PAISAJE DESPUES DE FUJIMORI
La extraña renuncia de Alberto Fujimori, enviada desde
Tokio al Congreso peruano, parece el inicio de una fuga de la justicia
--acaso argumentada como exilio-- y la admisión implícita
de razones, por parte del ex presidente, para permanecer fuera del país.
Así culmina la crisis del prolongado, autoritario y antidemocrático
gobierno encabezado por ese peruano descendiente de japoneses y operado
por Vladimiro Montesinos, un turbio ex militar y abogado que resultó
no tener rival, en la historia peruana, como represor y como corrupto.
El ex mandatario no pudo sobrevivir a la bancarrota política
de su ex asesor. Ahora, el primero se encuentra en lo que puede ser el
inicio de un largo destierro y el segundo, en la clandestinidad dentro
del país. Si existe el afán de restituir el Estado de derecho
en Perú, uno y otro deberán rendir cuentas ante instancias
penales por un vasto cúmulo de abusos de poder, atentados a las
instituciones y a las personas, violaciones a los derechos humanos y actos
de corrupción inocultables.
Por otra parte, el fin del fujimorato representa, para
Perú, el inicio de un nuevo escenario de crisis plagado de incertidumbres:
el orden institucional fue gravemente subvertido a lo largo de una década
desde la propia Presidencia y las oligarquías políticas tradicionales
fueron desplazadas por un grupo en el que abundan los logreros y los arribistas,
y cabe dudar que ese grupo sea capaz, por sí mismo, de dar solución
al peligroso vacío de poder generado por la dimisión de su
líder. Tal vacío puede exacerbar las expectativas de sectores
militares que nunca se resignaron a la pérdida del poder. Para colmo,
la presencia en el país de Montesinos, impune pese a su ruina política,
podría agitar las aguas del golpismo.
En tales circunstancias, resulta necesario recomponer
el panorama político peruano, mediante la búsqueda de consensos
de transición entre los variopintos fujimoristas y las organizaciones
opositoras, y acaso con los buenos auspicios --en el marco del respeto
a la soberanía-- de la OEA y de gobiernos de la región. El
más obvio y urgente de esos acuerdos es el saneamiento de las entidades
públicas y el esclarecimiento de las responsabilidades políticas
y penales del gobierno que ayer llegó a su fin.
Por último, resulta lamentable constatar que la
renuncia a distancia de Fujimori no contrarresta en nada la descomposición
generada por su gobierno sino que incluso la ahonda. En esa desoladora
perspectiva, cabe decir que el fujimorato termina como empezó: dañando
al país. |