Hay una profunda ironía en el hecho de que una de las embarcaciones más sofisticadas de la flota más poderosa de la historia de la humanidad haya resultado seriamente dañada por lo que aparentemente era una lancha de fibra de vidrio cargada de explosivos. El atentado del día 12 de octubre pasado en contra el destructor USS Cole recuerda la y trágica futilidad de la línea Marginot con que los franceses soñaban detener cualquier intrusión germana en su territorio y que simplemente fue rodeada y burlada por las tropas nazis. El atentado en la capital yemenita de Aden contra el Cole, una embarcación valuada en más de mil millones de dólares, tuvo lugar justo cuando se intensificaba la violencia en Israel, Gaza y Cisjordania. Diecisiete marinos estadunidenses perdieron la vida, treinta y siete resultaron heridos y la embarcación sufrió enormes daños, al grado de haber estado a punto de hundirse. Pocas horas después de la explosión y sin evidencia del origen, identidad o motivación de los tripulantes suicidas de la lancha, los medios informativos estadunidenses y su coro internacional ya condenaban al villano favorito de la posguerra del Golfo, el millonario saudita convertido en guerrillero, Osama Bin Laden, que en las fantasías de la cia se ha transformado en la amenaza perfecta en contra de Estados Unidos. Otras voces veían en el atentado las huellas del grupo palestino Abu Nidal y no han faltado los que señalan como responsable al gobierno de Saddam Hussein. No obstante, pocos dudan que el atentado contra un barco que se dirigía a vigilar el bloqueo en contra de Irak haya sido cometido por terroristas islámicos motivados por la reciente matanza de decenas de palestinos y ciudadanos árabes de Israel perpetrada por el ejército israelí, así como por el interminable embargo genocida en contra del pueblo iraquí, que lejos de debilitar al nefasto régimen de Hussein lo ha fortalecido y se ha convertido en una siniestra campaña neocolonial angloestadounidense, que más parece un plan para especular con las reservas petroleras de esa nación.
La noticia del Cole llegó a las pantallas al mismo tiempo que las imágenes del linchamiento de dos soldados israelíes que supuestamente se perdieron y terminaron en medio de la procesión funeraria de Khalil Bader, un palestino muerto por balas israelíes en Ramalah. Nadie ha podido explicar cómo un automóvil civil tripulado por dos soldados pudo sortear la compleja red de retenes israelíes y palestinos que se interponen entre territorio israelí y Ramalah. La intersección de ambas noticias en el espacio mediático enfatizó el estereotipo de que los árabes son un pueblo brutal y sanguinario. Los medios informativos simpatizantes de Israel, todas las televisoras y casi todos los grandes diarios, contaban con que estas imágenes neutralizarían la poderosa secuencia de video de un padre que trata de proteger a su hijo de doce años de las balas israelíes hasta que el niño es asesinado y él queda mal herido. A su vez, las tomas del linchamiento y las del Cole servían de justificación para la represalia israelí que consistió en un "ataque quirúrgico" con misiles antitanques, helicópteros de combate y tanques en contra de varios blancos civiles en Gaza y Cisjordania, incluyendo la estación de radio a la que culpan en parte de la insurrección. Lo lamentable es que este bombardeo fue apenas el primero de lo que seguramente será un nuevo patrón de conducta israelí en contra de los palestinos en los territorios ocupados.
Sea quien sea que haya cometido el atentado en contra del Cole, lo cierto es que los beneficios para la causa "islámica" (si podemos hablar de tal cosa) son, en el mejor de los casos, simbólicos. En términos bélicos se trata sólo de una invitación a una represalia estadunidense.
El hecho de que el verdadero beneficiado por este acto haya sido Israel es en parte la razón por la que han surgido varias teorías conspiratorias que señalan que el atentado fue cometido por el Mossad o el Shin Bet, los servicios de inteligencia israelíes que han ganado fama por sus ingeniosos atentados, secuestros, asesinatos y demás actos criminales realizados alrededor del planeta. Independientemente de que esto sea verdad, es indudable que nada fue más oportuno para la imagen pública israelí en ese momento que una distracción del aborrecible y grotesco espectáculo diario de los soldados israelíes que disparan contra niños y adolescentes que les lanzan piedras. Tampoco debe olvidarse que no sería la primera vez que los israelíes atacan una embarcación estadunidense. Durante la guerra árabe israelí de 1967, el Liberty, un barco de investigación de la marina, fue supuestamente confundido con un barco egipcio mientras navegaba sobre aguas internacionales cerca de la península del Sinaí.
