DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť LA MUESTRA

Nadie conoce a nadie

Hacia finales de milenio, durante la celebración de la Semana Santa en Sevilla, una serie de atentados inexplicables alertan al joven Simón (Eduardo Noriega) de que su propia vida está en peligro y de que sus inocentes crucigramas cibernáuticos bien pueden ser parte de un juego mucho mayor que implica la destrucción de la ciudad española, y tal vez del mundo entero. Visiones apocalípticas, aclimatación de fantasías digitales (Hollywood vía Epcot vía Expo Sevilla) a un territorio inesperado. Procesiones religiosas, mascaradas, blasfemias inocuas. Un poco cinta fantástica argentina (La sonámbula) y otro poco un Alex de NADIE la Iglesia (El día de la bestia) con su espíritu de malignidad pop. Nadie conoce a nadie, del español Mateo Gil es, desde su título, una aproximación a las paranoias colectivas y al terror virtual. Hay sin embargo en el tono de la cinta muy poco desenfado, mucha solemnidad y poca capacidad de involucrar al público en sus atmósferas laboriosas. El referente hollywoodense es un lastre considerable. Aquel cine adereza similares historias de suspenso con efectos especiales, una producción aparatosa, y un reparto de primeras figuras (Tom Cruise, Keanu Reeves), que son verdaderos anzuelos para la taquilla.

En Nadie conoce a nadie el mayor atractivo es la colaboración del cineasta, aquí guionista, Alejandro Amenábar (Tesis, Abre los ojos), quien goza en México de popularidad por la manera sugerente y cautivadora en que desarrolla sus tramas. Sin embargo, lo que Mateo Gil ofrece es un estilo de dirección más calculado y frío. No extrae el mayor provecho visual de la complejidad del argumento y sus personajes se vuelven muy pronto esquemáticos; incluso lo que podría ser más interesante --la relación de amistad y odio de Simón y el joven apodado Sapo (Jordi Molla)--, se presenta sin muchos matices y con una evolución dramática forzada. Habrá que añadir que en esta historia de traiciones y conspiraciones hay también un elemento vagamente satánico, con libros viejos que encierran códigos visuales del Maligno y que por actualización obligada llegan a la Internet y a la pantalla (Ƒembrujada?) de la computadora de Simón. En las últimas semanas del milenio se desatará la serie de atentados contra edificios públicos sevillanos, que incluyen iglesias, y un asesinado aparecerá, remplazando a Jesucristo, en los brazos de una madre dolorosa. Por suerte, una buena selección musical del propio guionista Amenábar toma sus distancias con el folclor andaluz que habría podido acompañar a las insistentes vistas de la Giralda, la plaza de toros o los pabellones de la Expo Sevilla. Otra buena sorpresa es el cuidado en la fotografía de Javier Salmones, con sus tomas aéreas, su manejo de la iluminación en exteriores, y los ángulos con los que captura una inmensa maqueta de la ciudad en el centro de operaciones de los terroristas mesiánicos. De ahí, las alusiones de Mateo Gil y de Amenábar se disparan hacia todas las direcciones. ƑEstamos ante una secta de iluminados del tercer o el cuarto milenio, o ante un grupúsculo de fascistas que desprecian al género humano? Quienes mueren en los diversos atentados son --según sus victimarios-- seres débiles que deben ceder el lugar a una elite de superhombres elegidos. Esta manera de reciclar el cliché de una influencia nietzscheana en jóvenes desorientados (perdidos además en el espacio cibernético) es una de las ocurrencias menos afortunadas de la cinta. A medida que se avanza hacia un macrojuego de política virtual, de conspiraciones tal vez ilusorias, de falso documental de una Sevilla tradicionalista súbitamente disparada a la modernidad tecnológica, se desdibuja el personaje central y sus relaciones afectivas, y queda una película desigual que deja sin desarrollar sus opciones más perturbadoras.

Lista de espera

La idea tiene mayor longevidad que el propio Fidel Castro: una estación de trenes perdida en la provincia cubana se transforma en microcosmos de la sociedad cubana. En México, Luis Alcoriza presentó una galería de personajes pintorescos varados en una autopista (Mecánica nacional), y Luis Buñuel había encerrado en El ángel exterminador a otro grupo en una casona burguesa. Lista de espera, del cubano Juan Carlos Tabío, según el cuento homónimo de Arturo Arango (incluido en La Habana elegante, 1995) retoma esa propuesta y arma una pequeña radiografía de las penurias de quienes esperan p LISTA oder conseguir un lugar en el autobús que va hacia La Habana. El pretexto es ideal para enderezar un comentario amable, vagamente crítico, sobre los privaciones de los cubanos en el llamado periodo especial que impone el bloqueo económico estadunidense. La crisis del transporte, la escasez de alimentos, los reflejos burocráticos, todo ello es sólo el detonador para un elogio imparable de las virtudes del buen revolucionario. Con un guión de Senel Paz (autor del cuento en que se basó Fresa y chocolate) y del propio Arango, y con un reparto en el que figuran Vladimir Cruz y Jorge Perugorría, protagonistas de aquel éxito, Lista de espera insiste en el costumbrismo picaresco. Esto remite naturalmente a otras cintas de Tabío, en particular a Se permuta, Plaff, y Guantanamera, con una diferencia capital: en la nueva película la sátira ha quedado desterrada. En su lugar campea, al menor pretexto, una retórica del esfuerzo compartido y la satisfacción oficial, todo con ánimo bonachón y con alguna leve reprimenda para los espíritus derrotistas y los traficantes del hambre, esos acaparadores de víveres que mantienen vivo el mercado negro.

Hay en Lista de espera referencias al traumatismo muy severo que supuso para la nación --ya hostigada por el bloqueo económico-- el derrumbe de la Unión Soviética. Ese clima de desasosiego prevalece en la estación de autobuses, territorio en apariencia abandonado, como un extraño enclave en la isla. Los recursos para la supervivencia son ahí la disciplina y un sentido del humor a prueba de todo. Poco importa que muchas cosas no sean creíbles en esta historia, algunos elementos son deliberadamente fantásticos, hay un falso ciego (Perugorría), un tono de fábula social, y la historia de un fortuito encuentro amoroso con tintes de adulterio. Como guiño a Fresa y chocolate (la cinta que en los noventa decidió la internacionalización del cine cubano), y como patente de liberalización en las costumbres, la cinta pre- senta dos personajes masculinos secundarios que afirman su condición de pareja homosexual. De un cabo a otro, el signo distintivo de Lista de espera es una flamante corrección política y el deseo evidente de modernizar el contenido de su propuesta. ƑEstará Tabío incursionando, temática y formalmente, en los terrenos de la comedia light? ƑReflejará esto una tendencia del cine cubano actual? ƑEl muy innecesario despliegue de mensajes edificantes sobre la responsabilidad revolucionaria, el compromiso, el esfuerzo común, y el amor a la patria, será tan sólo el visado necesario para seguir filmando sin presiones de ningún tipo? Si entre las estrategias de supervivencia que describe la cinta no se insinúan también éstas últimas, habrá que reconocer entonces que Lista de espera es una comedia demasiado ingenua, filmada con corrección y buenos actores, con un humorismo eficaz, aunque sin la fuerza de otras cintas festivas de Tabío, y todo esta vez sin asomos de una renovación verdadera.

Ť Carlos Bonfil Ť