Campesinos en tránsito
Armando Bartra
Roberto Cantoral. La barca
El campesino desarraigado está como "colgado"
entre dos mundos que en realidad son uno solo.
Todas las grandes ciudades... atestiguan... que
los campesinos se encuentran en el mero centro de un sistema
de dominación que sin embargo los excluye.
Claude Faure. El campesino, el centro
y la periferia
Las grandes migraciones son historia antigua, pero si en los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX marchaban principalmente de las metrópolis europeas a las colonias de ultramar, hoy se mueven a contraflujo: de sur a norte, de la periferia al centro, de los bordes rurales y subdesarrollados al corazón urbano del sistema. La humanidad, que en el pasado se desparramó por el planeta ocupando paulatinamente ámbitos de riquezas promisorias y tenue demografía, está regresando atropelladamente. En una suerte de colonización al revés, los pobres de África y el Oriente Medio se vuelcan sobre Europa Occidental: los iraquíes, afganos y curdos a través de Turquía; los africanos del norte y el occidente cruzando el estrecho de Gibraltar. Mientras tanto, en América, los del sur emprenden la larga marcha a la tierra prometida del gabacho: los mexicanos se agolpan a orillas del río Bravo o de la cerca metálica fronteriza, y lo mismo hacen guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses, panameños. Por un flujo poblacional semejante, las grandes ciudades del subdesarrollo devienen andrajosas megaurbes atestadas de emigrantes. En América son Sao Paulo y México D.F., con cerca de 20 millones de habitantes cada una. De Egipto hacia el oriente los grandes hacinamientos son Manila, con alrededor de 20 millones de pobladores; El Gran Cairo, con 15; Yakarta, con 14; y por el estilo Bombay, Shangai y Estambul, engrosadas día tras día por ríos de damnificados sociales.
Es la globalización de a pie, la mundialización plebeya. Al tiempo que la industria trasnacional de origen norteño segmenta procesos productivos desperdigándose por los cinco continentes y el capital financiero que fuera metropolitano recorre el planeta lucrando instantáneamente a través de la red, millones trabajadores harapientos se desplazan en sentido contrario por las polvosas veredas del éxodo.
La implosión poblacional que está vaciando los campos y retacando las ciudades es estructural e histórica, pero responde a diversos motivos inmediatos: guerras, sequías, hambrunas, persecuciones, limpiezas étnicas o políticas de ajuste estructural. Es una diáspora variopinta donde se entreveran pobreza moderada y miseria terminal, ilusiones y desesperanzas, nómadas urbanos y excluidos rurales; pero muchos emigrantes, la gran mayoría, son campesinos desplazados.
Economía doméstica autosuficiente y comunidad
agraria cerrada no definen ya, si alguna vez lo hicieron, al labrador realmente
existente. Los campesinos del milenio son nómadas, dislocados, transterritoriales.
Y sin embargo permanecen campesinos, pues para las comunidades a la intemperie
preservar la identidad es asunto de vida o muerte.
Pata de perro
El 25 por ciento de los mexicanos vive en el campo, y una proporción semejante existe entre trabajadores agrícolas y no agrícolas. Sin embargo, en nuestra cuarta parte campesina se concentran las dos terceras partes de la indigencia nacional.
Pobres siempre han sido, pero en los tres últimos lustros las políticas públicas mercadócratas han buscado premeditadamente la ruina del México rural. Con el argumento de que la enorme mayoría de los pequeños productores agrícolas es redundante por no competitiva, desde los ochenta se desata una desmesurada y unilateral desregulación agropecuaria; una reconversión que debía potenciar nuestra ventajas comparativas con vistas en la globalidad. Y en efecto, la producción de frutas, hortalizas y otros cultivos exportables, le ganó terreno a la cosecha de básicos. Pero el saldo negro es mayor, pues las importaciones alimentarias crecen y se abisma el ingreso campesino. En la debacle, la sobrevivencia de las familias rurales depende cada vez menos de la parcela y más del comercio, de la artesanía y del jornal; sobre todo del jornal.
Y el campesino --de por si pata de perro-- agarra camino con su itacate de clayudas. Migra el marido, la mujer, los hijos o toda la familia; por el rumbo o lejecitos; en vaivén o para siempre; hacia las pizcas o a la ciudad; dentro del país o de plano al otro lado. Múltiples y entreverados son los destinos, una y clara la tendencia: se migra de sur a norte, del surco a la banqueta, de mexiquito al gabacho, del infierno al purgatorio. Pero hasta en la de malas hay diferencias, pues el mercado del trabajo migratorio está segmentado y las expectativas de la diáspora laboral dependen de la capacidad económica y los conectes del aspirante.
