DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000
La agenda que viene
ƑQué hacemos con Estados Unidos?
El triunfo de Vicente Fox podría cambiar
-según algunos de sus asesores- la relación de
México con Estados Unidos, por la legitimidad que el
próximo gobierno tendría para negociar temas como
migración y combate al
narcotráfico.
ƑSerá que a mayor democracia
más capacidad de México para promover sus intereses
frente al poderoso? ƑFomentó Estados Unidos la derrota
del PRI para encontrarse después con un gobierno más
exigente e independiente? Presentamos un resumen del contexto
histórico de la relación entre ambos países, un
repaso de temas centrales en la agenda bilateral y algunas claves para
el trato con nuestro vecino del norte
Primitivo RODRIGUEZ OCEGUERA * Fotos: Miguel
SALGUERO
*El legado histórico
esde su lucha por la independencia, la Unión Americana establece un principio básico que guiará su política exterior: que su "interés nacional" prevalecería sobre cualquier tratado o relación con naciones aliadas, amigas o enemigas. Nada debería impedir a Estados Unidos defender y promover sus intereses fundamentales. En última instancia, no reconocería más derecho y ley que los propios. Con ello garantizaría su libertad de acción siempre y en todo lugar, librándose de trabas y enredos en que frecuentemente caían las potencias europeas.
Imponer acuerdos o deshacerlos a su conveniencia es un principio que permitió a Estados Unidos ganar y sostener su independencia, desarrollarse como potencia continental en América y, finalmente, como potencia mundial. De ahí que declare con sentido de honesto realismo que en su relación con otras naciones "no tiene amigos, sino intereses".
La historia le impuso a México un destino diferente. La costosa guerra de Independencia, la quiebra financiera, la continua disputa por el poder y las guerras con España, Francia y Estados Unidos terminaron con la ilusión de hacer de México una potencia mundial. "El cuerno de la abundancia" pronto devino en tierra de infortunios. Con base en las duras lecciones que le dejó medio siglo de vida independiente, México acuñó el principio rector de su relación con el exterior: "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".
En función de esas y posteriores experiencias, México estableció los parámetros con que manejaría su política de relaciones exteriores: defender el principio de la igualdad jurídica entre las naciones, apegarse al derecho internacional, jugar el papel de frontera y a la vez de vanguardia de Latinoamérica, y contrarrestar la influencia estadunidense con el acercamiento a las naciones europeas.
México aprendió también una lección trascendental: que existía una estrecha conexión entre reforma interna o adelanto popular y defensa de la soberanía. Desde Los sentimientos de la nación y claramente con la Constitución de 1917, quedó establecida la ecuación dialéctica justicia social-fortaleza de la nación-soberanía. No obstante el movimiento maderista a favor de la democracia electoral, ésta pasó a segundo término como pilar de las relaciones exteriores. El valor de la misma para legitimar el gobierno, defender la soberanía y avanzar en la justicia se hace evidente hasta finales del siglo XX.
*El gran beneficiario de la vecindad geográfica
En la historia de la relación con Estados Unidos hay un tema poco reconocido: el papel crucial que México ha jugado en el desarrollo de aquel país. En la guerra de 1846-1848, Estados Unidos extendió sus territorios de mar a mar, puso en práctica estrategias de invasión y conquista, probó armamento y mandos militares, consolidó el despegue de su industria armamentista, y desde luego, adquirió valiosos recursos naturales para apuntalar su expansión económica. Después de la guerra contra México, Estados Unidos se convirtió en una potencia continental que Europa no podía ignorar.
Durante el porfiriato, Estados Unidos aprende en tierra mexicana la ciencia de invertir capital en el extranjero y manejar compañías trasnacionales. Más tarde, el presidente Woodrow Wilson busca contrarrestar la influencia de la Revolución bolchevique presentando a la Revolución Mexicana como una rebelión legítima, popular y sin pretensiones expansivas, la revolución ideal que las potencias europeas debían permitir e incluso alentar en sus dominios para contener la amenaza roja del socialismo. De acuerdo con Wilson, el propio rasgo nacionalista de revoluciones como la mexicana podría manejarse sin mayor detrimento para al sistema capitalista, sobre todo si el contenido justiciero de las mismas era dirigido a crear mayor estabilidad social y política.
