VIERNES 17 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Lou Reed en México: de la heroína al Ecstasy tour Ť
José Agustín Ramírez Ť Hace unos días, en el otoño del 2000, la ciudad de México amaneció decorada con un nuevo cartel que promete la presencia del maestro Lou Reed. Entre los clanes que dan vida al tianguis del Chopo, algunos ignorantes de la increíble fauna del rock se preguntan Ƒquién es este ruco con el obsceno gesto de un depravado orgasmo? Pues ahí les va: Lewis Allen Reed nació en Brooklyn, Nueva York, el 2 de marzo de 1942. Quiso estudiar poesía y periodismo en Long Island, pero ya ven, se perdió en el vicio, por suerte, y se volvió un animal del rock and roll, cuya especie seguramente ya está en extinción. Es padrino del punk y sacerdote maldito del estilo rocanrolero New York de finales del siglo pasado, y su multifacética trayectoria musical lo ha convertido en una influencia de muchas otras bandas como U2, los Pixies, R.E.M., David Bowie o Nirvana, que se autoproclaman fans del abuelo Reed y su inolvidable Terciopelo Subterráneo, su primer conjunto, producido y patrocinado por el jefe del pop art Andy Warhol, y que incluía a John Cale, el enloquecido intérprete de la viola eléctrica, piano y bajo, y a Nico, la diva que trabajó con Fellini en La dolce vita, que se llevó su creditote en el álbum debut, y tal vez el mejor, todo un evangelio para los buenos darketos, rebeldes sesenteros radicales y demás oscurantistas. Después vinieron las vertiginosas contradicciones que lo llevaron de cantarle himnos a la heroína y el sadomasoquismo (como en Venus en pieles, homenaje al barón Sacher-Masoch), a otros como Jesús y Empezando a ver la luz, en su tercer disco con el que, supongo, pretendían redimirse.
Al terminar los sesenta, el Velvet se desintegró, pero Lou Reed no se detuvo en lo más mínimo y siguió sacando discos, entre ellos el oscuro Berlín (1973), el pinketo Rock and roll anila (1974), Songs for Drella (1990), muy buen reencuentro con John Cale, el excelente Magic and loss (1991), Set the twilight reeling (1996) y ahora Ecstasy (1999), su más reciente disco compacto, que nos permitirá oírlo en sendos conciertos el 20 y 21 de noviembre en el Metropólitan.
Las atmósferas oscuras de los inicios de Reed lo hicieron un compositor de culto y lo marcaron como un profeta del rock, un visionario adelantado a su tiempo que no tenía nada que hacer en la generación de los jipis. Sin embargo, en los noventa, Lou se decidió por el camino de enmedio, donde encuentra una armonía llena de fuerza, y una fuente inagotable de cavilaciones filosóficas desmadrosas forjadas en un rock crudo, eléctrico, agresivo y callejero, con letras tan incisivas, largas y divertidas, que parecen una versión roquera de hip hop con extrañas aproximaciones a un country-urbano mutante. La parte más característica de su estilo es conocido como el New York sound, que abarcaba las similitudes entre David Bowie, Iggy Pop y Pattu Smith.
Disco de buen nivel y letras furiosas
Así, el hermano Reed ha consolidado sus diversas facetas y su resistente actitud roquera, que anunció desde el primer disco con la canción I'm waiting for my man. El último disco, Ecstasy, que ahora viene a propagar, está en esta misma tónica, que ha exprimido en los últimos años. Si bien tiene una calidad suficiente para satisfacer a los fans (Warhol estaría feliz, pues como dijo Bowie: Reed hace buena música pop), no cabe duda que ya se clavó en la misma onda, que a él seguramente le p arece lo mejor de sí mismo: el éxtasis místico de una existencia citadina, irónica, terrible, sorprendente y magnífica, pues la rola Ecstasy no tiene nada que ver con la droga (fresa, por cierto). Tal vez no le preocupa que le digan que es más de lo mismo, pues sabe que es Lou Reed y con eso le basta a una pandilla de fieles, un servidor entre ellos. Para mí, el disco agarra un buen nivel en las letras furiosas, como esta: Hombres y mujeres sin color, únanse: Mata a tu amo con un corte de tu cuchillo, mátalos en pleno sexo o mientras hablan, mátalos como puedas: futuros granjeros de América. Sólo que luego es casi depresivo, pero siempre más indiferente, y resulta claro que no es una obra tan lograda como el Magic and Loss, ni tiene la energía del New York y hasta se podría ser que el maese ya confunde un rolón con una canción de dieciocho minutos (Like a possum), que aunque está efectiva, como todo el disco, se merece la acertadísima critica del sick boy en Trainspotting, que, al exponer su teoría de la vida, en la que todo lo que sube tiene que bajar, el ejemplo perfecto es Lou Reed: lo que hace ahora es bueno pero ya no tan grandioso como en sus inicios. Así es la vida. Pero al menos sigue vivo y fuerte para venir a México, y eso es más de lo que se le puede pedir a un hiperreventado como él.
Ecstasy tiene también buenas colaboraciones de Laurie Anderson, excepcional artista multidisciplinario, en el violín eléctrico, aunque no le dan mucho chance de lucirse. Así pues, buena suerte a todos los punks, darketos y roqueros que se atrevan a enfrentar su rebeldía con el concepto de seguridad fascistoide en los conciertos de OCESA y sus gorilas, pero no le saquen; si pueden, lléguenle a estas noches aterciopeladas, si no se piensan poner muy exquisitos para juzgar a este veterano callejero del lado salvaje, uno de los últimos progenitores vivos del rock de los sesenta. Quién sabe, tal vez toque alguna de sus clásicas. Así que ya no estén perdiendo el tiempo (a menos que con esa intención se dediquen a leer este texto) y corran hoy mismo a las taquillas tributarias del imperio Ticketmaster, si no le quieren llegar a la reventa, pues el mundo es tan extraño, que hasta se pueden acabar los boletos, aunque seguramente son carísimos y la banda presume de muy subterránea.
Orale pues, pónganse truchas.