Parias entre los parias son los asalariados estacionales de las pizcas: ochenta y uno de cada cien hogares de jornaleros son indigentes, dieciocho son pobres y sólo a uno le va bien. En cambio las familias que pueden financiar la migración laboral de uno o más de sus miembros tienen mejores probabilidades, sobre todo si el viaje es a Estados Unidos. Ingresar ilegalmente a ese país con los servicios de un pollero, puede costar entre uno y tres mil dólares, casi lo mismo que la dote para un casorio. Una inversión riesgosa y a veces de lenta maduración, pero que si todo sale bien deja una buena renta. Así, según las estadísticas, cincuenta y seis hogares con jefe de familia ausente son muy pobres y veinticinco son pobres, pero curiosamente diecinueve están por encima del nivel de la pobreza. Y es que las remesas que envían de regreso los migrados que ganan en dólares son del orden de los cuarenta mil millones de pesos al año, más de la mitad de lo que entra al país por inversiones extranjeras directas.
Por eso, y por que aquí las cosas van de mal en peor, todos los días ingresan a los Estados Unidos con la intención de trabajar unos mil mexicanos. Y viven allá cerca de nueve millones de personas nacidas en México, casi el 10 por ciento de nuestra población total. Antes migraban puros campesinos. Ahora ya no, también va gente de ciudad y bastantes profesionistas. Algunos encuentran empleo urbano en los servicios y las industrias más laboriosas, pero quizá la mitad se incorpora a los agricultural workers, entre ellos casi todos los emigrantes de origen campesino y el cuarto de millón de indígenas mexicanos que vive por esos rumbos.
En el cruce de los milenios, resulta que un segmento importante
del campesinado y una porción significativa de nuestros indios,
radican y trabajan del otro lado de la frontera. Y una parte no menos relevante
de las comunidades campesinas e indígenas que se quedaron, vive
con el alma en un giro; pendiente de las oficinas de correos y de telégrafos
a donde llegan las remesas que envían los de allá.
Comunidades topológicas
Y así como los nómadas de todas partes preservan las brasas de la identidad, los mexicanos transterrados se empecinan en seguir siendo mexicanos. Pero no sólo mexicanos; según el caso también campesinos, y oaxaqueños, y zapotecos, y yalaltecos... Por que entre nosotros la diáspora no es muerte u olvido de la comunidad originaria, es fundación de una nueva comunidad multiespacial.
Son tiempos de traslape de economías, grandes circuitos poblacionales, promiscuidad cultural, ensamble de imaginarios, entreveramiento de significados. Y los peregrinos del milenio viajan pelando los ojos pero con el costumbre a cuestas. Cosechando en El Carrizo, en San Quintín o en el Imperial Valley; avecindados en Los Angeles, en Chicago, en el valle de Chalco o en Netzayork; los trasterrados se las ingenian para saborear clayudas, suaves o correosas con tasajo; le ponen machaca o chilorio a las de harina; preparan gorditas, pellizcadas, memelas, garnachas, salbutes, pastillas, chalupas o corundas; quién sabe de donde consiguen tlacloyos, totoposte, bicoles o ichúskutas; y si no desprecian un ron, un tequila o un cartón de cervezas, sin duda sueñan en tesgüino, comiteco, bacanora, sotol, batarete, refino yolispa, mistela, resacado, taberna, pitarrilla, tuba, charape, colonche, huazamoteco, mezcal de pechuga, y en los múltiples curados de larga hebra o en las exóticas garañonas; todo mientras entonan corridos, rancheras, huapangos, pirecuas y sones de todos los rumbos: huastecos, calentanos, jarochos, zapotecos, abajeños. Por que, donde quiera que estén, los transterrados son el otro México, la patria desparramada de la diáspora. Y este México, que remite a los regionalismos profundos, es de raíz campesina y rural, aun que resurja en Nezalitre o en Elei.
La comunidad transterritorial es un superficie topológica; un espacio social que conserva sus propiedades por mucho que se estire o comprima. No es novedad, ya lo sabía el descolocado argentino-francés Julio Cortazar, quien iba de la Galerie Vivien al Pasaje Güemes y de regreso, sin tener que cruzar el Atlántico. Y de la misma manera los mixtecos, zapotecos, mixes, triques y chinantlecos, de California, celebran la guelaguetza sin necesidad de pasar la frontera. Porque la contigüidad moral puede más que la distancia geográfica, y las ganas de festejar o la compulsión de servicio en los cargos tradicionales, son tan imperiosas en la Sierra Juárez o la Mixteca como en el Imperial Valley.
El mundo simultáneo de la riqueza digitalizada
que fluye por la red y el mundo contiguo de las comunidades topológicas
transterritoriales, son formas --aristocráticas o plebeyas-- de
abolir el espacio tradicional, son los saltos cuánticos del nuevo
capital y del nuevo trabajo, son modos de la inédita globalidad.
Transterrados del mundo uníos
Así como los nómadas se echan al morral la identidad, los pueblos dislocados se organizan por sobre las distancias.
La red que protege a los forzados trapecistas indígenas en sus mortales saltos al noroeste o a Estados Unidos, empieza por la familia ampliada y la comunidad, luego reconstruye la cohesión de las antiguas naciones en torno a su lengua, y a veces también forja solidaridades por entidad federativa, casi inconcebibles en el estado de origen.