A pesar de las irritaciones que los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana le ocasionaron, Estados Unidos se benefició del nacionalismo y el internacionalismo cardenistas, de la Doctrina Estrada, el trato amistoso con la Revolución cubana, el enfriamiento diplomático con las dictaduras latinoamericanas, la simpatía con la insurgencia centroamericana y el refugio ofrecido a miles de perseguidos políticos. Gracias a ello, hubo menos inestabilidad, confrontación y derramamiento de sangre en el continente americano.
*México, "amenaza" para la seguridad nacional
No obstante todos estos beneficios estratégicos que la Unión Americana ha recibido de su vecino del sur, políticos y académicos estadunidenses han declarado desde los años de la administración Reagan (1980-1988) que México constituye una amenaza para su seguridad nacional. Este diagnóstico se fundamentó en el apoyo que los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid dieron al régimen sandinista y a la insurgencia salvadoreña. A ello se añadió entonces y continúa hasta la actualidad el creciente tráfico de drogas, la consecuente corrupción dentro y fuera del gobierno mexicano, así como la endeble condición de la economía, los fraudes electorales y el flujo masivo de migrantes indocumentados.
Para responder a la "amenaza" mexicana el gobierno de Reagan llevó a cabo la más intensa estrategia de confrontación e intervención. El objetivo del gobierno estadunidense fue mostrar a México que no se podía jugar con la insurgencia centroamericana, la que era vista por la Casa Blanca como la "cabeza de playa" desde la cual los soviéticos y los cubanos propagarían el comunismo, conquistarían México e invadirían Norteamérica. Si México no podía o no quería ver la gravedad del asunto, Estados Unidos haría cuanto creyese necesario para defender sus intereses, sin importarle las leyes y la soberanía mexicanas. El asesinato en l986 del agente de la DEA Enrique Camarena, y los fraudes electorales en Sinaloa y Chihuahua contra el PAN, dieron a Reagan una amplia base social de apoyo en su política contra el gobierno y el PRI.
En esos años, Estados Unidos puso en acción y multiplicó como no lo había hecho desde el movimiento revolucionario de 19l0-1920 sus redes de espionaje y operación en México. Buena parte de quienes pertenecen a esas redes, desde políticos hasta fundadores de ONG de observación electoral y derechos humanos, han continuado trabajando para el gobierno extranjero. De Reagan a Clinton, la Unión Americana entra a la disputa por el cambio en México buscando arrebatarlo a los movimientos nacionalistas y de izquierda, y así consolidar la economía neoliberal y su base de legitimidad política, la democracia de libre mercado. El cambio en México era bienvenido siempre y cuando se hiciese a la medida de los intereses estadunidenses.
De los años ochenta al presente la intervención de Estados Unidos en el país ha sido pública. Sin embargo, no ha encontrado mayor resistencia gubernamental, partidista o ciudadana. Al parecer, se acepta en los hechos que como primera potencia mundial y socio "mayor" en el TLC, tiene intereses básicos que defender en México, aunque no sean del todo legítimos o justos.
En buena medida estas actitudes de indiferencia y complicidad se generaron por el amplio descontento existente contra los regímenes priístas, el crecimiento de la corrupción y el auge de la inseguridad pública. Si el gobierno estadunidense quería intervenir para corregir tal situación, su ayuda era bienvenida. El fin justificaba los medios. Por otra parte, la firma del TLC en l993 y el "rescate" financiero de México a principios de l995 inhibieron la capacidad de respuesta del gobierno a políticas estadunidenses que eran contrarias al interés nacional y a leyes internacionales, como sería la "certificación" anual en el combate al narcotráfico (con las exigencias y chantajes que lo acompañan), letales prácticas de control migratorio en la frontera y violación de acuerdos comerciales.
De esta manera, a la desigualdad "estructural" entre los dos vecinos se han añadido las "asimetrías" que trae la injerencia estadunidense, lo que hace de México un país vulnerable en la defensa de sus intereses nacionales y populares.
*De un solo interlocutor a la multiplicidad de actores
Uno de los resultados de la democratización ha sido la aparición de diversos actores políticos y civiles en la relación con Estados Unidos. Hace apenas algunos años no era así. Por ejemplo, la negociación del TLC la llevó a cabo la Presidencia de la República. La propia participación de los grupos empresariales en el acuerdo sirvió para fortalecer las posiciones del Ejecutivo. En cambio, Estados Unidos no sólo tuvo dos presidentes para negociar, Bush y Clinton, sino también una amplia variedad de grupos interesados que ejercieron gran influencia en el desarrollo del debate y en el acuerdo final del TLC: congresistas, gobernadores, organismos empresariales, sindicatos, organizaciones méxico-estadunidenses, grupos de agricultores y ONG.
