MIERCOLES 15 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

Elecciones comparadas

Al terminar de escribir la Constitución de Estados Unidos en Filadelfia, Jefferson dijo, dirigiéndose al pueblo estadunidense: "aquí tienen una república, ahora manténganla". Y, en efecto, eso han hecho sus descendientes durante más de 200 años. Un logro nada despreciable que los pone a salvo de esa crítica ramplona de mentecatos y envidiosos que quieren igualar lo sucedido en ese inmenso país, y sus recientes elecciones, con lo que pueden enseñarles o de las que pueden burlarse cubanos, sirios, franceses o rusos. No se salvan de ello muchos mexicanos.

Los recientes acontecimientos poselectorales no reflejan un sistema fraudulento, ineficiente o tonto, sino uno bien arraigado en la conciencia colectiva de ese pueblo que, ante la emergencia, ha recurrido a la búsqueda del verdadero espíritu del voto por los caminos de la legalidad establecida, el respeto por sus autoridades constituidas, la discusión racional y abierta, las preguntas y respuestas informadas o la divulgación exhaustiva. En fin, por todos los medios asequibles con el objetivo de defender la voluntad soberana de los electores y, al mismo tiempo, empujar los intereses personales de sus candidatos y los partidarios de sus respectivas agrupaciones. Nadie puede alzarse, con bases éticas o funcionales, en contra de tal confluencia de realidades.

En un sistema altamente desconcentrado, donde cada unidad regional cuenta con sus propias normas, personal responsable y apoyos logísticos para celebrar y atestiguar una elección cualquiera, incluida la federal, es preciso acercarse con la debida prudencia y humildad para no ser inconsecuente; o peor aún, injusto, simplista y hasta tonto, al juzgar, de bote primerizo y por reveladoras analogías de los defectos propios, los fenómenos sociopolíticos en otras naciones. Sobre todo en una donde votaron alrededor de 100 millones de personas con medios tan diversos como el correo, Internet, lo manual o mecánicos de tarjetas perforadas. Que esta oportunidad de aprendizaje al observar lo que sucede en el norte no se convierta en otra ocasión para dar rienda suelta a los recelos, rencores, problemas colectivos no resueltos por heridas ancestrales o menosprecios infundados a los que les llegó la hora de la revancha intrascendente.

Nadie debe tampoco afirmar, por encandilamiento con lo moderno, con lo ambicionado, con lo ajeno, que el sistema electoral estadunidense es perfecto. Pensar que está diseñado a prueba de trampas, de errores de procedimiento, de intenciones perversas, de torpezas varias, es simple ignorancia o ingenuidad, y la terca pero implacable realidad puede, y les dará, tremendo machucón. Ignorar la historia documentada de fraudes rampantes y conductas gangsteriles o los errores garrafales de cálculo que han tenido lugar en ese país, es someterse al dictado que condena a repetir la historia de los malos juicios que nulifican el aprendizaje. Pero esta ocasión no cae en alguno de los ejemplos arriba mencionados. Es simplemente uno donde la reñida competencia ha puesto a prueba los mecanismos y recursos de toda la sociedad para enfrentar las emergencias a las que cualquier sistema está expuesto, por más que su diseño pretendiera eliminar los factibles empates o las conductas ineficientes y delictivas. La sociedad e instituciones de los estadunidenses están dando irrefutables pruebas de racional sanidad y de los reflejos necesarios para solventar lo inesperado. Y hacerlo dentro de la civilidad, apego a la ley y las tácticas partidarias para defender el interés propio y asegurar el triunfo de sus adalides. Acontecimientos que los tienen tan compungidos como enredados.

El aparato electoral mexicano, por ejemplo, no tiene las debidas y explícitas salvaguardas contra la posibilidad cierta de los empates. El caso Jalisco es una prueba cercana de lo que puede ocurrir con los, cada vez más comunes, cerrados resultados de las urnas. Ahí el PREP se acaba de caer, la CEE tuvo que reconocer su incompetencia y tardará bastante más tiempo, que en Estados Unidos, en saberse quién será el ganador. Ello, con seguridad, llevará a las impugnaciones, al escándalo de medios y la lucha en los distintos tribunales, ninguno de los cuales hoy está libre de mancha. Ojalá y no se termine en Jalisco como en Tabasco, abollando la confianza en los mecanismos para dirimir controversias. O se erosione, un poco más, la ya de por sí tambaleante capacidad de las instituciones para lidiar con los conflictos y las consecuentes protestas callejeras. Menos aún se desea que se eleven cadalsos para magistrados del tribunal superior que debe decir la última palabra.

El famoso Colegio Electoral (CE), en esa cantidad de personas que lo integran (540), da a los estadunidenses un mejor chance de cuidarse a sí mismos. Aunque no elimina del todo los riesgos de los empates, la disputa cerrada, el escándalo de medios onerosos para todos, las tácticas de dilación y la intromisión de autoridades ajenas a lo electoral. Se tiene, a continuación y en aras de su mejora, que el procedimiento estadunidense del voto indirecto (CE) es una reliquia del pasado. Reminiscencias de un temor elitista preservado que no se desprende del miedo a las pasiones populares. Una figura que ningunea la soberanía popular inmediata y daña el respeto al inalienable derecho enunciado como un ciudadano un voto que cuente y se cuente. Ya tendrán tiempo los vecinos para mejorar su tinglado electoral y empatarlo con esas sus actuaciones ciudadanas fundadas en la cultura del mandato directo, la responsabilidad local y la rendición de cuentas que se han dado, y en lo que creen con toda firmeza.