VIERNES 17 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Silvia Gómez Tagle Ť
Las democracias también envejecen
Si las controversias en torno al cómputo de los votos en Estados Unidos no se resuelven hoy a favor de uno de los dos candidatos presidenciales más importantes, con la recepción de los votos que se recibirán por correo, y que provienen principalmente de militares destacados en el extranjero, por lo que se puede anticipar que favorecerán a George Bush, la incertidumbre podría prolongarse hasta el 18 de diciembre, cuando se reúna el Colegio Electoral en las capitales de cada uno de los estados, o inclusive se podría prolongar hasta enero del próximo año, cuando tocaría a la Cámara de Diputados elegir al presidente y a la Cámara de Senadores elegir al vicepresidente.
Pero aun en la hipótesis más optimista, las controversias a que han dado lugar estas elecciones han mostrado la inoperancia de un sistema electoral en el que existe el riesgo de que el candidato con menos votos a nivel nacional gane la presidencia. De ahí se han derivado muchos otros cuestionamientos que tienen que ver con la certeza en los procedimientos de cómputo, la competencia de las autoridades electorales y judiciales en diferentes ámbitos locales y federales, la pertinencia de las reglas electorales y, en última instancia, la legitimidad de los gobernantes electos por estos métodos.
El bipartidismo ha sido uno de los rasgos persistentes del sistema político de Estados Unidos cuando menos desde 1860 en que la política electoral ha estado dominada por demócratas y republicanos. El monopolio de la política que han mantenido estos dos partidos refleja aspectos estructurales del sistema político estadunidense, pero también tiene que ver en gran medida con ese sistema electoral que descansa totalmente en el principio de mayoría y en la división del cómputo de los votos por circunscripciones o unidades geográficas diferenciadas, en vez de descansar en un solo resultado a nivel nacional. Esa es también la razón por la cual se puede producir un resultado tan absurdo como que el candidato que gane la mayoría de los votos a nivel nacional, pierda la elección en el Colegio Electoral integrado por 538 representantes de los estados, o sea "grandes electores".
En primer lugar, los ciudadanos no eligen al presidente, sino que votan por sus representantes en el Colegio Electoral; los votos de los estados se han ponderado en función del peso demográfico que han ido adquiriendo, hay estados con sólo cuatro representantes, como Maine, o Alaska, que sólo tiene tres, mientras California ha llegado a tener 54, Nueva Jersey 33, Texas 32, etcétera. El 13 de noviembre ya se tenía la certeza de los votos en la mayor parte de las entidades, menos en Oregon (siete votos del Colegio Electoral), Nuevo México (cinco votos) y Florida (25 votos). Los resultados totales eran: Al Gore: 49 millones 352 mil 54 votos ciudadanos y 255 votos de "grandes electores" en 19 entidades; George Bush: 49 millones 143 mil 861 votos ciudadanos y 246 votos de "grandes electores" en 29 entidades.
La paradoja no está solamente en que 300 votos más o menos en un condado puedan definir el resultado de una elección presidencial, porque así son las elecciones de mayoría simple, se pueden ganar por un solo voto, sino en que cada estado de la Unión Americana tiene una gran autonomía para definir los métodos de cómputo y de calificación de las elecciones, hasta los plazos para considerar cerrado el proceso electoral, de tal suerte que en una situación de disputa como la que se ha presentado en estas elecciones, no hay claridad respecto de las reglas que serán reconocidas como legítimas en toda la nación. Por ejemplo, existe el compromiso de que los representantes al Colegio Electoral voten de manera unificada; sin embargo, hay dos entidades donde el voto puede ser diferenciado o darse el caso de que algunos de los "grandes electores", elegidos por su identificación con un partido, decidan cambiar el sentido de su voto en el Colegio Electoral. El diseño de las papeletas electorales no es uniforme, por lo que podrían ser anulados votos con una repercusión importante en el resultado final.
Una conclusión importante de esta contienda electoral es que el resultado será fruto de una serie de accidentes procedimentales, más que de una clara preferencia política expresada por los ciudadanos estadunidenses. Con una elección tan complicada, si no existiera un bipartidismo tan fuerte podría pensarse en una elección de segunda vuelta para definir una clara mayoría, pero en el contexto actual probablemente no sería útil dada la concentración de los votos en sólo dos candidatos.
Finalmente, ese sistema electoral refleja un alto grado de discrecionalidad que permite que los conflictos se resuelvan por la vía de acuerdos políticos, eso puede haber sido bueno o malo en un sistema que se remonta al siglo XVIII, pero estas elecciones han puesto en evidencia la urgencia de revisar las reglas electorales para conservar los principios democráticos definiendo con mayor claridad los métodos y, sobre todo, ampliando el espectro de fuerzas políticas que representen el gran mosaico sociocultural de un país con 200 millones de electores potenciales, donde casi la mitad es abstencionista, probablemente por falta de interés en las opciones que se les ofrecen.