¿Pero trascender la obra literaria en qué sentido? En el sentido que ha señalado José de la Colina, al referirse al gran ensayo que dedica García Ponce al análisis de la obra de Pierre Klossowski, titulado Teología y pornografía (Editorial Era, 1975): convirtiéndose en cómplice de la obra y del autor, apropiándose de los elementos que le fascinan de ambos y, a su vez, extendiendo esa complicidad con el lector, como eternos círculos concéntricos, que tienen como pretexto una obra o un autor que terminan por fascinar tanto al ensayista como al destinatario del texto.
De esta forma, la de García Ponce como ensayista sería, al igual que su extensa obra narrativa, una "escritura cómplice" (de hecho así se llama la selección de textos que analiza su obra y que publicó Editorial Era en 1997) que se expresa una y otra vez en colecciones tales como Entrada en materia (UNAM, 1968), La aparición de lo invisible (Siglo XXI Editores, 1968), Trazos (UNAM, 1974), La errancia sin fin (Anagrama, 1981) e Imágenes y visiones (Vuelta, 1988), entre otros, en los que abarca una verdadera legión de autores y obras, reflejo de su avidez y curiosidad estética.
Nadie como García Ponce ha hecho honor en nuestro país al género inaugurado por Montaigne, cuya etimología se refiere a la acción de pesar algo y que, por extensión, significa "sentir en las propias manos el peso de las cosas". En su ejercicio ensayístico, García Ponce sopesa a cada autor y a cada obra desde su propia sensibilidad y experiencia, y somete sus reflexiones a un ritmo personal, a un movimiento, a un estilo único que invita al placer de la lectura y la contemplación. Todo ello corrobora la consideración que hizo alguna vez Octavio Paz en el sentido de que el yucateco "no es un ensayista que redacta novelas sino un novelista que escribe ensayos".
Como parte de la colección "Obras de Juan García Ponce", la editorial Joaquín Mortiz ha puesto en circulación las primeras dos entregas de Las huellas de la voz, colección de ensayos que aparecieron originalmente en 1982, en una versión ahora inconseguible de Ediciones Coma. En esa ocasión se editó en un solo volumen, pero ahora se ha decidido dividirlo en cuatro libros independientes.
Casualmente, casi al mismo tiempo se ha publicado otro libro de García Ponce, Tres voces, editado a todo lujo por Aldus, pero, a diferencia de la colección mencionada, en lugar de desmembrarlos, reúne ensayos sobre tres autores fundamentales en la obra del yucateco: Thomas Mann, Heimito von Doderer y Robert Musil. Ambas colecciones están unidas por la coincidencia temporal de su aparición, por la palabra "voz" y por la paradoja editorial de que mientras una obra se separa para darle un formato más manejable, otra se reúne para permitir la lectura conjunta de tres escritores a quienes García Ponce expresa su amor con la máxima claridad que se puede alcanzar. Explosión e implosión que marcan el ritmo de la curiosidad estética de este autor insoslayable para las letras mexicanas.
Para García Ponce, la voz es fundamental en la literatura, pues es lo único que distingue al escritor, su única defensa y su único asidero, "una misma voz que es siempre diferente y cuyas modulaciones y transformaciones" trata de "puntualizar quizá con la esperanza de mostrar su unidad dentro de la diversidad". Así, en cada colección de ensayos asistimos a la asamblea de artistas que García Ponce convoca bajo el influjo de sus múltiples voces y reverberaciones.
El primer volumen lleva el subtítulo de "Imágenes plásticas" y aborda la obra de pintores que lo han acompañado siempre y cuya aventura en busca de la expresión ha seguido muchas veces de cerca, tales como Balthus (víctima de su propio poder, que lo ha colocado fuera del tiempo), Roger von Gunten (que devuelve al mundo su coherencia y nos la entrega a través de la inteligencia y el poder emocional de los signos), Vicente Rojo (entregado a un hermetismo cada vez más estricto y volcado sobre sus propias leyes secretas), Manuel Felguérez (el aparente traidor de sí mismo que disimula una más alta forma de fidelidad), José Luis Cuevas (en cuya obra nada es verdadero sino la pertenencia a su propio mundo), Juan Soriano (la negación de cualquier identidad fija en favor de un fluctuante conjunto de emociones que luchan entre sí) y Rufino Tamayo (en quien subyacen un presente sin fronteras y un pasado cuyo signo es el del olvido), entre otros. Pero, además, como "la pintura invita a divagar", el autor aborda algunos temas abstractos siempre en relación con la pintura, entre los que destacan el tema de los escritores que pintan y el binomio formado por el pintor y la mujer.
