LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť José Cueli Ť

šEugenio de Mora de Toledo!

Cabían en el aire los olés y el desgarramiento de los aficionados, reclinados ante la torería de la Plaza México -a la que por su boca abierta se le escapaba el alma-, se cimbraba como un latido cuando el torero Eugenio de Mora, con mano izquierda sobre la muleta, tenía pálpitos toledanos, mientras el fuego discurría por el redondel en sus series de pases naturales.

Rendido el bobalicón novillo de Javier Garfias dominado por el torero, era un asombro colmado por el tacto con que era mecido, suave, suavecito, al embestir con la delicadeza a la que obligaba el mando con el que era embarcado y templado, de dentro a fuera y de fuera a dentro, clásicamente, merced al giro quebrado de la muleta del que simplemente había toreado transmitiendo su Toledo al tendido.

šQué guapamente se enrosacaba al torillo hilvanando los pases naturales a los pases de pecho inacabables! šQué lento lo paseaba en el centro del redondel enhilado a la roja tela! Los aficionados cantando al consagrador grito de olé con mucha fuerza, emocionados ante la belleza del diestro nacido en Mora de Toledo, que destapó el frasco de las esencias toreras. Con andanares de paso doble, se adornaba en el final de la faena, con los pases de pecho circulares y hundía al torillo en el fondo del redondel. La plaza era un coro estremecido, encadenado a la hondura del torear, ritmado al vuelo de su tierra natal, que le daban torería, iluminado de sí mismo.

Ondas de sal sonaron en el viejo coso de Mixcoac, y en la noche encandilada de luminarias, Eugenio de Mora, con el rostro desencajado, no podía contener la emoción. Bajo el traje de luces iba sus ayes bebiendo y en la extasiada cumbre del delirio llegó al callejón mirando el aletear de miles de pañuelos que demandaban la anhelada oreja del torillo.

En el ruedo quedó la sangre del menso novillón que fue paseado en triunfo. El humo de los puros subía de las barreras hasta el viejo reloj, impregnado de los redondos y doblones, que ahí quedaron para el recuerdo. La emoción del torear y citar a la justa distancia; embarcar, templar y mandar sin enmendar, en pases naturales que son la verdad del toreo. No el derechazo ventajista, anquilosado que nos endilgaron Monolo Mejía e Ignacio Garibay a una novillada mansa, mensa, sin emoción, que se dejaba torear y con la que se vio sobrado Eugenio de Mora.