SABADO 25 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Juan Arturo Brennan Ť

Música a pisotones

Moverse, caminar, bailar, etcétera, en la dirección especificada con paso pesado. Tal es la definición del verbo to stomp que ofrece el tradicional diccionario Oxford de la lengua inglesa. A la luz del contenido visual y sonoro del espectáculo Stomp, recién presentado en el teatro Metropólitan, quizá no faltaría quien dijera que nada hay de pesado en las rutinas de los miembros del grupo. Sin embargo, Ƒqué otro adjetivo sino pesado puede aplicarse, por ejemplo, a una rutina en la que los ejecutantes hacen música y danza calzados con enormes tambos de lámina?

El caso es que la cuestión semántica es lo de menos. El concepto Stomp se puede traducir incluso como pisotón, y nadie que haya visto el espectáculo podrá negar que ofrece música, danza y acrobacia a pisotones. No dudo que algún comentarista angloparlante de orientación social haya definido alguna vez a Stomp como the poor man's percussion (la percusión de los pobres). En efecto, parte sustancial del atractivo de Stomp está en el hecho de que durante casi dos horas los miembros de la compañía realizan sus rutinas utilizando una variedad notable de objetos cotidianos a guisa de instrumentos de percusión: garrafones de agua purificada, trapeadores, cajas de cerillos, bolsas del supermercado, fregaderos y mangueras de hule.

Diríase que el concepto de Stomp tiene fuertes puntos de contacto con la teoría estética del objet trouvé, del uso de la cosa encontrada, de la habilidad y la imaginación para convertir los objetos más banales y utilitarios (incluso los desechos) de la sociedad moderna en herramientas del discurso artístico. Al respecto, alguien podría caer en la tentación de aplicarle a Stomp el calificativo de industrial que se ha dado a cierto tipo de música moderna (Ƒquizá posmoderna?). Sin embargo, esto no sería más que un espejismo, porque una de las principales líneas de conducta de Stomp consiste en negar cualquier contacto con la tecnología y sus derivados. El primitivo pisotón es la base del discurso escénico y sonoro, y nada hay aquí de la tendencia tecno. Mientras algunas de las rutinas de Stomp son básicamente abstractas, otras tienen un cimiento narrativo, aunque las minihistorias contadas son sencillas y elementales.

Es precisamente en estos pequeños cuentos escénicos donde se pone énfasis, de manera ciertamente ligera, en el concepto del arte pobre, a través de las relaciones planteadas entre los ejecutantes y los objetos que les sirven de vehículo musical y dancístico. Esta vertiente conceptual de Stomp está cuidadosamente acentuada por el vestuario, los peinados y la caracterización de los miembros del grupo, que les confiere un look colectivo de proletariado urbano que está estrechamente ligado con el concepto y la realización del espectáculo. En este sentido, es particularmente notable el cuidado que los creadores de Stomp han puesto en presentar un ensamble políticamente correcto y étnicamente balanceado: en el grupo hay mujeres, hay negros, hay caribeños, hay latinos... y un solo anglosajón. Esto no es una simple casualidad, ya que la misma clase de equilibrio tipológico está presente en todos y cada uno de los grupos que van por el mundo representando Stomp; esto me consta, habiendo visto en Nueva York a uno de los grupos originales de la compañía.

A partir de todos esos elementos conceptuales y escénicos, se construye un sabroso espectáculo de percusión coreografiada en el que la sencillez de los recursos básicos es contrastada con rutinas de una alta complejidad musical. Esta complejidad, que pudiera no ser aparente para los legos, puede ser claramente demostrada si algún ocioso se pone a transcribir al papel pautado el contenido musical de las rutinas de Stomp. Pensándolo bien, no dudo que tal partitura exista como base para la preparación y los ensayos de las distintas rutinas del espectáculo. Al cumplir con creces sus cometidos básicos, Stomp demuestra que en ciertos ámbitos sigue funcionando muy bien el añejo precepto de que menos es más, y de que es perfectamente posible generar una buena dosis de energía escénica a partir de recursos muy austeros utilizados con imaginación.

Stomp también demostró, como si hiciera falta, que a pesar de que somos un pueblo dado a rodearnos de música a todas horas y en todas partes (casi siempre en grosero detrimento de la convivencia social), seguimos siendo una colectividad tristemente arrítmica. La participación activa del público en algunas de las rutinas de Stomp, a convocatoria de los ejecutantes, resultó, como siempre, de pena ajena.