LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Carlos Fazio Ť
Tiburones
Vicente Fox anunció que su gobierno emprenderá una guerra contra la corrupción. Dijo que meterá en la cárcel a "tiburones, peces gordos y pescaditos" que sean descubiertos desviando recursos o no tengan su changarro en orden. Como propuesta es buena, pero no es original. Forma parte de la letanía ritual de todo gobernante. Y puede estar reincidiendo en una falacia: cambiar todo para que todo quede igual.
Lo importante es saber si Fox quiere y puede modificar lo esencial: las bases de un Estado delincuencial y mafioso, con un pie en la economía criminal, que cuenta con una vasta red de cómplices públicos y privados que amasa cuantiosas fortunas explotando las mínimas reglas de un Estado de derecho que privilegia la corrupción, el soborno, la extorsión y la impunidad, y que usa la amenaza del asesinato como razón última para acumular dinero y poder.
Condenar al azar a algunos chivos expiatorios que merecerían ir a prisión --como ocurrió con Jorge Díaz Serrano, Joaquín Hernández Galicia (La Quina) y Raúl Salinas-- sólo sirve de coartada para todos los demás a quienes nunca nadie molestará. Para cumplir su nueva promesa, Fox y su entorno de banqueros, industriales y tecnoburócratas deberán renunciar a las formidables ganancias proporcionadas por la desvergonzada explotación criminal del mercado de la ley, fundado en la asociación de tres copartícipes: gobiernos, oligopolios y mafias.
Se trata de un sistema coherente vinculado con la expansión del capitalismo moderno. Negocios son negocios. La criminalidad financiera, como las otras formas del delito organizado, es ante todo un mercado próspero y estructurado, donde convergen la oferta y la demanda. Un nuevo mercado a escala planetaria, cuyo reconocimiento se teme porque constituye el lado oscuro de la mundialización económica y financiera, y recuerda de modo permanente una verdad que se preferiría ocultar. Las organizaciones criminales sólo pueden asegurarse el blanqueo y el reciclaje de sus fabulosas ganancias con la complicidad de los círculos de negocios (bancos y grandes empresas), la neutralidad de las instancias de regulación (órganos legislativos y de impartición de justicia) y la permisividad del poder político. El espejo del Fobaproa, demasiado cercano, exhibe la tendencia predadora, cleptocrática y finalmente mafiosa de los grupos gobernantes de México.
Esa colusión de intereses constituye un componente clave de la economía trasnacionalizada y el lubricante indispensable para el "buen" funcionamiento del capitalismo. El crimen se convirtió en una de las actividades económicas más florecientes. Según el Financial Times de Londres, con base en datos del Fondo Monetario Internacional, la masa de dinero sucio alcanza entre 590 mil millones y mil 500 millones de dólares.
Con un pie en la economía legal, ávida siempre de capitales a ser reciclados --después de haber sido blanqueados sin importar su origen--, la actividad criminal es ejercida por profesionales que incorporan todas las reglas del management moderno y saben explotar puntualmente todos los recursos que les ofrecen los desequilibrios económicos, políticos y sociales en cualquier parte del mundo. Un ejército de abogados, corredores de bolsa, gerentes de trusts y compañías fiduciarias, lobbystas expertos en técnicas de corrupción que hacen más eficaces y "presentables" las arcaicas formas de sobornos o comisiones ocultas, constituyen otro elemento clave para las mafias, que están dispuestas a pagar el precio de la operación de blanqueo y reciclaje del dinero sucio. Se estima que 150 mil millones de dólares son distribuidos entre las empresas en las cuales invirtieron --algunas trasnacionales-- y las redes bancarias que administran sus inversiones.
Para llevar a cabo su fabuloso saqueo, los cárteles y las mafias necesitan del poder del Estado y de quienes pueden suprimir o hacer inaplicables las reglamentaciones y paralizar las investigaciones, atenuando o amnistiando las eventuales sanciones. Por lo que otra parte del lubricante se destina a "financiar la democracia" y la corrupción de los partidos y los dirigentes políticos. A la fabricación de dirigentes políticos, la promoción de su imagen y al financiamiento de sus campañas electorales y sus "grupos de amigos". En ese engranaje, a cambio de una "ayuda" financiera, al poder político-burocrático le corresponde el papel de dar la ilusión de una lucha permanente --gubernamental, policial, judicial-- en contra de la criminalidad financiera (corrupción, tráficos, blanqueos), sin perjudicar el funcionamiento del sistema. Como advierte Christian de Brie, en nuestros días las campañas anticorrupción no tienen otro objetivo que el "buen gobierno" de una criminalidad financiera integrada a la mundialización de los mercados, bajo la batuta de la democracia más corrupta y mafiosa del planeta: la estadunidense. Lo que cierra el círculo perverso de tiburones, peces gordos y pescaditos; la alegoría foxista.