MIERCOLES 8 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Arnoldo Kraus Ť

Tito o la invención de la sencillez

Sumidos en una cultura de patentes y descubrimientos, que vindica lo grande, que se arrodilla ante el ruido y el poder, y que santifica lo externo a costa de la pérdida de lo interno, lo simple, lo sencillo, ha quedado en el olvido. Contra las deidades del color y lo metálico, la fuerza del silencio y el individuo mismo se han convertido en ausencias. Todo semeja un camino labrado. Todo parece pensado.

En la cultura occidental, bajo las balanzas imperantes --poder vs. humildad--, buena parte de la población no es feliz. Asirse a las cosas, regodearse en la tecnología no ha sido la solución; ni siquiera para los que tienen acceso ilimitado a sus bondades. Resistir al progreso es también un sinsentido. El punto medio que concilie ambas posturas parece inalcanzable.

En el papel, retomar lo simple podría ser una solución. En la realidad, inventar o redescubrir la sencillez es camino difícil. No más complejo que el de la ciencia o el de las moléculas, pero sí más apremiante. La felicidad sólo corre por un sendero, el de la persona. La modernidad y sus usos complementan, pero no bastan.

Hace poco tiempo, en un encuentro sobre filosofía y ciencia donde se hablaba del divorcio entre ética y ciencia, entre los desencuentros del "conocimiento excesivo" y la "realidad presente", un connotado científico afirmó que la gente vive ahora más feliz que antaño. Un asistente inominado, quien era parte del público, cuestionó esa aseveración. Yo concuerdo con la duda. Las grandes invenciones producen, por supuesto, bienestar y beneficio, pero los beneficios paralelos, poder, fama, y dinero, no son sinónimo de felicidad. Lo mismo puede decirse de la rica y ruidosa cultura contemporánea: satura la vida de comodidades externas, pero no de bienes para el yo o para los alter ego cada vez más olvidados. Ir contracorriente, contra la moda, no es ni glamoroso --glamour es un oficio-- ni fácil.

La sencillez es una gran virtud. Más grande aún cuando está rodeada de sabiduría, modestia y de "sentido humano". Aunque siempre han habido grandes seres dotados de cualidades inmensas, cuya labor no ha requerido la luz de los reflectores ni los espacios de la prensa, ahora son especie en extinción. Sabiduría y sencillez deberían ser bienes comunes. Conocimiento --de lo externo, de "los otros", de la realidad, del propio yo-- y humildad deberían también entrecruzarse en incontables puntos. Sería exagerado afirmar que con Augusto Monterroso, Tito, se inventó la sencillez. Pero no es erróneo admitir que con él, en tiempos en los que se menosprecia y desdeña lo simple, esa virtud adquirió otra lectura. Para quienes hemos tenido la fortuna de conocerlo, los inmensos atributos de la modestia adquieren otros sentidos. ƑCómo decirlo? Ser a través de uno mismo. Terrenal y generoso.

Al recibir el premio Príncipe de Asturias de las Letras, Augusto Monterroso comentó: "en un momento de optimismo manifesté hace algunos años, en ocasión parecida a ésta, que mi ideal último como escritor consistía en ocupar algún día en el futuro media página en el libro de lectura de una escuela primaria de mi país. Acaso esto sea el máximo de inmortalidad a que pueda aspirar un escritor". Entre su ensayo Yo sé quién soy, "es más, en ocasiones uno se consuela con la idea de que un error aquí o allá conviene para mantener viva la naturalidad del estilo; el estilo, que debe parecerse a la vida", y entre su fábula La mosca que soñaba que era una águila, y que, según Monterroso, "la mosca sueña con ser águila, pero está con su excremento, con sus migajas porque no sabe cómo dejar de ser lo que es, no puede", Tito nos recuerda que "la realidad es muy dura, muy terrible" y considera a "la excelencia como el gran pecado de nuestra época". No hay duda: el conocimiento, tristemente, es también presa de la comercialización.

A Tito se le admira por muchas cosas. Sus cuentos son un magnífico pretexto y una escuela irresistible para lectores y para quienes bregan en ese género. Su sentir hacia "los otros" es un espacioTito que enaltece humanidad y dignidad. Su sencillez, su desdén y poca ansia hacia el poder y la fama son méritos dignos de envidia. Solemos, en México, decir "hombre de una pieza". Tito, no por pequeño, sino por augusto, ejemplifica esa definición. Un cuento tan grande como permanente.