"Todo es imagen", nos dice García Ponce: "El hombre ha sido capaz de mirar a su alrededor y reproducir e interpretar el mundo que lo rodea, antes aun de mirarse a sí mismo." Afirma que acercarse a la pintura puede ser una manera de afirmarnos como hombres al tiempo que afirmamos la realidad del mundo, y para ello no tenemos más que ejercer la facultad de mirar, "una facultad de la que el sentido de la vista nos hace dueños aún sin que nuestra voluntad intervenga: apenas abre los ojos todo hombre empieza a ver". De la misma manera, "en la pintura no se trata de entender ni de juzgar; basta con abrir los ojos y ver".
Siempre fiel a sí mismo y a sus obsesiones, García Ponce revela su "método" (por llamarlo de alguna manera) para adentrarse en la pintura, para penetrarla y hacerla suya: "El único requisito indispensable es nuestra voluntad de entrega. Hay que entregarse desarmados a los cuadros, sin ningún prejuicio, conscientes de que no es nuestra mirada la que va a darles realidad, sino ellos los que van a darle realidad a nuestra mirada al hacer posible la contemplación."
El segundo tomo se intitula "Imágenes literarias" y con él saltamos de la realidad de los colores y las formas a la realidad de las palabras. Aquí, a García Ponce lo estimulan algunos libros y algunos autores que también le son entrañables, casi todos ellos mexicanos e hispanoamericanos, con especial énfasis en la obra poética, de la que se ha revelado inteligente admirador y acucioso crítico. Junto a las de Gilberto Owen (el gesto huraño y el destierro permanente), Xavier Villaurrutia (la pura intensidad sin dueño que el lenguaje encierra en su movimiento sin fin), Octavio Paz (viaje por la esplendorosa multiplicidad de la experiencia) y Rubén Bonifaz Nuño (fuerza admirable del amor y continua presencia de la fugacidad), conviven las voces de Jorge Luis Borges (laberinto de inquietudes metafísicas y radical escepticismo), Luis Cernuda (lenguaje de pureza ilimitada y rumores secretos) y José Lezama Lima (oscuro, barroco, verboso hasta el delirio), que García Ponce se ha apropiado y transformado para trascenderlas y entregarle al lector la experiencia de sus resonancias y silencios.
"¿Quién habla cuando hablan los libros?", se pregunta García Ponce, y él mismo nos responde: "Habla la escritura. En la escritura, allí donde la palabra encuentra su voz convertida en un murmullo interminable, en un puro camino sin fin, que no se dirige a ningún lado y se recoge una y otra vez sobre sí mismo, volviendo siempre a empezar, el escritor y el lector se encuentran en su desaparición."
Simultáneamente a esta asamblea poética, García Ponce convoca también a sus pares narradores de estas y otras latitudes: Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Lawrence Durrell, Henry Miller, Felisberto Hernández, José Bianco, entre otros, con los que conversa y llega a la conclusión de que "la voz de la novela es el lenguaje de lo imposible". De la novela, de la literatura, del arte, nos atreveríamos a completar.
Es la historia de Paulina, la niña de origen humilde que emigró, junto con su familia, de Salina Cruz a Mexicali en busca de posibilidades de desarrollo que el mar no les ofrecía. Son los anhelados quince años de Paulina, con vestido y chambelanes guapos; es la montaña de esperanzas de padres y hermanos que confían en la alumna de buenas notas y que llegará a ser profesionista; es la niña que una noche se durmió soñando compartir un helado con sus amigas y que despertó con el peor ultraje que puede sufrir un ser humano: la violación.
Es el susto de Paulina, sus sobrinos y su hermana, víctimas de un hombre que ha visitado cuarenta veces la cárcel acusado de todo tipo de delitos y que goza de la libertad otorgada por un sistema judicial inservible para los ciudadanos. Un hombre adicto a la heroína y católico, a quien se le hace fácil disponer de la vida, del tiempo, del dinero de los demás de la manera más ruin que puede hacerlo ser vivo alguno. Un hombre que se multiplica en cientos o miles en este país y que acechan a su próxima víctima amparados por las leyes y por un gobierno que combate la delincuencia de manera ineficaz.