Así nació el Frente Indígena Oaxaqueño Binacional (FIOB), que cuenta con representaciones en Los Angeles, San Diego, Fresno y el San Joaquín Valley, en California; en Tijuana y San Quintín, Baja California; y en Valles Centrales, Sierra Norte y Mixteca, en Oaxaca.
La masiva migración oaxaqueña a los Estados Unidos es relativamente nueva, pero desde fines de los setenta comenzaron a formarse agrupaciones locales como la Unidad Mixteca Tequistepec, integrada por paisanos de este municipio, y el Comité Cívico Popular Mixteco, con trabajadores provenientes de San Miguel Tlacotepec, entre otras. Diez años después ya había convergencias, como el Primer Encuentro de Organizaciones Mixtecas en California, de 1985, y la constitución de la Asamblea Mexicana por el Sufragio Efectivo, formada en el mismo estado durante 1988, para defender el presunto triunfo electoral de Cuahutémoc Cárdenas, candidato a la presidencia de la República. Al calor de la repulsa a los festejos del llamado encuentro de dos mundos, se fortalece el indianismo, y en 1991 nace el Frente Mixteco-Zapoteco Binacional, que en 1994 se transforma en FIOB, pues se habían incorporado chatinos, triquis, mixes, y otros. El FIOB ha sufrido desprendimientos, como el que derivó en la constitución de la Red Internacional de Indígenas Oaxaqueños (RIIO), pero también forma parte de frentes más amplios, como el Consejo Indígena y Popular Oaxaqueño, Ricardo Flores Magón, integrado en 1997, y el Congreso Nacional Indígena, donde se condensa la nueva efervescencia étnica despertada por los proverbiales 500 años y catalizada a partir de 1994 por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
La defensa de los derechos laborales de los migrantes es el punto de partida, pero pronto la actividad de las organizaciones binacionales se extiende a todos los temas sociales, políticos y culturales que incumben a los transterrados. Y con el tiempo la organización oaxaqueña en el exilio refluye a las comunidades de origen. Así, RIIO forma un Centro de Desarrollo Rural e Indígena (CEDRIC), en San Pablo Mixtepec, y el fiob participa en el Fondo Indígena Binacional, que ofrece financiamiento a las comunidades de los migrantes.
No extraña que embarnezcan las organizaciones oaxaqueñas transterritoriales, si tenemos presente que uno de cada cuatro nacidos en antigua Antequera no vive en el estado, y que uno de cada cuatro oaxaqueños peregrinos radica en Estados Unidos. En los valles de Culiacán, Novolato y El Carrizo, en Sinaloa, los de Oaxaca son los fuereños más numerosos; y lo mismo sucede en los campos agrícolas de la ruta de los golondrinos: Sonora, Baja California y Baja California Sur, mientras que en la vecina California los jornaleros provenientes de la entidad sureña pasan de cincuenta mil en la temporada de cosecha. Y todos son oaxacos o oaxaquita, obligados a erguirse y acuerparse para reivindicar su dignidad y su condición de oaxaqueños, de mexicanos, de personas.
A los indios se les da la organización, pero las
comunidades topológicas y los agrupamientos transterritoriales,
también cunden entre mestizos. Los campesinos zacatecanos son migrantes
antiguos, y cuando menos desde los sesenta están organizados en
clubes sociales. Agrupamientos de carácter local, que en 1997 integran
una confederación, con alrededor de cuarenta mil afiliados y representaciones
en Los Angeles, Chicago, Oxnard, Denver, Dallas, Austin, Las Vegas, Atlanta,
Houston y Waico. Y si los oaxaqueños repelan por el aniversario
del encontronazo de dos mundos y celebran la guelaguetza, los zacatecanos
le ponen monumentos en Los Angeles a Ramón López Velarde,
el poeta de la Suave Patria mestiza, y eligen Señorita Zacatecas;
que no sólo el México indígena es profundo y también
los mezcladitos forman parte de la gran nación desperdigada.
Referencias:Bartra, Armando: "Sobrevivientes, historias en la Frontera", en Cuadernos Agrarios número 16, junio 1998, México.
Cortazar, Julio: "El otro cielo", en Todos los fuegos el fuego, Sudamericana, 1971, Argentina.
Faure, Claude: "Los campesinos, el centro y la periferia", en Sociológica, año 5 número 7, mayo-agosto 1990, Universidad Autónoma Metropolitana, México.
Hernandez Díaz, Jorge: "Organización de los migrantes oaxaqueños. El caso del Frente Indígena Oaxaqueño Binacional", en Cuadernos del Sur,
año 6, junio de 2000, Oaxaca, México.Moctezuma Longoria, Miguel: "La organización de los migrantes zacatecanos en los Estados Unidos", en Cuadernos Agrarios,
nueva época, número 19-20, año 2000, México.Varese, Stefano: "Migrantes indígenas mexicanos en los Estados Unidos: nuevos derechos contra viejos abusos", en Cuadernos Agrarios,
nueva época, número 19-20, año 2000, México.
Este texto forma parte de Estado del Desarrollo
Económico y Social de los Pueblos Indígenas, Vol II.México,
INI-PNUD, de próxima aparición.