JUEVES 23 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť
El pasado en el PRI
Ideológicamente, el PRI de Dulce María Sauri parece no haber vivido el último tercio del siglo XX. Reacio a mirarse en el espejo de su propia obra para interpretarla bajo la luz de los cambios ocurridos en la sociedad y en el mundo, simplemente cierra los ojos y esconde la cabeza refugiándose en la sacralización del pasado. Los juicios vertidos por la dirigente tricolor durante la conmemoración de la Revolución Mexicana constituyen una buena prueba de ello.
Ante la plana mayor de su partido, Sauri afirmó que el PRI será una "muralla para detener el asalto del pasado" que Vicente Fox lanzará con el fin de restaurar "con fórmulas modernas, productos que rechazaron nuestros abuelos y que no merecen nuestros hijos". La frase, sin embargo, no logra evadir la ambigüedad que hizo del discurso priísta pura retórica hueca. ƑQué significa en este contexto la alusión al pasado? ƑCuáles son esos "productos" --no mencionados-- que "no merecen nuestros hijos" (acaso la enseñanza religiosa, el corporativismo, la tienda de raya o el carro completo), a qué "fórmulas modernas" se refiere para dibujar el peligro que nos amenaza y, sobre todo, cuánta responsabilidad le cabe en ello al partido, que en nombre de la legitimidad del Estado y los principios de la Revolución Mexicana hizo posible una sociedad autoritaria, con grados inconcebibles de pobreza y concentración de la riqueza? Nada nos dice de esos asuntos. Sauri prefiere que sus palabras sean leídas entre líneas para que cada quien saque conclusiones sin comprometerse a un examen crítico de esa larga historia.
El resultado es tan pobre como la conclusión política de la conmemoración. Por esa vía, sin embargo, el priísmo tiene muy pocas oportunidades de renacer como un partido moderno. ƑQué puede decirle a la sociedad mexicana del siglo XXI una institución política gobernante que entiende el pasado bajo una luz mítica, como si la realidad no hubiera cambiado a México desde 1910 ni a los protagonistas políticos tampoco? Curiosamente, el PRI no sabe, no puede o no quiere defender su obra de gobierno sin refugiarse en la división propia del siglo XIX entre los partidarios del orden, la derecha, y los partidarios del progreso, en la disputa entre liberales y conservadores de otras épocas, sin proponerse, en suma, una restauración...
No sorprende, por eso, que ante la mirada atónita de los secretarios del presidente Zedillo, la dirigente del hasta hoy partido "oficial", se propusiera refrendar el ideario tradicional: "Debemos reanudar una batalla que supusimos concluida: una batalla por la nación y sus instituciones, la antigua batalla por el progreso, la libertad y la justicia", afirmó. Luego, como si la realidad no existiera, la dirigente priísta aseguró que "se avecina un inmenso viraje" en el rumbo del país, pues Fox "querrá llevarnos al pasado". El próximo gobierno tendrá "un aire rancio de mina y hacienda".
Esta frase resume muy bien los límites del priísmo histórico para entender el presente y renovarse asumiendo con seriedad la sociedad actual. Incapaz de apreciar el "inmenso viraje" que ya se ha producido en el mundo, sólo ve las notas clásicas del conservadurismo que, ciertamente, aparecen en la escena, sin registrar el dato fundamental de que buena parte de ese "viraje" sin retorno ya tuvo lugar en México, gracias, justamente, a los buenos oficios de los gobiernos emanados de la Revolución, como antes gustaban llamarse.
El PRI descubre en el programa del próximo gobierno un aire reaccionario, pero se niega a reconocer que el conservadurismo actual, como señala Hobsbawn en su Entrevista sobre el siglo XXI, "se manifiesta a favor de cambios sociales radicales" combinándolos con convicciones de la derecha, en particular el fatalismo que reduce las ideas a un pensamiento único. No es, pues, la alusión al orden inamovible la característica de la nueva derecha global. Por ello, la referencia al pasado para definir una alternativa es, por lo menos, insuficiente cuando se pretende actuar políticamente sobre una sociedad que ya se ha transformado en el sentido que, justamente, favorece a esa derecha moderna.
En el fondo, y más allá de la irritación real que se enciende bajo el abucheo al presidente Zedillo, está esa incomprensión histórica, la imposibilidad de reconocer en la derrota del 2 de julio el extremo necesario de una larga agonía.