¤ ECONOMIA MORAL
VIERNES 10 DE NOVIEMBRE DE 2000
Género y pobreza /II
Julio Boltvinik
La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del libre mercado: el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente

Recapitulación

En la entrega anterior inicié el análisis de las relaciones entre pobreza y sexo de la jefatura del hogar. Logré identificar algunas variables que ayudan a explicar la aparente paradoja de que la incidencia de la pobreza y de la indigencia sea menor en los hogares con jefe de hogar femenino (jefas de aquí en adelante), a pesar de que ellas perciben ingresos que son sólo dos terceras partes de los de los jefes. Identifiqué que las jefas son de mayores edades que los jefes, tienen un menor nivel educativo y participan menos en la actividad económica. Igualmente, identifiqué que los hogares con jefa son más pequeños, tienen una proporción más baja de menores de 12 años y, en consecuencia, una menor tasa de dependencia, ya que una mayor proporción de los miembros del hogar trabaja. Quedaron pendientes diversos análisis que fui apuntando en la entrega anterior y, sobre todo, la explicación plena de la paradoja. Hoy avanzo en dos direcciones. Por una parte, profundizando en el tipo de hogares que jefaturan las mujeres y, por otra, analizando los factores que explican las diferencias de ingresos entre hogares con distinto sexo de la jefatura.

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Tipos de hogar, jefatura y pobreza

En la entrega anterior veíamos que cuando se analiza la asociación de tipo de hogar con género de la jefatura no se encuentran diferencias importantes si el análisis se hace con las categorías agregadas de hogares nucleares (la pareja y los hijos), ampliados (la pareja, los hijos y otros parientes), unipersonales, etcétera. Sin embargo, cuando se desagregan los hogares nucleares en completos (con cónyuge) e incompletos (sin cónyuge), y cada uno de ellos en hogares con hijos y sin hijos, aparecen diferencias muy importantes. Esto se muestra en el cuadro 1. Los hogares de jefatura femenina (hogares femeninos de aquí en adelante) son casi todos incompletos o unipersonales. El 43 por ciento son nucleares incompletos con hijos, 38 por ciento son ampliados incompletos (29 por ciento con hijos y 8.7 por ciento sin hijos) y 16 por ciento son unipersonales. Estas tres categorías, en las que las mujeres no tienen pareja residente en el mismo hogar, representan 97 por ciento de los hogares de jefatura femenina. Sin embargo, la inmensa mayoría de ellos, 72 por ciento del total, tiene hijos corresidentes. En los hogares femeninos indigentes las proporciones con hijos crecen hasta 83 por ciento. Aparece aquí el de nucleares incompletos como el grupo de hogares más importante, lo que podría pensarse, de primera intención, que repite el patrón de las madres solteras de los países desarrollados, como uno de los grupos más pobres. Sin embargo, en los hogares femeninos, en los que la mayoría de las jefas son mayores de 40 años, más de la mitad de los hijos (53 por ciento) tienen más de 18 años, y más de tres cuartas partes (77 por ciento) más de 12 años, aunque hay una importante presencia de otros descendientes (nietos y bisnietos). (Véase el cuadro 2). En el caso específico de los hogares femeninos indigentes que, además, tienen la característica de ser nucleares incompletos con hijos, hay una presencia mayor que en el total de hijos más jóvenes: 28 por ciento son menores de 12 años, 27 por ciento tienen entre 12 y 17, y 45 por ciento es mayor de 18, confirmando que el patrón mencionado no parece ser dominante.

dos Los hogares masculinos, en contraste, casi todos (91 por ciento) son completos, y la inmensa mayoría con hijos (84 por ciento). (Véase cuadro 1). También, en términos de las edades de los hijos, se presenta un fuerte contraste con los femeninos: la mayoría de los hijos son menores de 12 años y más de las tres cuartas partes son menores de 18 años (véase cuadro 2), y la presencia de otros descendientes es mucho menor.

