DOMINGO 12 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť El ex dirigente petrolero escribió sus memorias 


Salinas, entreguista; Zedillo, rajón; Fox, honesto: La Quina

Ť Descarta su apoyo a Cárdenas como razón de su encarcelamiento;  lo atribuye a una autonomía incómoda del sindicato y diferencias  personales con el anterior mandatario Ť Mostramos que es posible  mejorar las condiciones de la clase trabajadora, dice
 
Ť Confía en que su libro será ejemplo para otras organizaciones laborales

César Güemes, enviado, Cuernavaca, Mor., 11 de noviembre Ť Hasta 1989, luego de más de tres décadas en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, fue uno de los personajes más poderosos e influyentes en las decisiones laborales y políticas del país, apenas abajo de Fidel Velázquez.

Hoy es un hombre de casi 80 años, nueve de los cuales los pasó encarcelado por las acusaciones que en su contra se formularon pocos días después de que Carlos Salinas de Gortari tomó posesión como presidente del país.

Joaquín Hernández Galicia, La Quina, ha escrito un libro que esta semana comienza a circular, Cómo enfrenté al régimen priísta. Memorias, editado por Océano. Ese es el motivo de la entrevista con quien, soldador de oficio, aún habla en plural cuando se refiere a sus actos, como si estuviera delante de una masa de escuchas. Rodeado de fotografías familiares en donde usualmente aparece él, gusta de respuestas amplias, manotea, se levanta, camina y no permite con facilidad ser interrumpido en su discurso.

Por el momento se encuentra en esta ciudad bajo un arraigo. No puede salir de ella sin autorización legal y se entiende que está imposibilitado por razones similares para hablar de asuntos políticos. Su libro, su conversación, su actitud, sin embargo, dicen otra cosa.

-Al escribir un libro de memorias, lleno de datos, nombres y hechos, necesariamente actúa de forma política. No es un asunto literario ni un estudio social.

Rebate de inmediato. Toma la palabra y el micrófono:

-Eso piensa usted. Déjeme pensar a mí. Creo que esto es escribir la historia de un programa de trabajo de muchos hombres para contener las alzas de los precios. Lo logramos con éxito. Y relatar esa parte del pasado no implica que tenga forzosamente que opinar sobre el presente. Si el libro tiene repercusiones sobre lo actual, qué bueno, para que aprendan otras organizaciones que sí se puede combatir la crisis y la carestía con eficacia. Podemos acabar con el hambre del pueblo y administrar al país mucho mejor que el Estado. Podemos tener independencia de vestido, calzado y casa si el pueblo mismo administra sus ahorros y construye su patrimonio.

-Habla usted en presente y en plural, toca la vida cotidiana de hoy y lo hace con el tono y la intencionalidad de un líder sindical. Tal parece que La Quina se impone a Joaquín Hernández Galicia.

-Ya no soy dirigente; lo fui. Hablo con la experiencia de lo que logramos, que el salario rindiera más, contuvimos los precios y la carestía para que el pueblo tuviera equilibrio social. No debemos trabajar para un gobernante sino para el pueblo. El gobernante debe hacer lo mismo, no poner al pueblo a que labore para él, como fue el caso de Salinas de Gortari y otros antes que él, salvo excepciones de presidentes que fueron nacionalistas, que no vendieron pedazos del país y lograron una economía equilibrada. Hablo de los tiempos de Ruiz Cortines y López Mateos, cuando la inflación no pasaba de cinco o seis por ciento anual.

Mi apoyo a Cárdenas, una falacia

La historia que Hernández Galicia relata sobre las metas y logros alcanzados, una suerte de comuna autosuficiente en relación con el país, suena idílica de tan bien conseguida según sus palabras.

-Si el estado de cosas que ustedes lograron era, desde ese punto de vista, tan próspero, ¿por qué se cayó?, ¿a quién le molestaba?