De entrada, la multiplicación de actores en la vida del país es saludable para la relación con los vecinos del norte. Sin embargo, la falta de tradición democrática y la ausencia de acuerdos básicos sobre el interés nacional y el trato bilateral podría derivar en mayor debilidad mexicana ante las presiones y los cabildeos gubernamentales y privados de Estados Unidos. Especialmente, si se toma en cuenta la influencia que tienen el gobierno y grupos de poder estadunidenses sobre importantes actores de las sociedades política y civil de México.
*La necesidad de consensos básicos
Refrendar los principios que han guiado la política exterior. Para evitar que la transformación democrática del país termine debilitando la capacidad de trato con Estados Unidos, sería necesario resolver una cuestión fundamental: crear consensos básicos sobre la relación. El primero de estos consensos sería refrendar los principios fundamentales de la política exterior mexicana. La necesidad de cambio al respecto no está en el contenido de dichos principios, sino en su traducción a los tiempos actuales, y su aplicación activa y democrática. El problema de México no reside en que sus principios en este campo sean obsoletos ante la globalidad y la creciente integración con Norteamérica, sino en que se han ignorado o no se han renovado. El debate sobre globalidad y soberanía ha servido a la Unión Americana para dar mayor impulso a lo que considera sus intereses nacionales, no para negarlos o diluirlos, como sí ha pasado en México. Aquí, incluso, la "caída" de las fronteras ha sido promovida por Estados Unidos para que las clases gobernantes "cedan" soberanía en nombre de la globalidad y el descrédito del nacionalismo.
La relación con Estados Unidos no monopoliza, pero sí determina la visión y misión de México en el mundo. Sin embargo, somos para nosotros y para otros en la diferencia, no en la asimilación y mucho menos en la subordinación con Norteamérica. Mantener la identidad y el interés nacional dignifica y fortalece el trato con la Unión Americana. Canadá, el otro miembro del TLC, entiende muy bien que la relación con su poderoso vecino y "aliado" debe basarse en la preservación de la soberanía y en la independencia de su política interna y externa.
Hacer efectivo el principio de correspondencia en el trato bilateral. Otro consenso fundamental sería revivir el principio de correspondencia en la relación. Ello equivaldría a no hacer a favor del interés nacional menos de lo que Estados Unidos realiza por el suyo. Damos algunos ejemplos al respecto.
Es ya común que funcionarios y líderes políticos viajen a Washington para hablar sobre temas prioritarios de México en la agenda estadunidense. La información que dejan sobre el país y sobre ellos mismos, así como los diagnósticos que hacen sobre la realidad mexicana, son valiosas herramientas que utiliza Estados Unidos para orientar su política hacia México. Mas no hay correspondencia en el acceso a funcionarios, dirigentes e información estratégica. Es débil o nula la presencia aquí de secretarios de Estado, congresistas, dirigentes de partidos, líderes empresariales y sindicales estadunidenses para dar cuenta, por ejemplo, de cómo opera su sistema político, de cuáles son las disputas entre los Poderes de la Unión y los partidos, de qué forma los grupos de poder influyen en la marcha del país y en la elección de candidatos, y de cómo trabaja su sistema de inteligencia y seguridad nacional.
Hay en Estados Unidos cientos de "mexicanólogos" al servicio de instituciones académicas, del gobierno, empresas, sindicatos y organizaciones civiles, en tanto que en México los especialistas en la Unión Americana son todavía muy pocos y el conocimiento que manejan carece de difusión entre audiencias políticas y sociales que deberían compartirlo. Corregir esta desventaja debería ser una necesidad estratégica.
Se considera también como natural que Estados Unidos patrocine a ONG mexicanas para que le hagan trabajos en áreas sensibles del gobierno del país, del aparato de inteligencia y de la lucha social. Argumenta que el patrocinio a ONG no es injerencia sino seguimiento a acuerdos entre las naciones del continente para promover democracia, transparencia y derechos. Sobre esa base, México tendría que hacer lo propio con ONG estadunidenses en temas que irían desde poner fin a la constante violación de la dignidad y derechos de los inmigrantes, hasta demandar a Estados Unidos que las grandes compañías trasnacionales dejen de pervertir la democracia y la política exterior con la compra de legisladores, candidatos y gobernantes.
