VIERNES 24 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Jorge Camil Ť
La superpotencia solitaria
Ronald Steel dio inicio en 1995 a su análisis sobre el estado actual de Estados Unidos, Temptations of a superpower, con palabras desconsoladoras: "durante la guerra fría teníamos una vocación; hoy no tenemos ninguna. Antes teníamos un enemigo poderoso; hoy nos ha abandonado. Hace poco podíamos definir claramente nuestro sitio en el mundo; ahora no tenemos la menor idea". Es obvio que para este sincero profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Sur de California su país entró de golpe en el siglo XXI enfrentado al fantasma de la soledad. "Somos -- concluyó descorazonado-- una superpotencia sin retador, un cruzado sin misión".
El humilde reconocimiento de Steel contrasta con la prepotencia de Madeleine Albright, secretaria de Estado, para quien Estados Unidos se ha convertido en la "nación indispensable: un país erguido que puede ver más lejos que los demás". (Aunque la visión 20/20 pregonada por madame Albright haya sido recientemente incapaz de prever el galimatías electoral que anunciaban a voz en cuello las encuestas de los dos principales contendientes, tercamente empatados en la intención del voto ciudadano durante toda la campaña presidencial.)
Resulta difícil creer que el país que se proclama como líder del mundo libre, temido por todos los dictadores de pacotilla como Robocop planetario e insistentemente refregado a los países del tercer mundo como paladín de la democracia, no tenga una legislación electoral moderna para sortear la grave crisis constitucional que desataron las elecciones del pasado 7 de noviembre.
ƑCómo explicar entonces el pasado: la algarabía y el colorido de las convenciones, las campañas ejemplares, los desfiles en Pennsylvania Avenue, los bailes de gala y el aparente funcionamiento del two party system, que han caracterizado los ordenados cambios de poder en medio de dos guerras mundiales, el conflicto de Corea y la guerra de Vietnam? ƑCómo pudieron darse, sin romper la fibra social, la elección del "Honrado Abe" Lincoln en el fragor de la Guerra Civil, la discreta toma de posesión de Harry Truman, tras la inesperada muerte de Franklin Roosevelt en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y la renuncia de Richard Nixon a favor de Gerald Ford para terminar con el escándalo de Watergate? ƑCómo repetir en un futuro, sin una mueca de burla, la frase célebre de Woodrow Wilson, quien justificaba las invasiones de países vecinos (incluyendo a México) como ejercicios académicos "para enseñarnos a elegir a los mejores gobernantes"?
En honor a la verdad, el país jamás pudo darse el lujo de la introspección, involucrado como estuvo, durante la mayor parte del siglo XX, en la ingente tarea de imponer su democracia como única forma de gobierno. šCon cuánta ironía y razón afirma Garry Wills en Bully of the free world (El bravucón del mundo libre) que Estados Unidos "lidereó" al mundo libre "librándolo" de aquellos gobernantes que consideraba "enemigos de la libertad"!: Mohamed Mossadeq en Irán, Jacobo Arbenz en Guatemala, Patricio Lumumba en el Congo, Ngo Dinh Diem en Vietnam, Rafael Trujillo en la República Dominicana, Salvador Allende en Chile, Daniel Ortega en Nicaragua, Maurice Bishop en Granada, y Manuel Noriega en Panamá, para citar solamente unos cuantos.
En la reciente campaña presidencial no hubo fantasmas ni molinos de viento. El país estaba en paz con el resto del mundo; la economía en superávit, el desempleo a la baja y Bill Clinton declaraba en la Casa Blanca: "somos, después de todo, la única superpotencia: debemos asumir el liderazgo mundial". ƑCómo explicar, entonces, a los globalifóbicos que descarrilaron la reunión de la OMC, el creciente analfabetismo y los recientes brotes de violencia urbana, odio racial y pobreza extrema? Steel lamenta que en algunas de las grandes ciudades estadunidenses, "como sucede en América Latina, los privilegiados se escondan tras murallas infranqueables protegidos por sistemas de alarma y guardias de seguridad".
En 1999, Samuel Huntington le sugirió a Estados Unidos abandonar su peligrosa posición de "superpotencia solitaria" para unirse, con respeto y en igualdad de circunstancias, a un mundo multipolar como el G-7, "menos exigente, menos contencioso y mucho más satisfactorio".
Es posible que el pasado 7 de noviembre, camino a las urnas, la superpotencia eternamente inmiscuida en la vida de los demás haya tenido finalmente tiempo para detenerse unos cuantos minutos a mirarse en el espejo.