-A Carlos Salinas de Gortari. A él, enemigo de los obreros y de la patria, antinacionalista, entreguista y sostenedor del capitalismo salvaje, no le convenía un ejemplo de autonomía económica. No digo de mí, sino de un grupo de hombres que formamos el plan de trabajo que explicaba al principio. A Salinas no le convenía que nuestro sindicato fuera ejemplo de que las demás agrupaciones y la sociedad mexicana pueden tener autonomía alimentaria y económica sin tantos impuestos como los que él impulsó.

-¿Había algo fuera de esa línea ideal dentro del sindicato?

-Bueno, por eso difundieron las partes malas que tenemos: la venta de plazas, la corrupción de algunos líderes o el derroche de varios dirigentes, situación que lamentablemente no podía estar yo combatiendo. Si ni Cristo pudo vencer la corrupción, yo menos. Pero logramos el éxito, por eso Salinas nos destruyó.

-Cuando lo acusan penalmente e ingresa a la cárcel, su vida personal y familiar se fragmenta. ¿Hubo un encono personal del ex presidente hacia usted?

-Yo creo que él lo agarró personalmente. Cuando fue director de Programación y Presupuesto, chocamos mucho. Me recortaba los presupuestos para la reparación de las plantas o se dejaban incompletas, por eso volaban por los aires; ahí quina1 están Cactus o San Juanico. Hubo entonces un negocio tremendo porque se compraron plantas descontinuadas que aparecían como nuevas. Así que nuestros productos salían al mercado con un costo mayor en comparación con los venezolanos, que sí compraban sus refinerías recién hechas. Y además se excedieron en personal burocrático y tecnocrático, con los mejores salarios, bonos trimestrales, viáticos anticipados, aguinaldos fabulosos... en fin, una casta de zánganos que creció en Pemex y que absorbían la inversión para ampliar o reparar las plantas. Por eso chocábamos fuerte Salinas y yo.

-A estas diferencias que pasaban, ¿le añadiría más ruido la posibilidad de que usted hubiera apoyado al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en su campaña presidencial?

Se levanta. Da una breve y explosiva carcajada. Responde:

-Ah, cómo fregaron con eso. No lo apoyamos. Es más, yo me opuse a su expulsión del partido. Jorge de la Vega me mandó llamar para preguntarme qué opinaba de eso. Yo le dije que Cárdenas no era el único rebelde dentro del partido, sino que yo también porque no estaba de acuerdo en la forma que don Miguel de la Madrid estaba llevando el país, porque le abrió el mercado mexicano a los extranjeros. Cuauhtémoc representa a Lázaro Cárdenas, el hombre que nos dio autonomía, tierras a los campesinos y que expropió el petróleo para los mexicanos. Era lógico en aquel momento que la gente apoyara a Cuauhtémoc. Pero yo no lo apoyé. Si así ganó cuando se cayó el sistema, si lo hubiéramos apuntalado nosotros mediante el sindicato, la caída del sistema habría sido mucho más difícil de mantener.

-¿Salinas, en cambio, le pidió su apoyo?

-Bueno, para nosotros el jefe político después del presidente era Fidel Velázquez. Así lo habíamos acordado; yo heredé esa costumbre. Don Fidel nos defendía a nosotros de las intrigas palaciegas que se formaban desde antes de Salinas. Al que obedecimos fue a Fidel Velázquez, aparte de que teníamos la tradición de obedecer al presidente de la República en asuntos políticos.

''Tuvimos que apoyar a Salinas no de muy buena gana, no de muy buena voluntad, sino que nos obligó el sistema al que pertenecíamos y también por ser leales a don Fidel, que chueco o derecho tenía los mejores contratos colectivos de América Latina en aquel tiempo''.

¿Rencor? No, ¡coraje!

-¿Qué opinión tiene, como ciudadano, ya no como el dirigente sindical que fue, del Presidente de la República y del presidente electo?