En el mismo tenor, mientras Estados Unidos mantenga el proceso de "certificación" de México en el combate al narcotráfico, las cámaras de Diputados y de Senadores deberían legislar también la "certificación" anual de la Unión Americana en la prevención y tratamiento de la drogadicción para sus ciudadanos.
Seguridad nacional. Compartir una frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos, primera potencia económica del mundo, ofrece importantes beneficios a México. Pero la vecindad también trae aparejados altos costos, entre ellos vivir al lado del país que más consume drogas en el mundo, "lava" más dinero mal habido, vende más armas de uso personal, y por cuyas fronteras tiene lugar el mayor tráfico de armas de alto poder. El costo de la vecindad con Estados Unidos en campos como los señalados ha sido muy alto para la integridad de las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad, así como para la salud y bienestar de la sociedad.
Por lo mismo, si Estados Unidos ha declarado al vecino del sur un problema para su seguridad nacional, México tiene razones aún más válidas para hacer lo correspondiente y actuar en consecuencia.
Al respecto, el Estado mexicano también establecería el principio de correspondencia. Ello significaría que Estados Unidos tendría que acordar con México no sólo un plan bilateral para el combate al narcotráfico, sino también uno más sobre prevención y tratamiento de la drogadicción. De igual manera, la "guerra frontal" al narcotráfico tendría que venir acompañada de un plan de acción "sin tregua" contra el tráfico de armas de Estados Unidos a México y contra el lavado de dinero en ambos países. Asimismo, si Estados Unidos demanda que las fuerzas armadas deben continuar en la lucha contra el narcotráfico, México exigiría lo mismo. En casos como este, el principio de la correspondencia equivaldría a que un país no puede demandar del otro lo que no está dispuesto a exigir de sí mismo.
Políticas migratorias. El desarrollo de importantes áreas de la economía estadunidense se debe en gran medida a los inmigrantes mexicanos, desde quienes trabajan en los campos agrícolas hasta quienes realizan importantes tareas de investigación en instituciones académicas y ocupan puestos de dirección en grandes compañías. Hace ya tiempo que la Unión Americana se queda anualmente con cientos de miles de nuestros mejores hombres y mujeres sin haber gastado en su desarrollo un solo dólar. La corrección de este grave problema sería transformar la migración en un flujo en ambos sentidos. Sobre la base de una proyección de costo-beneficio, México debería crear una política para atraer capital humano del vecino del norte a fin de satisfacer sus necesidades de desarrollo.
Hoy en día el asunto migratorio de mayor urgencia sería exigir a Estados Unidos terminar de inmediato con las políticas de control en la frontera, las cuales han sido desde l994 causa directa e indirecta de la muerte diaria de mujeres y hombres migrantes. El buen trato que la Unión Americana exige para sus ciudadanos en México, así como para inversiones y bienes de consumo, debe ser correspondido por un trato similar para los migrantes. De no hacerlo, México tendría que iniciar un juicio ante la OEA y la ONU contra Estados Unidos. Ningún poder soberano lo faculta a poner en práctica controles migratorios que violan derechos fundamentales de las personas, incluyendo el de la vida.
*Conclusión
En términos prácticos, Estados Unidos considera a México como una extensión de su territorio. Consecuentemente, ha propagado su influencia a las áreas clave del gobierno del país, la economía y la vida social. El deterioro ideológico de los regímenes priístas, la corrupción y las crisis económicas sirvieron a la Unión Americana para aumentar su injerencia en la política nacional, y a la vez, para dirigir a su beneficio la exigencia popular de cambio.
Con todo, el histórico arribo de la oposición al gobierno federal abre posibilidades de recobrar independencia y soberanía. Para lograrlo, sin embargo, es necesario que gobernantes y gobernados demos nueva vida a la visión y principios que han guiado la política exterior del país en sus mejores momentos. También, que refrendemos la experiencia histórica que liga soberanía y promoción del interés nacional en el exterior con democracia y justicia social. Ante el fenómeno de la globalidad, la soberanía no se diluye, sino que se transforma en el instrumento indispensable para alcanzar respeto y correspondencia en el trato con el vecino que históricamente ha querido convertir a México en un dócil y eficiente administrador de sus intereses.