VIERNES 24 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť José Cueli Ť
España y el instinto de muerte
Francisco Franco es el símbolo de la muerte. Esa muerte que acaecida hace 25 años y a 75 de ocurrida la Guerra Civil, iniciada por él, no ha podido ser elaborada por los españoles y hoy resurge con una fuerza brutal y descarnada en las armas del grupo terrorista ETA.
El fantasma de la sangre ha estado permanentemente presente en la vida española. El sadismo, una expresión particular del narcisismo, como parte de los componentes preestructurales y más primitivos de la personalidad, que implican la repetición traumática de duelos no elaborados parece haber sido una secuela inevitable. ƑDónde están los muertos de la Guerra Civil? ƑDónde los 200 mil fusilados por Franco después de que esa guerra hubo terminado? Sadismo expresado a la vez en términos tanto sádicos como masoquistas; la obediencia impuesta a la fuerza como patrón regulador de la vida social y política.
La experiencia de poder absoluto sobre otro; Franco o ETA, expresión de la omnipotencia con la cual hemos sido tratados. Identificación con el agresor, que ilusoriamente se trata de trascender. La vida española -de la cual aprendimos y con la cual nos identificamos- está signada por la muerte y los duelos no elaborados. ƑDónde quedó la depresión de los 500 mil exiliados? ƑEn dónde queda la depresión larvada que heredamos los hijos de los exiliados con la personalidad escindida?
Situación traumática que matiza el carácter y la personalidad del grupo. Sed de sangre y de venganza, acción punitiva que es una máscara de la envidia que matiza las relaciones. Sadomasoquismo en que se requiere del otro para consumarse una relación de índole primitiva y traumática que al repetirse impide dar paso a la elaboración.
Guerra fratricida cuyas heridas no cicatrizan, masacre entre hermanos donde unos resultaron sometidos y otros desterrados. El grupo de los sometidos acumulando rencor e insatisfacción bajo la aparente obediencia, víctimas de un estancamiento brutal en el progreso de la cultura y la democracia, los expulsados con el dolor y el desconsuelo del destierro. A final de cuentas, todos perdedores. Trauma no elaborado que se ha transmitido a las siguientes generaciones y que parece experimentarse como un vacío, un hueco, un rencor aparentemente soslayado, una división al interior de la personalidad que a la menor provocación despierta ese dolor, esa herida, esa herencia de muertos a cuestas.
La tierra que expulsa es como la madre que abandona y sumerge a los hijos en la catastrófica experiencia del abandono. En palabras de María Zambrano: ''En el abandono sólo lo propio de que se está desposeído aparece, sólo lo que no se puede llegar a ser como ser propio. Lo propio es solo en tanto negación, imposibilidad. Imposibilidad de vivir que, cuando se cae en la cuenta, es imposibilidad de morir. El filo entre vida y muerte que igualmente se rechazan. Sostenerse en ese filo es la primera exigencia que al exiliado se le presenta como ineludible. Peregrinación entre las entrañas esparcidas de una historia trágica. Nudos múltiples, oscuridad y algo más grave: la identidad perdida que reclama rescate... El exiliado es el devorado, devorado por la historia".
El exiliado es desterrado dos veces, el primer destierro lo vive con la expulsión y el segundo, quizá más doloroso aún, si cabe, al darse cuenta que quedó al margen de la historia de aquel retorno que soñó y aquello por lo que luchó no existe más y la vida se le torna por momentos en espejismo, y así su propia vida, los recuerdos y los ideales se le confunden en jirones de historia transcurriendo entre las referencias confusas de un tiempo circular y fragmentado. El exiliado más allá de las posibilidades sublimatorias y sus capacidades creativas de las cuales tenemos múltiples y honrosos ejemplos en el exilio español en México, no deja de ser en cierta forma un ser en el margen, al margen, en las fronteras, en la búsqueda incesante de aquello que se perdió.
Mientras, en España, el instinto de muerte ''cabalga de nuevo", ahora en actos terroristas a cargo de la ETA, hace años a manos de un dictador omnipotente. Sin embargo la repetición continúa, la imparable compulsión a la repetición, tras la que se oculta bajo mil máscaras diferentes el instinto de muerte.