MIERCOLES 15 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Bernardo Bátiz Vázquez Ť

Los maestros de democracia

De Estados Unidos salen misioneros a todo el mundo para predicar esa especie de religión oficial que tienen y cuyos dogmas fundamentales, según dicen, son la democracia y la libertad.

De instituciones diversas, fundaciones, universidades y organizaciones no gubernamentales estadunidenses, vienen especialmente a los países de América Latina, pero también a Africa, a la Europa pobre y a Asia, predicadores a favor de la modernización de los congresos, observadores electorales y promotores del establecimiento pleno de la democracia y, de paso, favorecedores también de la apertura de los mercados y de la incorporación al mundo global de la libre competencia.

Muchos de estos predicadores, jóvenes universitarios o maduros académicos, creen de veras en la religión que predican; están convencidos de que el american way of life se sustenta en sus sólidas instituciones constitucionales y quieren compartir con los países pobres y débiles este privilegio. Están convencidos de que si países de modesta economía como México o Bolivia, El Salvador o Tanzania establecen formas modernas (según su propio concepto) de administración, gobierno y cultura saldrán de su postración y podrán transitar por los amplios caminos del éxito y el bienestar.

A estos predicadores convencidos, a estos distribuidores de brillantes ideas para democratizar al mundo, a quienes sin duda debemos agradecer su interés, les debe estar preocupando cada vez más lo que sucedió en las recientes elecciones del país modelo de la democracia; como a cualquier nación del tercer mundo, a los desenfadados ciudadanos de Florida y de Pensylvania le resultaron faltos de solidez sus políticos, tambaleantes sus sistemas de cómputo y frágil su exportable democracia.

Otros tenemos un concepto diferente de la libertad y visualizamos la democracia desde otro punto de vista; no podemos aceptar que haya una relación directa entre dineros gastados en campañas y votos obtenidos; percibimos que no es dable confundir una democracia con una plutocracia en la que están de más los políticos, o aspirantes a serlo, que no estén respaldados por una abultada cuenta de banco; pensamos que las últimas elecciones en Estados Unidos están manifestando al exterior lo que ya estaba latente y formaba parte de su sistema, y que hoy tan sólo sale a la superficie.

Emmanuel Mounier, el héroe de la resistencia francesa frente al nazismo, autor del Manifiesto a favor del personalismo, escribió lo siguiente: "La democracia fue estrangulada en su propia cuna por el mundo del dinero". Este francés lúcido y verdaderamente democrático, convencido de la dignidad de la persona humana y de su valor intrínseco, percibió con claridad el gran problema de la democracia: no basta que cada persona tenga un voto, se requiere también que en una verdadera democracia todos tengan similares posibilidades de dar a conocer sus puntos de vista y sus ideas.

Las falsificaciones democráticas en donde son el dinero y la publicidad mercantil los factores que inclinan la balanza a favor de uno o de otro, desprestigian los procesos y por ello hay cada vez más desinterés de los ciudadanos y menos confianza en los comicios.

Afortunadamente, nuestros maestros estadunidenses en democracia han mostrado su verdadera cara. En el resurgir de la política como quehacer del pueblo en su totalidad y no de unos cuantos, tenemos hoy la posibilidad de formar nuestro propio sistema y olvidarnos de los falsos predicadores que han demostrado que no son tan buenos como ellos nos dicen.

En México, desgraciadamente, los predicadores de la democracia nos han traído también sus métodos de anunciadores de feria o de vendedores de seguros, para convencernos de que la democracia es una competencia en la que los sombreros chistosos, los globos, los letreros luminosos y los eslogans ingeniosos, suplen las ideas, los principios y las propuestas. Estamos en la ocasión de hacer a un lado ese modo de hacer política y volver a lo nuestro: nuestra democracia que nosotros construimos y adaptamos a nuestras propias necesidades de pluralismo político y diversidad que hay en México. Ť

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