistas que facilitaron, con la idea de la incorporación de Chipre a Grecia (la enosis), la tarea de la derecha griega y la de los fascistas turcos. No es posible tampoco lograr una unificación pacífica de la isla sin hacer esfuerzos reales de comprensión de la cultura, las tradiciones, las razones, de los turcochipriotas, para separarlos del régimen de Ankara. El nacionalismo, la negación del Otro, su exclusión, provocan racismo, limpieza étnica, guerra. Si se quiere la paz, hay que preparar la paz. O sea, hay que tender puentes hacia los pueblos que hoy el enemigo real manipula y desinforma.