DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Vivir la vida Ť
Ť Sara Sefchovich Ť
De la autora de La suerte de la consorte --uno de los libros más populares del año--, presentamos a nuestros lectores un adelanto de su nueva novela, Vivir la vida, que empieza a circular esta semana bajo el sello editorial Alfaguara, así como un texto autógrafo en el cual Sara Sefchovich explica la vocación de su libro.
Una tarde veo que echan bajo la puerta un trozo de papel. Queda allí tirado con los recibos de mantenimiento y teléfono, con los anuncios de ofertas de la farmacia y de servicio a domicilio de la salchichonería. Es de papel delgado con enormes letras negras. Dice: A ti que votaste por el Partido de la Izquierda Organizada, a ti que nos confiaste, te convocamos ahora a ser coherente con tus ideas y apoyar a nuestros compatriotas. Asiste a la reunión del próximo lunes, en la que se va a dar un informe de la situación en Chiapas y se van a distribuir las tareas más urgentes. La cita es en Cerro del Tulipán número 12,7 p.m. No faltes. Y escrito a mano con tinta roja: Hoy.
Debo haber leído ese papel unas cien veces. Cerro del Tulipán, tareas urgentes, ser coherente, no faltar.
Me quité entonces la ropa que llevaba encima, que olía tan mal como yo, porque en todo este tiempo no me había lavado ni cambiado y como todavía no tenía ganas de hacerlo, me puse el grueso abrigo que me regalaron en la Casa para Locas y que me gustaba por su parecido con uno que iba en mi ajuar de novia cuando salí del rancho de mi padre, y me fui para allá.
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Había muy poca gente en la reunión de Cerro del Tulipán. Era un cuarto enorme, helado. Un hombre con la camisa y la cara arrugadas, informó del estancamiento de las negociaciones y responsabilizó al gobierno. Los demás discutieron largamente sobre formas para juntar dinero, al imentos y medicinas para los alzados y para las comunidades. Alguien dijo que había rumores de que el Presidente de la República iría de gira en estos días. Y por fin se preguntó quién quería acompañar al grupo de activistas españoles que visitarían la zona del conflicto para luego contar en Europa sus impresiones.
Fue así como esa misma noche me encontré en un camión con cuarenta jóvenes que hablaban sin parar, con un acento pesado lleno de eses y zetas y unas palabras de las que yo no entendía ni la mitad aunque fueran en castellano.
Durante dos días y medio viajamos por una carretera que por momentos era tan recta que daba sueño y por momentos tan curvada que daba náuseas. Estoy ansiosa por conocer a los indios decía uno, cuentan que son muy pequeños. Querrás decir de corta estatura, decía otro, que no es lo mismo. Yo sueño con el subcomandante decía una, me parece muy majo con esos ojazos que le asoman por el pasamontañas y esa pipa que le gusta fumar. Yo prefiero al obispo decía otro, cuentan que el pueblo lo quiere bien y que la jerarquía lo detesta. Yo por mi parte no decía nada, pero pensaba que si de conocer a alguien se trataba, preferiría tener la suerte de que fuera la Primera Dama de la Nación, que era la que hacía los milagros.
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Pero ni obispo ni subcomandante ni primera dama conocimos, porque al llegar a nuestro destino, lo que nos esperaba era una comisión enviada por el gobernador, a la que acompañaban soldados fuertemente armados que no nos dejaron ni bajar del camión. No hay permiso para los extranjeros de internarse en la zona dijeron, hay orden de deportación inmediata.
Y diciendo y haciendo, a pesar de los gritos y las amenazas que profirieron los españoles, a pesar de sus advertencias de llevar el asunto a no sé cuántas cortes internacionales, fuimos escoltados hasta el aeropuerto. Y dos horas después, volábamos hacia Madrid, cuarenta escandalosos y enojadísimos jóvenes y yo que por error, había sido incluida en la bola.
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El vuelo fue larguísimo. Nunca había ido en avión y me sentía bastante incómoda en esas sillas tan angostas y en ese espacio tan cerrado. Tres veces nos sirvieron de comer, dos veces nos pasaron películas americanas y muchas veces nos ordenaron que ocupáramos nuestros lugares, porque no se podía estar de pie. Bueno, se lo decían a ellos, pues yo jamás me moví de mi sitio y más bien me dediqué a dormitar bien envuelta en mi abrigo.
Cuando aterrizamos, en mi reloj eran las cinco de la madrugada pero había un sol intenso como si fuera pleno día. Una manta decía: Bienvenidos a Barajas. En cuanto salimos del aparato, cientos de personas empezaron a aplaudir y a hacer el signo de la victoria. šBravo valientes! gritaban, šVolveremos! Respondían los aludidos.
Fuimos empujados por la multitud hasta un templete con micrófonos. Alguien habló del respeto a los derechos humanos, otro del apoyo internacional a las causas justas, uno más dijo que era prioritario proteger a los indios y yo, que no supe cómo fui a dar arriba del escenario, eché un largo y apasionado discurso sobre cómo se estaban quemando los bosques de mi país, dejando a regiones enteras que antes eran selváticas, todas áridas y desoladas. ƑCómo sabía yo todo eso? Ni idea, pero allí estaban las palabras saliendo de mi boca y contando lo que mis ojos habían visto en el trayecto hacia la selva.
Al principio la gente se sorprendió y hasta hubo por allí rechiflas y gritos de este no es el foro compañera. Pero yo seguí adelante y poco a poco se fue haciendo el silencio. Dije que los incendios eran producto del descuido y el desinterés, pero que no se podía descartar que el fuego fuera también un recurso de los provocadores para expulsar a la gente de sus tierras. Acusé al gobierno de no tener la voluntad de apagarlos y lloré a lágrima viva porque el territorio nacional estaba encendido en llamas o envuelto en humo.
De repente empezó a llover y la gente se dispersó.