DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000

Historias robadas de la realidad

Ť Sara Sefchovich Ť

Vivir la vida es un relato de las aventuras de una mujer común y corriente en este extraño país que es el México de hoy. La novela está hecha de muchísimas historias, tantas, que se pueden cortar con machete. Y es que estoy convencida de que la literatura tiene que sustentarse sobre el contar historias y que sólo a partir de ellas el lector pensará y hará la filosofía.

Ahora bien, ninguna de esas historias ha sido inventada por mí, todas fueron recogidas, escuchadas, vistas o vividas, en una palabra, robadas de la realidad. Pero, la imaginación está presente porque al fin y al cabo esto es y quiere ser, ficción. Y, por su manera de unirse entre sí y expresarse, se constituyen en una parodia de todo lo que está de moda: de lo femenino, de la familia y las relaciones humanas, de la cultura popular, de la religión y los vicios, de la salud y el cuerpo perfectos, de lo políticamente correcto y lo literariamente aceptable.

He querido hacer evidentes las siguientes verdades:

1. Que en la vida cotidiana, donde parece que no pasa nada, es donde sucede todo y donde todo puede suceder.

2. Que el país que tenemos, violento y corrupto, ineficiente y poco amante del trabajo es así porque sus habitantes somos así y si no, de una u otra forma, todos terminamos contagiados de este modo de ser aunque nos cueste reconocerlo.

3. Que en esta vida uno no toma las decisiones sino que las decisiones lo toman a uno. Contra la idea liberal tan de moda de que cada persona es dueña de su vida y de su cuerpo, aquí se afirma que la sociedad y las circunstancias deciden por uno.

4. Que la diferencia entre unos seres humanos y otros radica en la manera como asumen esa vida que les toca vivir, con felicidad o con dolor.

5. Que la vida es un cambiar constante y por más que tratemos de detener ese flujo no se puede. Un día se es rico y otro pobre, un día se es feliz y otro triste, un día se está acompañado y otro solo, un día se es creyente y otro descreído, un día se está sano y otro enfermo, un día se es joven y otro viejo. Y por lo tanto, también nuestros sentimientos son cambiantes y van desde la alegría hasta el enojo, desde la curiosidad hasta el miedo, desde el aburrimiento hasta la desesperación, desde la ternura hasta la malicia, desde la inocencia hasta la amargura y desde el amor hasta la indiferencia.

6. Que ya es hora de dejar atrás esa literatura que convirtió a nuestros países en lugares exóticos donde suceden las grandes pasiones que arrasan con los protagonistas y con todo lo que les rodea, los amores desgraciados cuya maldición dura por veinte generaciones, las yerbas y tés que todo lo curan y todo lo enredan. Hoy, a fines del siglo XX, vale la pena recordarle al mundo que somos gente normal, a la que le suceden las mismas cosas que en otros países, y que es allí, en esa realidad, donde se halla el texto que conforma nuestros relatos.

7. Y que también nuestro lenguaje, es mucho más sencillo del que, en su afán por hacernos barrocos y primitivos, los lectores del primer mundo quisieran que habláramos.

8. Que la vida de hoy está fragmentada y atomizada y que nuestro ritmo vital es rápido y con poco tiempo para detenerse a meditar y a juzgar y a moralizar.

9. Que vivir es un asunto muy serio y que por eso, para soportar la vida hay que tomarla con sentido del humor. Reírse es bueno, hay que reírse, aunque sea con un poco de amargura.

Esto es lo que quise decir y lo demás está allí, en las páginas de la novela. Ojalá los lectores encuentren en ellas identificación con sus vidas, las reales y las deseadas, gozo en la lectura y motivo para reflexionar.