MIERCOLES 22 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť La patria cinematográfica condecora a Su Alteza Serenísima
Todo sátrapa empezó como prócer y Santa Anna no es la excepción: Cazals
Ť Después de Kino me reconstituí y readquirí cierta esperanza en mi trabajo, señala
Ť El más reciente filme del director de El apando y Canoa se estrena el viernes en la Muestra
Javier González Rubio Iribarren /I Ť En México el pasado nunca acaba de serlo porque sus sombras están en el presente, más tratándose del poder y la forma de ejercerlo.
Su Alteza Serenísima, la más reciente película de Felipe Cazals, es un encuentro, a modo de poema trágico con intensidad visual, con esa realidad que el mismo director define: ''El ejercicio del poder en estas latitudes siempre es igual. No lo impone solamente el tirano en turno sino también la corte: ayude a éstos; chínguese a los otros''.
En 1994, en un día que debía ser alegre porque se presentaba un libro sobre él -Felipe Cazals habla de su cine, escrito por Leonardo García Tsao- en el Museo Nacional de Arte, antes del ''vino de honor'', el director mexicano hasta las cachas con una profunda raíz catalana reiteraba su decisión de retirarse del cine. Estaba agotado, exhausto y sin esperanza, como el náufrago que perdió todo menos su vida y le queda sólo el sabor de la sal en la lengua y en el corazón. Kino, su película estrenada en aquella edición de la Muestra de Cine de Guadalajara, era un fracaso, una cinta sin terminar, otro poema trágico, pero a éste le faltaban estrofas. Cuatro años de esfuerzos y apenas 14 semanas de rodaje, interrumpidas, además de la falta de dinero, habían hecho que Cazals, el de El apando y Canoa, diera por concluido un filme que no terminaría nunca.
Proyectos para ''fortalecer el músculo''
Pero el mar y el cine llaman. Un marino, como el Coy de Pérez-Reverte, no puede ver la mar y no intentar abandonar la tierra a la menor provocación, a pesar de haber vivido ya la crueldad de las olas y los vientos. Un cineasta que ha sabido hacer arte y jugarse el pellejo detrás de la cámara, no puede resignarse al retiro. Si el marino comienza a marearse en la tierra, el cineasta empieza a quedarse ciego sin película.
''Y comencé a soñar de nuevo con hacer películas''. Pero pasaron otros seis años y varios proyectos. Cazals volvió a la cámara -al cine no, porque no le gusta ir- acompañado de su gorra casi inseparable, esa gorra que está con él desde las primeras fotos que le tomaron cuando dirigía La manzana de la discordia, su primera película hace más de 35 años. Esa gorra, transmutación del quepí de la escuela militar de su adolescencia, que tuvo puesta para enfrentarse a Antonio López de Santa Anna, Alteza Serenísima.
Después de Kino, ''creí que estaba baldado para siempre. Me reconstituí muy despacito, con mucho cuidado. Volví a adquirir cierta esperanza en mi trabajo. No es cierto que el trabajo sea un ejercicio o un mero oficio, es saber realmente que lo puedes realizar. La esperanza en mi trabajo fue resurgiendo, también, como esperanza en mí''.
Cazals habla ante la copa de vino tinto. Mira hacia atrás, al tiempo de aquella r econstrucción interior. El brillo de sus ojos pequeños está siempre a medio camino entre la nostalgia y el presente, cargado de malicia, escondiendo, sin lograrlo, una cierta ternura feroz. Habla despacio, reflexivamente. Lejos ha quedado su tono jocoso y exaltado de la conversación sobre la política actual y su picaresca. Ahora habla de sí mismo. De los proyectos que ''le fortalecieron el músculo'' antes de que Su Alteza se hiciera realidad.
''Cuando ya estuve en condiciones empecé a desarrollar proyectos. Y con ellos fui agarrando condición. Cada uno se fue cayendo, pero yo no estaba equivocado. Y como iba teniendo condición se me volvió meta hacer otra película. Y entonces no abandoné. En esas condiciones todo se me vuelve reto.''
