La
lava que dejó Bajo el volcán ha formado legiones.
Esa obra maestra novelística del camarada Lowry ha derramado su
magna magma también en otros recipientes literarios, entre ellos
otros libros, novelas, cuentos, cartas, poemas. Malcolm Lowry escribió
varios centenares de poemas. De hecho, se consideraba ante todo poeta y
a través de la poesía, de sus cavernas, vasos comunicantes,
cosmos subterráneos, es que hizo erupción Lowry en literatura.
Pero nunca publicó poemas. Su vida estuvo llena de proyectos inconclusos,
fracasos, malentendidos, chingadazos contra la pared. Su luminosidad era
el brillo de la posteridad, no el chispazo de una vida, y las vidas de
carne y hueso --lo sabemos-- son siempre cortas. Es breve la vida. Cinco
años después de su muerte, la esposa de Lowry, Margerie Bonner,
y un gran amigo del escritor finado, el canadiense Earl Birney, vieron
la tinta fresca sobre un volumen bello que ellos prepararon con los papeles
que dejó Lowry para ser eterno: Selected Poems of Malcolm Lowry,
publicado en 1962 por la editorial City Lights, que fundó ese gran
artífice de la poesía contemporánea que es Lawrence
Ferlinghetti. A partir de este volumen póstumo, ediciones Era --esa
impronta mexicana-- saca a luz un libro de muchas maneras bello, así
sea una belleza brutal como la poesía de Lowry. Entre otros valores
del volumen, su diseño, su cuidadosa presentación, su portada
que reproduce una obra de Vicente Rojo --ese otro artífice--, que
es edición bilingüe e incluye versiones al español de
dos de nuestros poetas mayores: José Emilio Pacheco y Jaime García
Terrés, además de --la mayoría en el libro-- Rafael
Vargas. Con la autorización de Era, ofrecemos a nuestros lectores,
a manera de adelanto, tres de los poemas de Un trueno sobre el Popocatépetl,
título de este poemario tan estrujante como hermoso. Un privilegio
bajo el volcán, sobre la lava hirviente. (Pablo Espinosa)
Un seco limón como una anciana bajo su rebozo encogida por el frío. Un blanco pilón de sal, y moscas que revolotean sobre la mesa naranja, lluvia, lluvia, un peón maltrecho Y una maltrecha pluma escribiendo palabras inclinadas. La guerra. Y afuera desvencijados tranvías y el repentino recuerdo del rostro de una muchacha en Hoboken una tortuga volteada, agonizando lentamente en el pórtico del restaurante de mariscos, la sangre le escurría de la boca al blanco piso, lista para los gusanos mañana. No habrá mañana, el mañana ha terminado. Trébol y aroma de pinos y hierba crecida y mole de guajolote y de pronto Inglaterra, un recuerdo de casa, pero entonces los mariachis, desentonados, pues el picudo pájaro del maguey ha levantado el vuelo, el mesero lleva un desbordante plato negro de emoción, el rostro del peón es un mazacote de vicio. Descartamos el estremecimiento del clima en esta horrible tierra del hombre semienterrado donde vivimos con Canuto, el reloj de sol y el huachinango, el leproso, el astroso, juntos en la torre verde, y cuando el sol se pone tocamos flauta y guitarra en el reloj de luna la canción, la canción de la eterna espera de Canuto, el error de mi espera, la flauta de mi llanto, prometido en matrimonio al vacío y la descarnada raíz y afuera la lluvia se desliza sobre el tren, sólo hay un hueco en mi alma dormida donde alguna vez se pavonearon tigres limonada verdes leprosos harapientos licores peras limpios pimientos y Leopardis rellenos; y el sonido del tren y de la lluvia en el cerebro... Tan lejos del granero y del campo y de la senda ? ¡esta pira de Bierce y trampolín de Hart Crane! Temo la muerte tan lejos de casa y de mi esposa e imploro por mi patética vida ?
"Hay que transportar un cadáver por express", dijo el Cónsul enigmático, despertando súbitamente.
Traducción de Rafael Vargas
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Más allá del volcán Popocatépetl negras nubes, presagio del relámpago, en formación avanzan contra el viento. Del mismo modo que, contra otra fuerza, como henchido metal, defiende el viento de la razón al corazón humano hasta que la locura va anegando a la mente agrietada. Mente que impulsa ya su propia inercia, pétalo desgajado de árbol fuerte, ¿en dónde arraigará sino en la sombra, la tiniebla final? Tomar las armas, defender al viento. Salmistas de la angustia, heredad humana, la razón permanece aunque abandone vuestra mente. La razón permanece con las aves blancas aves que vuelan contra el viento más alto que otro vuelo, donde Chéjov dijo que está la paz, en donde cambia el corazón ? y estalla el trueno.
Versión de José Emilio
Pacheco
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Está negro el volcán, y el trueno engulle las haciendas de pronto. Con esta oscuridad pienso en hombres que viven el instante de la generación, agachados, de pie, sentados, en cuclillas, extendidos, alados, millones de trillones de billones de hombres lamentándose cabe la exangüe mano de la mujer eterna. Miro sus órganos petrificados en una roca gigantesca, cayéndose a pedazos ya... Y esos llantos que son no sé si quejas de los moribundos o los gemidos del amor ?
Versión de Jaime García
Terrés
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