Es la negligencia de los médicos, funcionarios de gobierno cuyo sueldo y prestaciones pagamos con nuestros impuestos, quienes se negaron a practicarle un aborto a una niña de trece años, alegando que no están para matar a nadie, sino para preservar la vida. Los médicos que, a pesar de ser formados en la disciplina científica, se atrevieron a llevar a Paulina y a su madre con las autoridades de la Iglesia católica de Mexicali, para convencerlas de que estaban por cometer un grave pecado. Los médicos que, contra toda ética profesional, mintieron al decirle a la madre que si insistía en el aborto, su hija moriría, a pesar de que el procedimiento que debían hacerle a Paulina, el AMEU o aspiración manual intrauterina, no ha causado muertes ni efecto colateral alguno en quienes se ha practicado.
Es la desvergüenza absoluta de ciertos grupos radicales de la Iglesia católica que, "en nombre de Dios", amedrentan a una familia humilde y creyente, para decir que el aborto está en contra de los deseos del Creador y que, por tanto, estarán cometiendo un pecado sin perdón.
Es el mismo grupo que se opone abiertamente al aborto, como si le perteneciera el cuerpo y la voluntad de los millones de mujeres de este país que se presume laico y defensor de los derechos de las mujeres en numerosos congresos e instancias internacionales. El grupo que pega carteles en todas partes mostrando la imagen de un feto destrozado, pero que no se atreve a mostrar los rostros de dolor y desesperación de las mujeres violadas una vez que dan a luz.
Pero Las mil y una... también son la lucha de mujeres y hombres que se oponen a la injusticia y la impunidad. Es la valentía de Paulina y su familia para mostrarse a los medios y dar a conocer la infame historia que no debe ser callada. Es la defensa de la brillante abogada de Paulina, Socorro Maya Quevedo, que lucha por una pensión del gobierno de Alejandro González Alcocer, para la víctima y el hijo de ésta. Son los grupos de Católicas por el Derecho a Decidir y GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida), que forman un esplendente coro a la voz de Paulina, para que se tome conciencia de los temas tabúes en la sociedad: la violación y el aborto. Es la pluma de Elena Poniatowska que plasma otra injusticia de México, tan lleno de ellas en toda su geografía.
No faltaron voces cínicas que dijeran: "¿Un hijo a los trece? Por favor, mi abuela fue madre a los once y bien que le salieron diez hijos." Mas no se atreven a preguntar si esa niña, su abuela, fue violada, robada, humillada. Una mujer, hoy abuela, cuyos sueños fueron cortados con la crudeza de una guadaña al convertirse en madre tan temprano. Voces que no se detienen a pensar que esa niña violada pudo ser su hija, a la que le han festejado todas sus gracias, para la que no hay suficientes vestidos, muñecas y paseos. A la que se le ha planeado una mejor educación. Una niña que por la mañana jugaba con la Barbie y pedía permiso para usar minifalda, pero que puede despertar con el vientre fertilizado.
Otras voces, que se creen conocedoras de los más íntimos deseos, clamaron: "Una vez que le nazca el hijo, lo va a adorar", aun cuando saben que ese hijo no fue producto de la tan común "huida con el novio", de una unión inmadura pero llena del amor fantástico de la adolescencia, sino de un ultraje a la intimidad de una mujer. Si hubo voces que clamaron: "Vida para un ser que no tiene la culpa de nada", ¿podrán exigir cárcel perpetua para ese delincuente que ha estado preso decenas de veces? ¿Podrán reunir fondos suficientes para que la niña, a la que obligaron a tener el hijo, concluya su carrera y pueda brindarle una educación correcta a ese ser "que no tiene la culpa de nada"?
En cada hoja de Las mil y una... se escuchan los sollozos de Paulina niña, con su vientre redondo, con su cara morena y sonriente. Su risa, la risa de miles de mujeres que sufren violaciones y a las que se le niega el aborto, nos contagia y nos hace sonreír, a pesar de todo. Al ver las fotos donde aparecen Paulina y su familia, Paulina y sus amigas, Paulina y su hijo, uno se pregunta si de verdad Dios permite las agresiones al cuerpo infantil de su hija. Acabamos dudando si Dios existe cada vez que un niño hambriento extiende su mano para pedirnos "un peso para un pan" en el Metro, en el autobús o en los cruceros de esta ciudad.
Elena Poniatowska, Sherezada moderna, toma la palabra una vez más, se adueña del papel, abandera el caso Paulina y, con su ya legendario estilo en la crónica, nos recuerda que a este país le falta mucho para ser del primer mundo. Nos hace pensar que llevarlo hasta ese punto no será tarea del gobierno presente ni de los subsecuentes, sino de cada ser activo que luche día tras día en contra de las piedras del camino; será tarea de esa fuerza invisible y cada vez más amplia que se llama sociedad civil, representada en Paulina, que espera que su voz no sea una sola en este desierto azul que nos espera.
