MARTES 14 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Ugo Pipitone Ť
EU: la reaparición de la historia
La frase mejor es la de Clinton: el pueblo ha hablado, ahora sólo hace falta entender lo que dijo. Lo que también podría decirse de los dictados de Dios o del palabrerío incoherente de un borracho. Hay aquí un velado reproche a electores que en lugar de votar a favor de los demócratas, como agradecimiento a diez años de crecimiento, crearon un empate absurdo cargado de retos a la ingeniería democrática del país y de consecuencias no necesariamente pequeñas para el futuro. Clinton expresó exactamente el punto: el asombro frente a una realidad contemporánea convertida en sibila cumana. Cuando la historia acelera sus cambios, las estructuras se desgastan y los comportamientos se vuelven incomprensibles. En nombre de este asombro, intentaré algunas observaciones.
Primera: Gore ganó en Nueva Inglaterra, en el medio oeste y en California. O sea, en las tres zonas que, en distintas épocas, fueron (y siguen siendo) los motores del país capaces de gestar crecimiento, bienestar y hegemonía mundial. Tres áreas geográficas que, con sus revoluciones técnico-económicas, produjeron en distintos momentos conflictos sociales que impusieron el Estado de bienestar como compromiso civilizado. Los demócratas no tienen en Estados Unidos la representación exclusiva de lo nuevo, pero, a diferencia de los republicanos, tienen menor resistencia a reconocerlo y a usar el Estado (o sea, el poder público) para contrabalancear los desequilibrios excesivos que el mercado crea con su propio dinamismo.
Segunda: el poder político se legitima o por sus gestas fundacionales o por su manejo silencioso, predecible y eficiente de los equilibrios entre las fuerzas políticas de un país. Dicho de otra forma: Estados Unidos podría estar acercándose a una crisis de legitimación. Cada día que pasa sin presidente electo aporta un golpe brutal a la conciencia colectiva basada en la confianza en la eficacia de las reglas del sistema. El ciclo electoral es un paréntesis de apertura del poder político a la voluntad popular. Sin embargo, si este periodo no termina rápidamente con la unción del nuevo depositario de la "voluntad colectiva", su prolongación supone mantener abierto el camino a tensiones locales o sectoriales que pueden ahondar la debilidad coyuntural del poder central y limitar su capacidad de regulación de los conflictos localizados.
Tercera: por ahí está naciendo una nueva sociedad que impone mirar el pasado-presente con una serie de preguntas en la cabeza. ƑCuáles instituciones, cuáles reglas necesitará este universo en gestación para expresar lo mejor de sí mismo en términos de calidad de la convivencia? ƑQué conservar, qué desechar, qué renovar del presente frente a esta nueva, proteica, realidad? Es evidente que estas preguntas son más pensables en una cabeza demócrata que en una republicana. Desde siempre, esta última está firmemente anclada a una visión de exclusiones sociales inevitables y lenitivos filantrópicos. Los demócratas, en cambio, siguen buscando (con vacilaciones y apocamientos periódicos) una modernidad no excluyente que no puede decir su nombre para no traicionar el mito americano de un individualismo hacedor de ganadores y perdedores. Sin considerar la mayor predisposición de los demócratas a reconocer en lo nuevo la existencia de espacios que requieren regulación para evitar que el vivir en sociedad sea un subsistir precario bajo el bombardeo fortuito de fuerzas incontrolables.
Cuarta: ƑSerá esta crisis de interregno americano, el factor que lleve a la conclusión del largo ciclo expansivo de los años noventa? Siendo que hacer historia desde la actualidad presenta algunas dificultades, limitémonos a decir que, si esto ocurriera, podría crearse la peor situación posible: recesión económica con crisis de legitimación del sistema político. No estoy diciendo que la sociedad estadunidense vaya hacia ese desastre (cualquiera que lo diga, o lo excluya, es un tonto) pero sí hacia tensiones estructurales inéditas cargadas de consecuencias.