Pobrezas parciales y género de la jefatura

En la entrega anterior y en lo que va de ésta, la clasificación de hogares por estratos es la que se deriva de la aplicación completa del Método de Medición Integrada de la Pobreza (MMIP), el cual se conforma a partir de tres dimensiones: la pobreza de necesidades básicas insatisfechas (NBI), la de ingresos o de línea de pobreza (LP) y la de tiempo. Conviene verificar, por lo pronto, para las dos primeras dimensiones, si la mayor incidencia de la pobreza entre los hogares de jefatura masculina se da en ambas dimensiones. La información se presenta en el cuadro 3. Ahí se puede constatar que la menor incidencia de la indigencia y de la pobreza (suma en el cuadro de los indigentes y los pobres no indigentes) se presenta tanto en ingresos (LP) como en NBI. Debe notarse, sin embargo, que la diferencia más marcada es la de LP, donde la indigencia en hogares masculinos supera la de los hogares femeninos en casi 12 puntos, mientras es menor a 5 puntos la diferencia en NBI.

 

Explicando la diferencia de ingresos entre hogares masculinos y femeninos

En diversos trabajos previos (por ejemplo en la sección 6.7, capítulo 6, de Pobreza y distribución del ingreso en México, Siglo XXI editores) he realizado una descomposición de la diferencia de ingresos per cápita entre no pobres y pobres. Esta descomposición permite conocer qué parte de la diferencia de ingresos se explica por un mayor ingreso de los ocupados y cuál por una mayor proporción de ocupados (respecto al total de miembros en el hogar). Invariablemente, los análisis de este tipo a nivel nacional resultan en que la mayor parte de la explicación proviene de las diferencias de ingresos de los ocupados (perceptores) (algo así como 4 a 1 en relación con la proporción de ocupados). Esta es una manera de ponderar la importancia de los factores económicos y demográficos, resaltando la importancia de los primeros. Hasta ahora, sin embargo, no había usado una descomposición de este tipo para explicar las diferencias de ingresos entre hogares masculinos y femeninos. Los resultados se presentan en el cuadro 4.

Como se aprecia, la diferencia de ingresos per cápita (expresados en nuevos pesos de 1989 por mes) entre los hogares femeninos y los masculinos es de 2.06 pesos en favor de los primeros (véase último renglón primera columna). Esta leve diferencia se explica por las diferencias contradictorias del factor tasa de ocupación, que es altamente favorable a los hogares femeninos (21.6 pesos de más), y del factor ingreso medio de los ocupados, que le es desfavorable en 17.2 pesos. Además, el efecto de interacción entre las dos variables también le es desfavorable, sumando las diferencias negativas 19.5 pesos. Estos movimientos contradictorios reflejan la paradoja planteada al principio. Las jefas perciben ingresos más bajos que los jefes (y otro tanto ocurre con los demás miembros del hogar, de tal manera que el ingreso por ocupado de los hogares femeninos es menor (véase el cuadro 4), pero tienen una proporción de ocupados que, en el conjunto de los hogares alcanza a más que contrarrestar el elemento desfavorable, resultando en un ingreso per cápita ligeramente más alto. Esto explica la paradoja. Los elementos que he venido aportando en esta entrega y en la anterior explican por qué la proporción de ocupados es más alta. La menor percepción de los ocupados en los hogares femeninos no la hemos explicado aún. Apuntamos solamente algunas razones de la menor percepción entre las jefas que entre los jefes, como el menor nivel educativo de aquéllas. El análisis completo está por hacerse.

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Los resultados obtenidos son fortuitos. Podrían inclinarse en cualquier dirección, como bien lo muestra el caso de los pobres no indigentes, entre los cuales la suma de los efectos negativos (desde el punto de vista de los hogares femeninos) del menor ingreso medio de los perceptores y el factor mixto, son mayores que el efecto positivo de la mayor proporción de ocupados, lo cual resulta en un ingreso per cápita menor entre los hogares femeninos pobres no indigentes que entre su correspondiente masculino. No hay pues, nada estructural que determine que los hogares jefaturados por mujeres deben ser menos (o más) pobres que los de jefatura masculina. Al menos por lo que se refiere a la dimensión de ingresos.
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