LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť León Bendesky Ť

Tensiones

Argentina se tambalea otra vez. Está llegando al límite la política económica que logró abatir la hiperinflación a principios de la década pasada. Esa política consistió en un estricto control monetario por la vía de una regla de convertibilidad que fijó el valor del peso, uno a uno frente al dólar, y de la rigidez fiscal para evitar los déficit públicos. El éxito para estabilizar la economía fue valorado y admirado por organismos financieros, bancos internacionales y muchos centros académicos, pero esa medida no consiguió crear un sistema productivo que garantizara el crecimiento y, sobre todo, produjera las condiciones de mayor ocupación y empleo para la población. Las condiciones de vida de una gran parte de los argentinos han caído a los niveles más bajos en muchas décadas y, de nuevo, hay expresiones de gran descontento que derivan en violencia, ahora en la provincia de Salta.

Desde hace un par de semanas se hacía cada vez más evidente que las tensiones económicas heredadas por el gobierno de De la Rúa eran insostenibles. Mientras se mantenía la imagen de una estabilidad monetaria y fiscal, se acumulaban los desequilibrios financieros, una de cuyas formas es la creciente deuda externa. Esto expresaba los fuertes desajustes internos de la economía argentina y aumentaba las presiones de los acreedores. El secretario de Hacienda dijo en Nueva York que habría que renegociar los vencimientos de esa deuda y que era necesario el apoyo de un nuevo préstamo del Fondo Monetario Internacional, y no pudo dejar de advertir que su país podría ser el detonador de la primera gran turbulencia financiera de esta década.

Al nuevo préstamo de 10 mil millones de dólares se le empieza a llamar ya como un blindaje financiero. Pero en el caso argentino, este blindaje no sólo parece ser una protección contra una nueva crisis económica, sino que aparece como una referencia más literal en el sentido de una coraza para un enfrentamiento violento. En efecto, la revuelta de Salta es ya un desbordamiento social ante el fuerte descontento por el desempleo y la falta de ingresos. Y uno de los compromisos que adquiere el gobierno para recibir los nuevos millones es el de mantener un estricto control del gasto público. La represión policiaca indica el margen tan estrecho que tienen los gobiernos para enfrentar la tensión social.

El estrecho margen político se corresponde con los límites de las políticas económicas que intentan imponer condiciones de funcionamiento que no se sustentan en la operación general de los mercados, en la asignación eficiente de los recursos y, especialmente, en la ampliación de las oportunidades y en el aumento del bienestar para la problación. Esas políticas económicas están concentrando fuertemente los beneficios del crecimiento y de la estabilidad que ocurren de modo episódico. El caso es que desde hace ya 20 años, economías como las de Argentina, Brasil o México, cuya mención sólo sirve para ilustrar lo que ocurre, se debaten entre el lento crecimiento de largo plazo, las crisis recurrentes y la mayor desigualdad.

Todo esto choca de frente con las visiones corrientes de la economía y con la falta de capacidad para imaginar formas de tratar el aspecto de la distribución. La política económica enfatiza la libertad de los mercados como una manera de alcanzar una mayor eficiencia, pero es tiempo de volver a reconocer que el equilibrio de los mercados no equivale necesariamente al de la economía. Esta discrepancia provoca la vuelta de la inestabilidad, de los desajustes y de las crisis. Y cuando se habla del desequilibrio de la economía es cuando emerge la cuestión social, esa terquedad como la de los desempleados argentinos de Salta que no quieren entender que ése es, precisamente, el papel que les toca en la estabilización económica, o sea, no tener un lugar en el equilibrio de los mercados.

Este último no es el primer paso para alcanzar el equilibrio de la economía. Y no es que la secuencia tenga que revertirse, sino que el modo de creación y distribución de la riqueza responde a otras condiciones más allá de la estabilidad de los precios y de la contracción del gasto público y del déficit fiscal. Esas son las bases que no se han construido en Argentina. El asunto tiene así una resonancia en México que se expresa en las acciones del banco central para controlar la liquidez y evitar la inflación (como la aplicación de los cortos y la contracción del crédito interno) y en el espejismo fiscal en el que nos ha metido la Secretaría de Hacienda, cuya única posibilidad es seguir restringiendo el gasto público.

Esa es la herencia que recibe el señor Fox, y no parece que lo haga con resignación, sino que incluso parece que su equipo económico lo acepta con agrado. Hasta ahora, el proyecto económico esbozado para aplicarse a partir de diciembre es muy similar al existente. Le falta mucha imaginación y audacia, y cada vez se ve más atrapado por los compromisos existentes. Me pregunto si hoy esta continuidad que se vislumbra en el terreno económico será un bien público, que es lo que se espera de la política económica. La gestión económica del presidente Zedillo no cumplió cabalmente con esa condición. Y hasta ahora, hay dudas de que el nuevo equipo esté por cumplirla.