MARTES 21 DE NOVIEMBRE DE 2000

ƑLA FIESTA EN PAZ?

El arte de cerrar bocas

Leonardo Páez Ť Existe una fórmula nada secreta para cerrarle la boca a los amargados que sostienen que en México la fiesta de toros ya tocó fondo: echar a las plazas toros con edad y trapío.

Ya podrá ser ese toro bravo o manso, pronto o reservón, pero primero debe ser eso, un toro -no su caricatura-, con los problemas propios de su condición.

Para la memorable corrida del pasado domingo, la empresa de la Plaza México se vio obligada a adquirir un encierro que no tenía en mente, luego de que el anunciado de La Cardenilla no pudo ser lidiado por ser toros que "no nacieron en México" (sic), según contundente argumentación de la asociación de ganaderos.

Así, contrariando su costumbre de adquirir dóciles novillos-toros para sus figuras amigas y ante la imperiosa necesidad de buscar sustitutos de los bureles extranjeros, Herrerías recurrió a la ganadería mexiquense de Los Martínez, caracterizada por la seriedad y bravura de sus ejemplares, es decir, no apta para el lucimiento de los hoy metidos a figuras, y que cerró la boca a los destemplados sirenitos del CIE (Coro Incondicional de la Empresa).

Fueron seis ejemplares sin exceso de kilos ni de encornadura pero con los cuatro años cumplidos y su raza intacta. ƑPor qué? Porque los alternantes tuvieron que emplearse a fondo, los banderilleros sudaron la gota gorda y el público -menos de media entrada-, emocionado, no divertido, debió guardar silencio ante la presencia majestuosa de auténticos toros, algunos de ellos bravos, para vergüenza de los que crían, venden, compran, aprueban y torean sólo su aproximación.

Así, el maestro Mariano Ramos -47 años y 29 de alternativa- ha estado en eso, en un sensacional expositor de la teoría y la práctica de la tauromaquia intemporal. Sin apremios ni dudas, sólido y convencido de que, por lo menos en México, sigue siendo el más poderoso de todos.

En una época en que al toro, más que poderle, hay que hacerle posturitas, el gran diestro mexicano ofreció dos cátedras de colocación, de temple, de mando y de contundente expresión (la simpatía se la dejo a los que lucen con el novillo, pareció decir) frente a dos toros de características muy diferentes, uno bravo y con calidad; el otro mansurrón y soso. Y con ambos desplegó la sencilla elocuencia de su maestría sin adjetivos.

Ese toreo que en las últimas cuatro temporadas grandes ha estado ausente de la Plaza México gracias a los antojadizos criterios del empresario, antiguo amigo de Mariano en épocas menos famosas, para dar paso a mediocres de aquí y de allá.

Vaya, si el maestro de La Viga -šqué gran torero desperdiciado por la mediocridad del taurinismo mexicano!- no los pincha, aún lo traerían en hombros por las calles de la ciudad.

Otro que también supo cerrarle la boca a los alcahuetes del voluntarismo empresarial fue el maestro Rafael Ortega, quien luego de cortar orejas en siete temporadas consecutivas y de llevarse dos Orejas de Oro, es tratado como si nunca hubiese salido ni al tercio.

Pero como no tiene toro aborrecido, Rafael, a base de mando y afición, se impuso a uno tardo y corto de embestida, hasta cuajarle un trasteo pleno de oficio y torerismo por el que recibiría merecida oreja. En la corrida del día siguiente, volvimos a la mediocre realidad taurina de México.