SABADO 18 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Luis González Souza Ť
ƑCae el "Muro de Washington"?
Por si lo dudábamos, el mundo de nuestros días se mueve rápido y no siempre en favor de los de arriba. De hecho, los crujidos más recientes -desde Chiapas hasta Praga pasando por Seattle- vienen desde y para los de abajo.
Con toda la carga ideológica del caso, el Muro de Berlín fue derrumbado hace apenas una década. Ahora, con una carga equivalente, se tambalea el Muro de Washington. Es decir, el muro que divide más y más a los ciudadanos comunes de EU y a sus políticos profesionales, a la Potencia Pontífice y al resto de los países.
En Berlín, como secuela de la segunda guerra mundial, los alemanes quedaron divididos entre "comunistas" y "demócratas". Los primeros, bajo el cobijo de la entonces llamada Unión Soviética, y los segundos bajo el pontificado democratizante de EU a final de cuentas. Acaso sólo por malabarismos ideológicos, los de occidente quedaron encuadrados en la "República Federal" de Alemania y los orientales, en la "República Democrática". El hecho es que el Muro de Berlín cuajó (y cayó) como símbolo del totalitarismo.
Y vaya que EU supo explotarlo. La "revolución neoconservadora" iniciada por Ronald Reagan a principios de los ochenta tenía la finalidad de "acabar con el comunismo". Caído el Muro de Berlín en 1989, la desintegración de la Unión Soviética no tardó más que dos años. A lo que siguió el desbocamiento de la cruzada "neoglobalista" de EU por la democracia.
Curiosamente, sin embargo, una variante del propio totalitarismo es lo que a final de cuentas provoca el derrumbe del Muro de Washington. A nuestro entender, es esto lo que subyace y se retroalimenta con el escándalo derivado de las elecciones presidenciales del pasado 7 de noviembre, y que siguen sin esclarecerse. Escándalo que, además, ocurre en medio de una bonanza económica "sin precedentes cercanos", pero que no alcanzó para un triunfo fácil de Al Gore, representante del partido en el poder. De hecho, a diez días de la elección, todavía no se sabe si triunfará.
Lo cierto es que al campeón mundial de la democracia le explotó, en la cara el a-b-c de la misma: elecciones limpias y convincentes. Ni lo uno ni lo otro está a la vista. Lo que sí se ve es el fantasma acrecentado del totalitarismo. Ya antes se sabía que el sistema electoral estadunidense cojeaba feo por la posibilidad -concretada dos veces en el siglo xix- de que algún presidente triunfe pese a no contar con la mayoría de los votos reales (los votos "electorales", indirectos, son los efectivos).
De concretarse hoy esa posibilidad, su tufo antidemocrático sería irrespirable. De todos modos ese tufo se expandió bastante en la actual contienda. Primero, con el totalitarismo propio del sistema bipartidista, que en los hechos limita la elección a sólo dos ofertas: la demócrata y la republicana. Para colmo, esta vez avanzó otro buen trecho la tendencia a convertir ambas ofertas en una sola (hasta en vestimenta se parecieron Gore y Bush durante sus debates).
Ese totalitarismo programático -en el fondo un solo programa de gobierno- volvió a eliminar al totalitarismo digamos fáctico. A menores diferencias entre los candidatos, menor el interés en votar. Con el abstencionismo ya crónico (alrededor de 50 por ciento) y con el voto tan dividido, esta vez entre Gore y Bush, resultará que el presidente gobernará con el apoyo expreso de sólo una cuarta parte del electorado. El resto, la indudable mayoría, tendrá que aguantar algo muy parecido a un gobierno impuesto: no por la fuerza militar, sí por las gastadas triquiñuelas del sistema político estadunidense.
Tal desgaste ahora se expresa en un abierto asomo de prácticas fraudulentas al emitir y contar los votos (como bien las han reseñado Jim Cason y David Brooks en estas páginas). Ello, para no hablar de las triquiñuelas financieras con las que se imponen inclusive a los candidatos, pues no todos pueden sufragar los gastos de campaña (esta vez, la más cara de la historia, al rondar los 3 mil millones de dólares).
Comienza a derrumbarse, pues, el Muro de Washington. Más de una máscara ha caído con las turbulentas elecciones de este año. Queda más despejado el camino para los luchadores por una democracia auténtica, en EU y en todo el mundo.