JUEVES 9 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Soledad Loaeza Ť

Reescribir la historia

La derrota del PRI en la elección presidencial de julio pasado ha tenido mucho de anticlimático. Es muy probable que este acontecimiento tenga importantes consecuencias de mediano y largo plazos, sobre todo en el ámbito de los partidos políticos. Sin embargo, no ha ocurrido nada tan dramático como los boquetes que con pico y martillo abrieron en el muro de Berlín los manifestantes el 9 de noviembre de 1989; tampoco se han visto tanques militares abandonar derrotados la sede del poder presidencial. La memoria no registra un momento memorable que simbolice lo que muchos afirmaron --y afirman-- que sería el nacimiento de la democracia en México. Hay muchas imágenes, pero todas ellas son banales: el presidente Zedillo anunciando que su partido había sido vencido, Francisco Labastida concediendo la victoria al candidato de la Alianza por el Cambio, José Woldenberg informando a la opinión pública los resultados de la elección, Vicente Fox levantando los dedos con la "V" de la victoria, los panistas reunidos jubilosos en la glorieta del Angel. En el futuro no se comprenderá el significado de estas imágenes a menos de que vayan acompañadas de luz y sonido. Mudas, serán exactamente iguales a muchas otras que se produjeron en circunstancias menos extraordinarias, la única diferencia sería de actitud: Ernesto Zedillo más sombrío que en otras ocasiones, Labastida menos sonriente pero igualmente nervioso que en otros momentos, Woldenberg didáctico y solemne como siempre, Fox levantando los dedos con la "V" de la victoria, y los panistas en ésta más entusiastas que en otras de sus kermesses.

Las elecciones de julio fueron normales, sus resultados fueron distintos, pero no han acarreado ningún cataclismo. No obstante, en lugar de recordar las palabras de Vaclav Havel de que la democracia se escribe en prosa, felicitarse de que así haya sido y empezar a mirar para adelante, donde hay mucho que entender y poner en orden, hay algunos que se sienten decepcionados precisamente por la banalidad de lo acontecido, y buscan con desesperación maneras y formas de imprimir un sello heroico a las elecciones de julio, que ni siquiera tuvieron el suspenso de los comicios de 1988. En este esfuerzo están empeñados en reescribir la historia.

La premisa de la nueva historia es que el triunfo de Fox puso fin a una "dictadura de más de setenta años". Poco importa la inexactitud histórica de esta fórmula de la campaña electoral panista, y a fuerza de repetirse se está convirtiendo en una verdad que nada tiene que ver con la realidad, pero que proyecta un halo de heroísmo sobre los ganadores del 2 de julio. A nadie la importa que el PRI se haya fundado en 1946, y que el Partido Nacional Revolucionario, creado en 1929, y el Partido de la Revolución Mexicana, fundado en 1938, que le antecedieron, fueran organizaciones muy diferentes al PRI. Mal harían los perredistas en levantar esta fórmula, porque su santo patrono, Lázaro Cárdenas, fue quien imprimió al partido oficial los rasgos de una organización estatal.

El PNR, el PRM y el PRI fueron cada uno en su momento instrumento del presidente en turno; su alcance y poder real jamás alcanzaron dimensiones dictatoriales, comparables, por ejemplo, a las de Falange Española en los cuarenta, el Partido Comunista de la Unión Soviética o el Partido de la Unidad Socialista de la República Democrática Alemana. Habría que recordar la vida en México durante el gobierno de Luis Echeverría, López Portillo y los que les siguieron, con las condiciones que prevalecían en la Argentina en tiempos del general Videla, o cuando Geisel era presidente en Brasil, para no mencionar los horrores del régimen pinochetista. No en balde muchos huyeron de allá para avecindarse acá.

Igualar los años del presidencialismo priísta a una dictadura es hasta una falta de respeto para quienes efectivamente tocó en desgracia vivir en ese tipo de regímenes. Por ejemplo, fue una gigantesca insolencia y casi una burla a las madres de la Plaza de Mayo --que se reunían frente a la Casa Rosada en Buenos Aires para reclamar la desaparición de sus hijos y de sus nietos durante la dictadura militar--, la ridícula declaración de la no menos ridícula señora que comparó esa terrible experiencia con la de su grupo de amistades que se citaba en 1995 en el parque Rosario Castellanos para protestar por la devaluación del peso que había aumentado a niveles prohibitivos el precio de los congelados estadunidenses que compraba en el Price Club.

Sin embargo, la derrota del PRI será para muchos la oportunidad para reescribir la historia. Por ejemplo, así quieren verla también muchos de los que ahora le demandan al presidente electo plazas en su gabinete, incluso a expensas de quienes realmente contribuyeron a su triunfo, con el argumento de que ellos también luchaban por la democracia. Poco les importa que sus posiciones o ideas hayan sido explícitamente antagónicas a las de panistas y foxistas que aportaron su tiempo o su dinero al triunfo del PAN y de Fox. Más que una nueva historia lo que están produciendo es un nuevo tipo de cargada, y que no se sorprendan las damas panistas si su trabajo no merece ni una nota de pie de página en las nuevas ediciones que preparan otras damas sobre el nacimiento de la democracia en México.