VIERNES 24 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Horacio Labastida Ť

ƑContrarrevolució triunfante?

Hay sin duda dos Méxicos en nuestra cultura política. Uno, el de la grandeza, comprometido siempre con el espíritu para transformar sus valores en historia: es el México de Morelos, de Juárez, de Zapata y de Lázaro Cárdenas; es decir, el México que busca afanosamente hacer de la patria un huerto donde florezca el bien común en los hogares de todas las familias, sin excepción alguna. Es el México que la insurgencia de 1813 describió como un país donde la riqueza y la pobreza se sintetizan en una equidad general compatible con el decoro de cada uno; es el México reformador que entiende la paz como fruto del respeto al derecho ajeno; es el México revolucionario que iza la bandera de Tierra y Libertad para connotar que la miseria es opresión de la conciencia moral; es el México imaginado por Cárdenas como una civilización justa. En fin, el México grande es el México de las generaciones que han procurado y procuran construir una patria sin angustias ni mentiras.

El otro México es el México corrupto, inescrupuloso, el México manipulado con el engaño y la explotación de los más por los menos, el México de unos cuantos acaudalados y de enormes masas famélicas. Es el México que identifica al poder público como servidor del poder económico, y a los criminales como los agentes de la honestidad maléfica; es el México virreinal que ha procurado convertir las culturas prehispánicas en atlántidas inexistentes y al indio en esclavo irredimible; es el México brutal de Calleja, Fernando VII y los regentes que creyeron aniquilar la Independencia degollando sin misericordia a Hidalgo y Morelos; es el México religioso, dogmático y cínico de la era santannista, precedente alentador del porfiriato que con Limantour inició la supeditación de la soberanía a las metrópolis del dinero industrial y financiero; es el México que replicando al excelentísimo y serenísimo cojo de Manga de Clavo, burla el mandamiento constitucional y hace del gobierno el presidencialismo autoritario, que con la excepción de la administración cardenista ha dominado desde el asesinato de Venustiano Carranza hasta el presente. Es decir, el México donde las operaciones de ganancia y acumulación del capital son ley indiscutible y suprema; se trata de un México abyecto, ignorante de los derechos humanos, opuesto al perfeccionamiento del hombre y entronizador de las clases ociosas y de quienes las apuntalan con negocios globales y bombas atómicas colgadas sobre la vida de los pueblos que aún mantienen la fe en el triunfo de la razón sobre la barbarie y de la dignidad sobre la indignidad.

La Revolución Mexicana que inició Madero en 1910 y concluyó al sancionarse la Constitución de 1917, es capítulo esencial de la grandeza mexicana, y ésta es la revolución escarnecida, embaucada, hostigada y traicionada por quienes han ejercido el poder público en la etapa militarista Obregón-Calles-Avila Camacho, y en la etapa civilista que va de 1947, Miguel Alemán, al gobierno del actual presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, cuyas enseñas contrarrevolucionarias aparentemente gozan de triunfos vacíos y victorias vergonzosas. El pueblo no ignora el desastre cultural y material a que lo ha conducido el presidencialismo autoritario, y este saber del pueblo connota una esperanza de que en México la grandeza de los ideales se imponga sobre la miseria séptica de la depravación egoísta.