JUEVES 16 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Sergio Zermeño Ť
Claridad
Un asunto comienza a desorientar a la opinión: el exceso de propuestas del foxismo, sus contradicciones y el que las más importantes de ellas, ante tal saturación de la ciudadanía, puedan ser bloqueadas por la nueva legislatura. Dicho con más precisión: no es malo que haya iniciativas, entendemos que en todos los procesos políticos hay hasta cierto punto una distancia entre los discursos de campaña y los proyectos ejecutivos, pero el problema es cuando no existe jerarquía entre los grandes ejes que se nos proponen.
En lo económico, por ejemplo, todos sabemos que tiene que haber una reforma fiscal, pero no se entiende por qué echarla a andar sobre el ambulantaje o los medicamentos y los alimentos que todos consumimos (Anatole France desconfiaba de "las leyes que prohíben a pobres y a ricos, por igual, dormir por las noches debajo de los puentes"); se entiende mal, igualmente, cómo se van a acoplar los grandes capitales, invitados de lujo de todo proyecto en nuestra época, con los changarros (la pequeña y la microempresa); se escucha que Progresa y otros programas de asistencia a la pobreza extrema se duplicarán cubriendo a 4 millones de familias mexicanas, amainando la desbandada de los 20 millones de inservibles mexicanos maiceros; que el petróleo y la electricidad no se privatizarán, pero que se abrirán más a la iniciativa privada (asunto para la semiótica y semiología), etcétera.
En lo político (las bisagras entre la voluntad del poder y los grupos y personas de la sociedad civil) atestiguamos con asombro una retórica contradictoria: combate al corporativismo, su corrupción y su ineficiencia (en el discurso), pero tolerancia para la estructura sindical heredada por los regímenes de la Revolución y su control gangsteril (La Güera Rodríguez); lucha contra el verticalismo y la manipulación de los partidos de masas, en primer lugar contra el PRI, y en alguna medida también contra el PRD, pero un gran pavor a su desintegración, a su tribalización: más vale poderosos Madrazos en Tabasco, en otras regiones y al frente de un PRI acotado, que la proliferación de las bandas de Chenalhó y Chimalhuacán; mejor un López Obrador con autoridad gobernando el DF y hasta el PRD, que guerras locales entre delegados, facciones partidistas y tribus de comités vecinales... Se entiende que la gobernabilidad en un momento de grandes cambios depende de mantener algunos puntos de apoyo, que no se puede cambiar todo en medio del salvajismo globalizador y su tremendo desorden, pero también es cierto que los ciudadanos, los que van a constituir la base legitimadora de los nuevos proyectos, necesitan claridad, un número reducido de ejes jerárquicamente más elevados para poder orientarse.
Ahora bien, es obvio que los ejes legitimadores de este principio de siglo no son los mismos del ascenso del neoliberalismo. Hoy no es el discurso de la economía el que moviliza, tampoco el de la política como en los setenta y antes. Cuando el socialista Jospin ganó en 1997 las elecciones para gobernar Francia, lo hizo con un discurso que privilegiaba la vida de las personas en ese momento y no en el futuro: qué hacer con los desempleados para que tuvieran algún ejercicio laboral en el plazo más corto, qué actividades remuneradas podrían desempeñar los jóvenes, cómo capacitarlos y darles educación sabiendo que no tendrían con qué pagar, cómo mejorar la situación de los barrios pobres de las grandes ciudades y de los inmigrantes, etcétera. Ahí están los ejes jerárquicos más poderosos de nuestra época: disminuir las desigualdades vía el empleo remunerado (lo más competitivo posible, por supuesto, pero también protegido); reconocer integralmente la cuestión indígena; dirigir recursos generosamente, como se prometió en la campaña para la educación: amplia, gratuita, de calidad, cibernética y personalizada (quiere decir sin estar pensando en cómo recuperar lo gastado); luchar contra la corrupción y por una procuración de justicia, que no busque sólo chivos expiatorios... Economía y política al servicio de la sociedad, de lo humano, de los 72 millones de pobres, y no los programas sociales y educativos para apuntalar la acumulación. Ya se fue el PRI, y en eso hemos ganado, pero si el foxismo no entiende las nuevas jerarquías, el camino está abierto para un centro izquierda inteligente.