JUEVES 9 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Margo Glantz Ť

LA Confidential

Sor Juana se ha vuelto muy popular. Acabo de participar en un coloquio que acerca de ella se organizó en Los Angeles, en la Universidad de California, el 4 de noviembre. Además de varias conferencias magistrales -Efraín Kristal, Sara Poot y su servidora-, la actriz chicana Rose Portillo declamó en edición bilingüe El sueño, varios sonetos, romances, décimas y villancicos ante un público entusiasmado de más de 400 personas. No cabe duda, la Décima Musa puede leerse de muy diversas maneras, como una feminista exaltada, una amante apasionada, histérica y sentimental, una cortesana devota, una monja escandalosa, una erudita consumada, una discreta graciosa, y, sin discusión, como una gran poeta y pensadora, aunque este aspecto sea menos popular o menos fácilmente aprovechable.

Un musicólogo emérito de cerca de 80 años y cuyo nombre, Robert M. Stevenson, tiene ribetes literarios, se ha dedicado toda su vida al estudio de la música colonial de América Latina y en su charla se refirió a aspectos poco conocidos de la actividad musical de Sor Juana, su profunda sabiduría en ese campo, y una interpretación interesante sobre la Respuesta a sor Filotea de acuerdo con el Génesis y la relación de éste con la música y las reglas de la composición, todo dicho con una curiosa melopea dramática y una declamación teatral e irónica. Un personaje excepcional, una especie de excéntrico inglés trasladado a un campus universitario estadunidense. El ''evento'', como ahora se llama a este tipo de reuniones, culminó con un concierto de música antigua del trío Voxfire, formado por una soprano y dos mezzos, quienes además de interpretar canciones españolas del siglo XVI -entre ellas algunas mozárabes verdaderamente maravillosas-, hicieron una adaptación de uno de los más conocidos villancicos de Sor Juana.

ƑLa perfección increada? Aparentemente. En el intermedio o entreacto había que almorzar y armados de una tarjeta electrónica nos dirigimos a los comedores de la universidad. Cuál no sería mi sorpresa al advertir que en el campus había numerosos negocios de fast food: Taco Bell, Pizza Hut, Fast Chinese, etcétera; la universidad pública se privatiza y los tradicionales comedores universitarios han sido entregados en concesión a las firmas tradicionales que proporcionan sus servicios en una universidad, un centro comercial o un aeropuerto, en este proceso de uniformización que se lleva al máximo extremo. ƑNo se ha privatizado recientemente también el sistema penitenciario? ƑNo se les otorga a las grandes compañías arquitectónicas la concesión para construir enormes penales? ƑNo acaba de aprobarse el año pasado la ley llamada de ''Los tres golpes'', gracias a la cual se condena a prisión perpetua a los que hayan cometido tres delitos, sin importar en absoluto que éstos sean mayores o menores? ƑY no estará el producto del trabajo de los presos controlado también por esas compañías que se benefician de la concesión? šQuién sabe!

Prefiero no pensar demasiado, después del coloquio pido que me lleven a Rodeo Drive, el barrio más elegante de Los Angeles y me entretengo mirando a los turistas japoneses que compran con fruición y en manada ropa firmada por un diseñador. De regreso a México, en el aeropuerto, llego con dos horas de anticipación, hay que entretenerse un rato me digo, hay pocos lugares donde sentarse, no hay restoranes propiamente dichos, se repiten interminablemente las mismas colas frente a los expendios de comida rápida, allí se reproduce hasta la saciedad el mismo patrón, los mismos alimentos, los mismos utensilios desechables, las mismas caras intercambiables de emigrantes, las mismas miradas ausentes. ƑVotarán por Bush o por Gore? Me dirijo a uno de los numerosos duty free, en la puerta dos personas, una japonesa o un japonés vestidos de uniforme y un soldado, adentro largas colas, japonesas de todos los tamaños y colores, de ambos sexos, compran whisky, perfumes, chocolates, la única lengua que allí se oye es, obviamente, el japonés.

Yo viajo con dos libros, el diario de su viaje a Italia de Goethe y El viajero, del japonés Soseki, muerto en 1916 y pionero de la occidentalización de su país, obra que curiosamente, aunque es de un autor poco conocido y está traducida al francés, desaparece de mi maleta. Me desespero, no había acabado de leerlo y no podré conseguirlo en México.

Me felicito, sin embargo, pues alguno de los empleados de Mexicana, además de comer fast food, leerá a un gran autor, perteneciente como la mayoría de los pasajeros que deambulan por los pasillos del aeropuerto a uno de los países que ha producido una de las literaturas más extraordinarias del siglo XX.