Se sienta y da un sorbo a su taza de café con leche. Revira, burlón:

-Usted quiere que me vuelvan a meter a la cárcel. Traigo en la orden de arraigo que me dieron la consigna de no opinar de política.

-Pero si no ha hablado de otra cosa.

-Resultado de lo anterior, de los fines que perseguimos un grupo de hombres a favor de la colectividad. Por eso pasé nueve años de cárcel en forma injusta.

-¿Qué le dejó la última parte de su ejercicio dentro del sindicato, ¿rencor nada más?

-No, rencor no. Coraje. El que todos tenemos cuando se padece una injusticia. El hombre que no tiene coraje es un bueyazo, por no decir un pendejazo. No es hombre. Claro, no perdono a los traidores, porque ellos han sido la causa de muchos males desde que Judas traicionó a Cristo. No me pongo en esa proyección pero los traidores son la causa del declive de los grandes países. Siempre serán un cáncer que habrá que combatir. Se puede perdonar a un enemigo y hasta trabajar con él, pero no a un traidor. En mi caso tenía que combatir afuera y adentro. Eso es muy duro.

-¿No va a decir qué piensa de Ernesto Zedillo y de Vicente Fox?

-De Zedillo no puedo pensar bien. Siguió la misma política de Salinas. Por poco me matan en la cárcel. Me querían subir en un helicóptero luego de que me dio un derrame cerebral, lo que hubiera sido fatal. Me echaron cemento en la parcela que disminuía mi pena. Eso es infame, perverso. ¿Cómo voy a pensar bien de Zedillo que le prometió en una carta a mi mujer que llegando él me sacaría, si se rajó, si hizo sufrir varios años más a mi familia con mi encarcelamiento, si gastamos más en abogados? Por eso a veces me encanijo cuando algún periodista quiere hablar mal de mí.

-¿Qué piensa de Fox?

-Que ganó limpiamente. Se merece el triunfo, supo imponerse a sus contrincantes, con su personalidad convenció a un pueblo cansado del PRI.

''Tuvo ese mérito, llegar a un pueblo cansado de crisis, inflaciones, devaluaciones y de varias deshonestidades. Ojalá que Fox le responda al pueblo en honradez, eficacia, en defender a México, en que haya democracia y se acabe con eso el peligro de los hombres deshonestos. Creo que va a ser honrado.Yo me equivoqué en algunas decisiones cuando dije que apoyaran a éste o aquél, pero con la democracia si alguien se equivoca es el pueblo y ahí está la responsabilidad''.

-¿Se equivocó en el sindicato que dirigía?

Hace una pausa, mira a un auditorio tan grande como inexistente. A ese público se dirige:

-Bueno, no vayan a pensar que soy fatuo, pero la lucha que llevé fue limpia en mis ideales y no soy perfecto. Pero nunca me equivoqué por tonto o por malo. Mi mayor error fue no haber sabido escoger a mis amigos. Traía traidores hasta en las bolsas. Por eso me quedaron muy pocos amigos, pero leales, que son los que ahora me visitan y me ayudan.

-¿Qué fue de su fortuna?

Se pone de pie por enésima vez, sube la voz, pasa del reposo a casi la exasperación:

-Con todos los datos que tienen la FBI y la CIA, ¿no me iban a descubrir el ''dineral que tenía escondido'' y a acusarme de enriquecimiento ilícito? Si se lo encuentran a los Salinas, ya parece que no me lo iban a encontrar a mí.

-Luego de nueve años en la cárcel y una orden de restricción territorial, usted, que fue un hombre de amplio poder y alcance, diga por último qué es lo que siente hoy de su circunstancia.

No piensa la respuesta, ni se sienta para decirla:

-Indignación. No coraje, ni rencor. Eso que me hicieron es para romperle la madre a todos esos hijos de la chingada. Demos gracias a Dios que no soy matón, si no, ¿cuántos estuvieran muertos ya?