LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Paco Ignacio Taibo II Ť
Los monstruos en el clóset (versión 2)
Viajo a Mexicali invitado por la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) para dar un par de conferencias, pero sobre todo para desentrañar la extraña historia de las adolescentes expulsadas de una secundaria por depilarse las cejas.
Un artículo perdido en La Jornada me llenó de rabia: parece ser que las autoridades escolares panistas habían introducido un reglamento que castigaba entre los adolescentes que asisten a escuelas públicas a aquéllos que se pintaban el pelo o se lo rapaban y a las que se depilaban las cejas, mostraban el ombligo o la espalda desnuda, se maquillaban, usaban tacones o minifalda. Cuando comentaba esto en una mesa redonda en la ciudad de México, un joven dirigente panista aseguró que el asunto no era así, que no se trataba de las máximas autoridades del estado, sino de una asociación de padres de familia.
Mexicali sigue siendo, además del fin del mundo conocido, un paisaje desértico. No por eso me deja de gustar. Aquí se come la mejor comida china del país, y es como todo en esa frontera, ciudad terminal. Me gustaba de viajes anteriores el liberalismo de las costumbres, el carácter mestizo de ciudad-portaviones donde muchos llegan para irse y otros retornan tras haberse ido. ƑQué les estaba pasando? ƑHabía una regresión guanajuatense en esos lares?
Gabriel Trujillo, mi amigo y novelista de ciencia ficción, aventura una explicación: la derecha, amparada en dos periodos de gobierno estatal y en el reciente triunfo presidencial, se ha fortalecido enormemente en estos últimos años, es en la sociedad bajacaliforniana una minoría muy activa que tiene una enorme influencia en los medios. Me muestra unas perlas que ha incluido en su historia del periodismo local, artículos que hablan de la beligerancia de una derecha cerril. Hay uno que resulta fascinante por lo salvaje, se debe a la pluma de Anita B. de Ochoa en el periódico Crónica y se titula: "šViva la intolerancia!" donde truena contra el libertinaje sexual, los que no distinguen entre una acción moral y una inmoral y la homosexualidad.
El PAN parecía a la distancia un conglomerado de clases medias dotadas de un conservadurismo civilista que no se veía tan mal ante el monstruo del autoritarismo priísta. Ahora en su seno crece una derecha recalcitrante, con una demanda histórica pospuesta desde la guerra de Reforma y las guerras cristeras. Han salido del clóset del foxismo, se sienten expresión de mayorías silenciosas, se sienten triunfadores. Vienen por la revancha.
En la tarde me toca hablar ante los alumnos de la maestría de la UPN. Reitero mis argumentos: las minifaldas, los pelos pintados o rapados, las cejas depiladas, son los signos de identidad de adolescentes, son los tímidos intentos de establecer la diferencia generacional. Reprimirlos a la búsqueda de la uniformidad es mochar su rebeldía. Esta batalla se ha dado eternamente en los hogares mexicanos a lo largo de los siglos, lo preocupante es que el Estado intervenga sumándose a la represión. Es, sin duda, un ataque al derecho constitucional a no ser discriminados por sus apariencias.
Primero se censura a los adolescentes, luego se persigue a los maestros darwinianos, más tarde vendrán por todos nosotros. Les recuerdo a los maestros de la UPN que profesores, periodistas, intelectuales, tenemos la obligación moral de hablar por estos adolescentes que deciden traer la chamarra al revés, llegar a clases con tenis o depilarse las cejas.
El subcomandante Pancho Quevedo viene en mi auxilio para ofrecerles a los jóvenes argumentos de resistencia: No he callar, por más que con el dedo,/ Ya tocando la boca o ya la frente/ Silencio avises, o amenaces miedo.
El subprocurador de los derechos humanos de Baja California, Federico García Estrada, me invita a dar al día siguiente una conferencia de prensa en sus oficinas y me muestra un reglamento de una secundaria, que los alumnos y sus padres tiene que firmar si quieren que les acepten las inscripción.
El punto 7 del capítulo 2 obliga a los alumnos a "corte de pelo escolar, no maquillarse, no pintarse las uñas, no pintarse el cabello, el largo de la falda debe cumplir con las especificaciones que se les entregó en la ficha de inscripción" (misterio al respecto). El punto 8 del capítulo 3 establece que esas faltas se castigan con "suspensión".
Fijo de nuevo mi posición: un adolescente no será mejor estudiante, no disminuirá el interés que tenga en una materia por el color de su pelo o el largo de su falda.
El derecho a la apariencia es un derecho sagrado. En nombre de cada uno de estos adolescentes minifalderas o azul penocheados, tenemos que levantar la voz. Y decir que tienen derecho a la diferencia, que tienen derecho a la apariencia, que tienen que resistir ante la represión.
Dos días más tarde, el responsable de la educación superior en Baja California, el panista Juan Manuel Fregoso García, me contesta en los periódicos que no se trata de una medida general, que los reglamentos se elaboran en cada escuela y que "son positivos para la formación y las buenas costumbres de los estudiantes", que no deben aplicarse suspensiones y que estos reglamentos "son parte de la formación del alumno para que posteriormente pueda cumplir con los dogmas que dicta la sociedad". Y remata con una perla: "El que una alumna vista de manera discreta y acorde con su edad, le permite evitar ciertos riesgos".
Evidentemente, la polémica está abierta.
No es un dato menor. Forma parte de un paisaje en el que destruyen cuadros en León, declaran que hay que cerrar el paso a los hoteles que permiten convenciones de homosexuales en Cancún, intentan censurar exposiciones en San Luis Potosí, persiguen a las mujeres que quieren ejercer el derecho al aborto en caso de violación en Guanajuato. Un paisaje aterrador.