Así surgió la idea de Otilia Rauda, basada en la novela rural de Sergio Galindo. Luego llegó la obsesión por otra novela de gran actualidad, escrita a fines del XIX, El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz, ante cuyo guión Cazals arrió velas y tomó distancia. Otra novela, menor, pero de tema grande, lo entusiasmó: Tierra Blanca, sobre el origen del narcotráfico en México. Después vino el proyecto y el guión de Los niños de Morelia, que todavía Cazals no se resigna a mandar al cajón, la historia de los que no alcanzaron la tierra prometida a pesar de haber andado en ella.
-Has conservado la ilusión en proyectos muy dispares.
-Sí, porque para mí el cine es básicamente contar una historia, una aventura que fascina al espectador. Y yo prefiero las historias del pasado -sea real o inventado- porque esas son las que me fascinan.
''Aunque ya tengo otro proyecto, el de los niños de Morelia me gustaría recuperarlo por un sentimiento fatalista. El lugar común de los desheredados es inacabable.''
Paciente espera de un saltimbanqui
Cuando nació, Cazals ya traía el exilio en la sangre. ''Lo tengo anclado por mi lado paterno. Mi padre era catalán, llegó aquí en 1937. Yo estoy registrado en julio del 37 en Zapopan, Jalisco, pero nací tres meses antes, en Guetaria. Crecí en un entorno donde la gran mayoría de los amigos eran hijos del exilio español. Luego estuve muy cerca, tuve y tengo muchos amigos de los exilios chileno y argentino. Y porque este país llamado México es la cuna de muchos extranjeros que se convirtieron en mexicanos sui generis.
''No, nunca me planteé vivir en España o fuera de México. Cuando estudié cine estuve en Francia y en Italia, pero eso era para aprender. Siempre he querido vivir en México... mentándome la madre por vivir en México.''
Mientras todos esos proyectos surgían, hervían y se consumían Santa Anna los miraba agazapado. En paralelo a cada uno de ellos, Felipe Cazals le daba vueltas a la idea de una miniserie de cinco programas de televisión sobre la vida del hombre que nos hizo perder la mitad de nuestro territorio. Incluso con el escritor y guionista Gerardo de la Torre, Cazals hizo algunos apuntes para guiar su historia. El proyecto de televisión no cuajó ni siquiera en el papel. Pero Santa Anna, con la perversidad de sus mejores tiempos, esperó paciente el turno para ocupar el espacio que la patria cinematográfica habría de concederle por fin, la condecoración trágica que le faltaba.
''Si no hay contenido trágico no hay héroe posible. Cada día, lo que más falta le hace a las proposiciones (cinematográficas) es el carácter trágico y operístico de los personajes. Para partirse la madre en serio -jugarse la existencia- hay que ser un personaje trágico. En estas latitudes no hay doble juego posible. Santa Anna es trágico porque es la patria, porque él se cree la patria y a los demás les conviene que sea y se crea la patria. Es el saltimbanqui. El César es la burla. Y el beneficio de toda esta farsa es el beneficio de los privilegiados. Santa Anna es actual, mi mirada es actual. El ejercicio del poder en estas latitudes siempre es igual. No lo impone el tirano en turno sino la corte: Ayude a éstos; chínguese a los otros.
''Una de las oscuras virtudes de los privilegiados en México es nunca tomar el poder, pero sugerirle a quien lo ejerce por qué rumbo tomarlo.
''Además existe en nuestro continente una necesidad inevitable de tener próceres porque si no, no hay cómo llenar los cuadernos de historia. Y todos los sátrapas comenzaron como próceres. Santa Anna no es una excepción.''
(Su Alteza Serenísima, largometraje de Felipe Cazals, se estrenará el próximo viernes en la Cineteca Nacional y Cinemex Masarik; los días posteriores se exhibirá en varias salas más.)