El conflicto en Palestina ha vuelto a encender la animosidad en el mundo árabe y en muchas partes del planeta en contra de la política israelí, sus métodos represivos y su política de ignorar toda resolución de la onu en su contra. No obstante, aun cuando es desmesurada, la violencia israelí a menudo es presentada en los medios estadunidenses como legítima defensa y respuesta a actos de provocación. Sistemáticamente se ignora que la población palestina está reaccionando a siete años de promesas no cumplidas, durante los cuales no sólo ha visto que los asentamientos ilegales de colonos en tierras ocupadas se han duplicado, el acceso al agua se ha hecho más limitado, sus casas siguen siendo confiscadas y demolidas a la menor provocación y cada vez les es más difícil moverse de sus pueblos y ciudades debido a la creciente red de carreteras exclusivas para los colonos judíos. Además, han sido víctimas de la corrupción, incompetencia y traición de la propia autoridad palestina.
El mantra repetido incesantemente es que Yasser Arafat rechazó la generosa oferta de Barak en la reciente cumbre de Campo David. Dicha oferta podría resumirse en la promesa de obtener el control del noventa por ciento de su propia tierra en Cisjordania, la transferencia a la entidad palestina de algunos barrios árabes de Jerusalén y el reconocimiento del Estado palestino con su capital en un suburbio de esa misma ciudad. A cambio, debían aceptar perder definitivamente la soberanía sobre las mezquitas de Haram al Sharif; que los asentamiento judíos en tierra palestina no fuesen desmantelados; no tener derecho de retorno para prácticamente ninguno de los 3.7 millones de palestinos que viven dispersos en campamentos de refugiados en países vecinos, y que los tres millones de residentes del nuevo Estado, protectorado o bantustán, siguieran sometidos a su virtual arresto domiciliario militar permanente, con el privilegio de servir como mano de obra barata para los israelíes.
Para entender la desproporción del conflicto basta con ver las cifras que arroja: cuando esto se escribe, más de 130 palestinos han muerto, entre ellos veintiséis menores de quince años, y ha habido más de cuatro mil heridos, cuyas dos quintas partes son menores de dieciocho años, la mitad víctimas de munición viva y no de balas de caucho. Muchos de los heridos tienen impactos de balas de alta velocidad en la cabeza y pecho, lo que demuestra que no se está cumpliendo con el supuesto cometido de tirar a las piernas. Además, ha habido un número sin precedentes de socorristas y conductores de ambulancia muertos y heridos.
No solamente la mayoría de los medios estadunidenses ha optado por culpar a las víctimas, sino que no son pocos quienes han adoptado la explicación oficial del gobierno israelí: los padres de los menores muertos tienen la culpa de haber perdido a sus hijos ya que, de hecho, los palestinos son capaces de mandar a sus hijos a morir para de esa manera tener mártires en la familia. Semejante explicación es, como dijo la legisladora palestina Anna Ashraoui, el epítome del racismo, de la deshumanización y del absoluto desprecio de los árabes por parte de los judíos.
A diferencia de su actitud en Kosovo, donde Estados Unidos y sus aliados de la OTAN intervinieron en los asuntos internos de un país soberano (Kosovo es parte de Yugoslavia), en este caso Estados Unidos se ha negado a criticar siquiera a un ejército de ocupación que utiliza artillería pesada para suprimir la legítima rebelión del pueblo conquistado.
Paradójicamente, sea quien sea que haya cometido el atentado contra el Cole, lo cierto es que este acto tiene el mismo espíritu de la lucha de David contra Goliat que los palestinos han convertido en su emblema desde la primera intifada, por lo que inevitablemente servirá de inspiración a su lucha. El Cole ha pasado a formar parte de la mitología libertaria de uno de los pocos pueblos que en el siglo XXI viven bajo la ocupación de un ejército invasor. Hoy, para todo mundo es claro que la violencia está muy lejos de terminar en el Medio Oriente. Hasta los pacifistas más entusiastas han perdido la esperanza de que el proceso de paz, por lo menos en su versión actual patrocinada por un mediador tan parcial como Estados Unidos, pueda reactivarse. Resulta trágico que el conflicto haya caído en un abismo de violencia que implica la pérdida de muchas más vidas palestinas (y quizá algunas israelíes). Además, la calidad de vida en Gaza y Cisjordania se deteriorará aún más, la naciente economía palestina se colapsará y se multiplicará el ya de por sí enorme número de extremistas religiosos de ambos bandos, capaces de justificar hasta los crímenes más infames como si se tratara de misiones divinas.