Orientada por esta meta, Cristina Rivera Garza ha logrado una proeza. Como doctora en Historia, domina a la perfección los cientos de datos que la ayudaron a construir un relato de época, pero lo interesante es que puso esa información al servicio de un estilo narrativo y lírico. Su proeza fue evitar la gran tentación del género y eludir sus pedregosos lugares comunes; desarrolló en cambio una prosa intimista, con referencias a objetos, lugares y costumbres que como detalles reveladores convocan solapadamente, por arte de magia y de palabra, los aromas y sonidos de una época. Entre sus muchos aciertos podemos mencionar la acumulación de datos breves, precisos, de registro informativo, que el lector recibe como una verdadera estampida de imágenes, y las también breves "historias de vida" que, insertas en el texto, convierten el derrotero de Matilde y de Joaquín en un centro lumínico hacia el que irradian muchas otras historias (aunque en este punto cabe cuestionar lo verosímil de ciertas coincidencias asombrosas en la trayectoria de los protagonistas). Rivera Garza renuncia a las morosas descripciones de la narrativa histórica tradicional y elige un lenguaje poético que nos acerca a experiencias excéntricas que también el lector ansía descubrir, atraído por la prosa cargada de incógnitas y seducciones. Nadie me verá llorar, se promete Matilde; y en el juego entre el ver y el oír, las palabras son mediadoras de esta historia "voyeurística" en que el protagonista-fotógrafo escucha la historia de Matilde intentando atrapar los momentos de vida que, como las imágenes, le revelen lo más íntimo, lo más verdadero de la mujer.
Cristina Rivera Garza elige indudablemente contar la historia de los otros, y en este punto se enlaza con cierta narrativa "de género" o "de clase". Pero lo hace sin estereotipos y sin militancias, tal vez porque la problemática de los límites entre razón y locura, el debate que subyace a lo largo de cada página, le da a la novela una profundidad humana que escapa a toda manipulación. Sobre el telón de fondo de las razones y las locuras, la autora nos invita a desconfiar de las primeras y a indagar las segundas. Después de leer la novela, estamos obligados a preguntarnos hasta qué punto las historias de los locos, de los marginados, de los que eligen el fracaso, aunque penumbras condenadas, iluminan contornos novedosos de la silueta de un país y de sus gentes.
Ensayo (literario)
- Intelectuales, Paul Johnson, traducción de Clotilde Rezzano, Javier Vergara Editor/Ediciones B, Buenos Aires, Argentina, 2000, 447 pp.
- Semblanza de Marte R. Gómez, Marco Antonio Anaya Pérez (coordinador), ciestaam, México, 2000, 190 pp.
Ensayo (político)
- El último gobierno del pri. Balance del sexenio Zedillista, Ana Alicia Solís de Alba, Enrique García Márquez y Max Ortegas (coordinadores), Editorial Ítaca, México, 2000, 253 pp.
- La anarquía que viene. La destrucción de los sueños de la postguerra, Robert D. Kaplan, traducción de Jorge Vidal, Ediciones B, Barcelona, España, 2000, 213 pp.
Filosofía
- Los caminos para la libertad. Ética y educación, Fernando Savater, Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey/Ariel, México, 2000, 112 pp.
Narrativa
- Amanecimos títeres, Héctor J. Ayala, Fondo Editorial Tierra Adentro/Conaculta, México, 133 pp.
- Cielito lindo, David Martín del Campo, Editorial Joaquín Mortiz, México, 2000, 222 pp.
- Los años siguientes, Berta Hiriart, Col. Los cincuenta, Conaculta, México, 2000, 158 pp.
- Nosotras que nos queremos tanto, Marcela Serrano, Editorial Punto de lectura, núm. 25, España, 2000, 437 pp.
Poesía
- La palabra sobrevive. Poemas 1986-1999, Carlos Fuentes Lemus, traducción de c.f.m., Col. Poesía, Seix Barral, Barcelona, España, 2000, 198 pp.
- Peleas, Félix Suárez, Col. Libros de la tribu 09, Conaculta/Fonca, México, 2000, 68 pp.
- Poesía, Roberto Carifi, presentación y traducción de Jeannette L. Clarion, selección y prólogo de Loreto Rafanelli, Ediciones Papeles Privados, México, 2000, 261 pp.