DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000

MAR DE HISTORIAS

Obra negra

Ť Cristina Pacheco Ť

 

Todas las noches antes de cerrar la cantina, Rafael levanta el inventario de las botellas en los anaqueles. Toma un block, hace una anotación, arranca la hoja y la ensarta en la cornamenta que le recuerda su frustrada vocación de torero. Evocarla le produce una mezcla de angustia y vergüenza, pero sobre todo la certeza de que el gusanito murió. Su sitio está allí, en "La Serena", su destino es ser un cantinero de pueblo. Ese trabajo le da cierto poder, dinero y la posibilidad de acercarse, mediante los desahogos de los clientes, a vidas que por momentos le permiten olvidarse de la suya.

Para Rafael todos los parroquianos son libros abiertos, menos Gerardo. Llegó en julio, frecuentó todas las noches la cantina y nunca le confesó a qué se dedica, qué lo llevó a ese pueblo semiabandonado ni por qué de pronto decidió volver al Distrito Federal. Se lo comunicó esa tarde, a las seis. Le agradeció la ayuda brindada durante su estancia y después sólo abrió la boca para pedirle nuevas copas de ron.

Rafael ha estado observando a Gerardo a través del espejo que duplica el espacio del establecimiento. Intuye en el mutismo de su amigo algo que valdría la pena saber. Si quiere lograrlo tiene que apresurarse. El pretexto es el vaso con que Gerardo tamborilea sobre la barra:

-ƑLe sirvo otro ron?

Gerardo niega con la cabeza. Rafael no se da por vencido:

-Que sea un brindis. Yo invito-. No espera la respuesta y se vuelve para abrir una botella nueva. -Si no es hoy, ya no habrá oportunidad, a menos que piense volver por aquí.

Rafael tocó una fibra sensible: ve cómo se altera la expresión de Gerardo. El fuereño le simpatiza, no quiere presionarlo y se demora en escanciar. Termina, pone un vaso al alcance de su amigo y enseguida levanta el suyo:

-Salud y buena suerte.

Gerardo bebe como si tuviera urgencia de embriagarse. Rafael sirve otra porción:

-ƑEntonces qué, piensa volver?

-No sé, no sé -responde Gerardo malhumorado. Se arrepiente y sonríe: -ƑUsted siempre sabe lo que hará?

-Sí, desde que me olvidé de eso.- Rafael señala la cornamenta a su espalda. -Seguiré trabajando en la cantina hasta que, como mi padre, acabe sentado en una mecedora viendo entrar y salir borrachos mientras alguno de mis hijos aprende el oficio, si es que antes no se largan.

-ƑEs bonito?- Gerardo comprende que su amigo no entendió su pregunta: -Digo, este trabajo.

-Como todo: si a uno le gusta, sí; de otra manera...

-Rafael salta de su respuesta a una pregunta: -Y a usted, Ƒle gusta el suyo?

-Mucho, pero me lo jodieron-. Gerardo suelta una carcajada estúpida que Rafael atribuye a los efectos del ron. -Aquello se convirtió en una auténtica persecución y tuve que salir huyendo.

Rafael interpreta esas palabras a su modo y, aunque sabe que no hay nadie más en la cantina, antes de hablar se vuelve en todas direcciones.

-Me lo imaginaba. Desde que entró por esa puerta pensé: "Este vino aquí porque debe o porque le deben".

Gerardo asocia la conclusión de su amigo con el posible principio de un relato. Pone ambas manos en la barra y toma distancia, como si se alistara ante una cámara fotográfica:

-A ver, Ƒde qué tengo cara?

Desconcertado por la pregunta, Rafael levanta los hombros. Gerardo lo ayuda planteándole posibles respuestas:

-ƑDe autoviudo? ƑDe contrabandista? ƑDe padrote?

Rafael sonríe, arrepentido de haber iniciado una conversación incómoda, peligrosa. Se disculpa:

-No pensé eso, pero desde el principio me di cuenta de que usted no es como los demás-. Rafael sabe que necesita justificar su punto de vista: -Mire, casi todos los que llegan aquí preguntan si hay algún trabajo, si la vida es cara, si no hay mucha inseguridad, si tenemos buenas escuelas. Usted nada más quiso saber si había biblioteca y una buena casa de huéspedes.

-ƑY eso qué tiene de raro?

-No sé, pero no es lo común, al menos en este pueblo.

Rafael abandona su sitio tras el mostrador: -Ahí le encargo, voy al baño a echar una firma.

Cuando regresa, y contra lo que esperaba, Rafael se da cuenta de que Gerardo no ha olvidado el tema:

-Si le digo que soy un ladrón, Ƒme lo cree?

Rafael se coloca a su lado y adopta la actitud de un parroquiano:

-Antes, puede que no; ahora sí porque ya no sabemos con quién está uno tratando. Aparece en el periódico un tipo muy bien trajeado y luego resulta que era un pinche ratero.

-De acuerdo, pero no respondió a mi pregunta. A su parecer, Ƒsoy o no un ladrón?

-No sé-. El cantinero vuelve a su sitio detrás de la barra.

-Para empezar, no hay ladrón que confiese serlo.

-Todo depende de qué roben-. Gerardo mira el fondo del vaso:

-Yo, por ejemplo, me robo la vida de la gente, sus historias. Soy escritor.

Rafael pasa de la incredulidad al entusiasmo:

-Escritor... ƑY por qué no me lo dijo? Caray, yo hubiera podido contarle un montón de historias porque, aunque no lo crea, aquí pasan muchas cosas-. El cantinero baja a un tono modesto: bueno, como en todas partes donde hay gente.

Gerardo sonríe, inclina la cabeza y golpea con el puño el mostrador al ritmo en que repite:

-Siempre lo mismo, lo mismo, lo mismo-. Abruptamente pasa a un tono sombrío: -No hay manera de escapar.

Rafael se acerca y habla en tono de complicidad:

-Por mí no se preocupe, no pienso decirle a nadie lo que estamos platicando-. Saca la libreta de notas y se la ofrece a Gerardo: -Escríbame aquí los títulos de sus libros.

Gerardo se toca la frente con el índice: -Aquí tengo muchos pero no he podido escribir ninguno. Todo por culpa de mi maldita indiscreción. Si me hubiera callado la boca, si hubiera fingido ser vendedor de alfombras o mecánico no habría tenido que huir de las mujeres, de mis amigos, de los vecinos. Pero hablé, dije "soy escritor" y me jodí.

-No entiendo por qué.

-En cuanto alguien sabía que soy escritor se lanzaba a contarme toda clase de cosas, demasiadas cosas. Algunas eran realmente fantásticas y habían sucedido a medio metro de mis narices: sin embargo, yo ni me enteré. ƑY sabe por qué? Porque me pasaba todo el tiempo imaginando historias. A veces sentía que alguna era interesante, digna de contarse, y me alistaba para escribirla. Tengo muchos cuadernos con el principio de historias que no he podido continuar. Cada uno es como una de esas construcciones que se quedan para siempre en obra negra. La culpa no es mía sino de los otros, los que ni siquiera sueñan con ser escritores, y siempre se me adelantan contándome lo que con tantos esfuerzos había empezado a imaginar. Llegó el momento en que dije: bueno, y entonces, Ƒqué cuento?

-Lo que me está diciendo. A muchos nos gustaría leer la historia de un escritor al que derrota la realidad, como a todos. Nuestras vidas se quedan siempre en obra negra.