JUEVES 16 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Sami David Ť

Tolerancia y gobernabilidad

La gobernabilidad del país está en tela de juicio. Y existen serios riesgos de confrontación social, sobre todo por el grado de beligerancia que empieza a tomar el sureste, especialmente en Chiapas, y el rebasado liderazgo del ámbito burocrático. Todo, desde esta perspectiva, es novedoso; todo está en tela de juicio. Etica y política confluyen en la condición humana, pero también en la sociedad donde se establecen. La ética de la responsabilidad y la ética de la convicción deben prevalecer para evitar que el poder sea rebasado, desfasado.

El presente político de México es inédito. Un gobierno dividido, la revisión y fortaleza del régimen de partidos políticos, un Legislativo que cada día asume su papel. Los hilos conductores del sistema político mexicano se han extraviado, un Ejecutivo rebasado por la misma dinámica sociopolítica; un nuevo gobierno aún no entronizado, pero que ya empieza a dar muestras de intolerancia y de rechazo a la clase trabajadora, ofrecen un panorama complejo y de ingobernabilidad.

Validada por los recientes acontecimientos, esta reflexión cobra ahora visos de realidad, puesto que la burocracia se presenta en rebeldía, exigiendo derechos y prerrogativas, legisladores priístas cuestionando al titular del Ejecutivo y el asunto Chiapas que amenaza con cobrar nuevo vigor. Con ello, la gobernabilidad se pone en entredicho.

Pero nuestro país no surge luego de cada proceso electoral, sino de la determinación de los ciudadanos para sacar adelante al país. Las instancias de gobierno deben ofrecer, y garantizar honestidad y confianza, certidumbre y honorabilidad; pero también sensibilidad y vigor social. Para que haya gobernabilidad, eso debe formular el nuevo titular del Ejecutivo, sin importar el signo partidista.

Democracia y desarrollo van de la mano de la gobernabilidad y de la transición. La vinculación de estos conceptos en tanto acción política, es insoslayable. Hay un hilo conductor que repercute en el compromiso ético, en la condición y dimensión humanas. De esta manera, la convivencia en México es factible. Pero la democracia no significa la emisión del sufragio. Representa un modo de vida. Significa respeto y tolerancia. Pero también libertad en su más profunda acepción. Significa además espacios para ejercer esa libertad.

La nueva conformación de fuerzas en nuestro país exige con mayor urgencia de la entrega y la convicción ciudadanas, de la sensibilidad social. La gobernabilidad, la estabilidad del país es lo prioritario ahora. Pero también la respuesta coherente del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Por eso es urgente defender los espacios democráticos obtenidos a través del voto.

Aglutinar a la autoridad formal y a la ciudadanía con el propósito de orientar su acción y deseos de justicia social es el trabajo que debe realizar el PRI ante sus conciudadanos. Ofrecer respuestas coherentes a las exigencias y demandas no sólo de los electores, sino del conjunto de la sociedad, de manera que la colectividad intervenga directamente en el perfeccionamiento y en la acción de las instancias de gobierno, es más que un imperativo. Si la sociedad mexicana está dispuesta y exige participar, es necesario que defendamos nuestros espacios para fortalecer al priísmo, para incrementar la cultura democrática participativa como práctica cotidiana.

Es urgente, entonces, invocar la madurez de los dirigentes y líderes sociales para que su trabajo y entrega permanentes nos permitan el reencuentro del PRI con la sociedad a través no sólo de la organización comunitaria, sino del espíritu y vocación de servicio, columna vertebral de todo luchador social y de la plataforma política del partido. Todavía es tiempo de dar cauce natural a la participación ciudadana en la toma de decisiones. He aquí las nuevas alternativas del priísmo en el diálogo político-social de nuestro país. Urge nuestra agenda política y estrategia para el nuevo tiempo.