DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Rolando Cordera Campos Ť
Cartas marcadas
Las cartas se han puesto sobre la mesa, pero los jugadores se aconsejan y se van. Ni los partidos ni buena parte de la opinión pública parecen dispuestos por ahora a asumir con claridad la perspectiva que el triunfo de Fox y del PAN, junto con el desplome del PRI, abrieron para México y su incipiente democracia. Los actores y los observadores prefieren esperar, debe suponerse que a Godot, mientras la izquierda se desgasta en lamentables devaneos con el poder que emerge, alternándolos con abruptas huídas hacia atrás, a los berrinches y las bravatas disfrazadas de principios.
Se trata, ciertamente, del primer gobierno de la empresa, aunque el PRI pierda el tiempo en hacernos creer, en hacerse creer sería mejor decir, que "el capital" o la mina, o la hacienda, llegaron al poder. Los gobiernos anteriores, puede mostrarse sin mucho trabajo, siempre tuvieron en su mira el objetivo fundamental de promover la economía de mercado, a pesar de las invenciones justificatorias del neoliberalismo totonaca en el sentido de que este objetivo apenas se impuso en la agenda hace 12 años.
El PRI fue factor y vehículo abierto del desarrollo capitalista de México, y lo que en todo caso lo llevó a la derrota estruendosa de los últimos años fue el hecho de que sus huestes y grupos dirigentes confundieron la promoción de un régimen económico con la promoción de sus personales fortunas.
El que ahora nos vayan a gobernar quienes fortuna tienen, no evita el peligro anterior. Dinero llama a dinero, y la cargada empresarial hacia y por los resortes del poder político sin más abre en vez de cerrar nuevas avenidas para la emulsión entre la riqueza y el poder del Estado. De aquí la necesidad de plantear el tema del futuro político nacional como el de un obligado, urgente, cambio de régimen.
La Constitución tendrá que adaptarse a un sistema político y de poder que más que adecuarse a lo existente lo hizo a un lado. Es por eso que se tiene que hablar ya de una mudanza constitucional, independientemente de si el presidente y su gobierno han precisado o no su visión y diseño de la cuestión. No se trata de hacerle el juego a los aprendices de brujo de la ingeniería constitucional, que ahora nos ofrecen placebos de reforma light para no alarmar a la cátedra, pero lo que no puede mantenerse más bajo el tapete es el veredicto del 2 de julio que, junto con la experiencia que arrancó en 1997, señala con claridad el agotamiento de una forma de hacer política que arrastró tras de sí a una forma histórica de organizar y gobernar concretamente, día a día, al Estado.
El régimen que nos conviene, el que podemos tener sin voltear la barca, no está definido en el librito de texto, pero eso no debería impedir, más bien debería exigir, que la cuestión se pusiera sobre la mesa. Lo que no se puede mantener es la aceptación pasiva de que plantear o no el tema es una especie de privilegio de los recién llegados. Toca a ellos, en primer término, hacer la ponencia y asumirla como responsabilidad de gobierno, en vez de seguir hablando por boca de ganso.
La economía no las tiene todas consigo, y la renuencia de Standard & Poors a darnos una calificación mayor que la que teníamos debería verse como una señal y una advertencia de ello. La necesidad de avanzar cambios fiscales pronto pero a fondo no debería, sin embargo, absorber la agenda de la gestión económica del Estado. Las importantes premisas de Luis Ernesto Derbez sobre el itinerario que el país debe recorrer para en verdad alcanzar el desarrollo que requiere, deben también formar parte de una bitácora que todavía aparece borrosa y que con algunos nombramientos parecería que se quiere de plano borrar.
Sin embargo, es en la política donde la suerte tendrá que echarse. La democracia tiene que probarse en algo más que en votos y oportunidades individuales de ascenso político y social. La democracia es proceso mínimo, pero también debe ser forma de gobierno a prueba todos los días, por sus frutos más que por sus códigos y destrezas contables, y de eso nos han dicho poco el nuevo presidente y sus acompañantes. Menos todavía nos han hecho saber los empresarios que conquistaron el desierto y ahora se mudan para mejorar, dirán, al altiplano. Las cartas sobre la mesa, sin duda, pero algunas, por tapadas que estén, están marcadas.