José
Agustín Ramírez Ť En 1993 Cabeza de Radio saludó
al mundo con su hiperexitoso Pablo Honey, liberando un estruendoso
llamado de la selva que el mismo Tarzán hubiera envidiado. Venía
armado de guitarrazos dignos de un grunge gringo en la vena de los Smashing
Pumpkins o el precursor Neil Young y melodías que ya quisieran los
restos de Paul McCartney. Miles de roqueros e inadaptados creeps
fueron atraídos por el explosivo derroche de energía, con
un toque de derrota y nihilismo. Este año Radiohead arranca otra
vez, y con los mismos tripulantes encabezados por Thom E. Yorke, letras
y voz, Jon Greenwood, guitarra.
Es una agrupación aguerrida y efectiva de otra década que ya murió, y a la que estos muchachos han logrado sobrevivir, gracias a su capacidad de transformarse con talento, y en lugar de soltar el poder, lo moldean a su gusto para seguir renovándose y escapar de toda clasificación.
Al oír su discografía (Pablo Honey, 1993; The bends, 1995; OK Computer, 1997, y ahora el flamante Kid A, 2000) queda claro que se trata de una sensibilidad auténtica, romanticona y melancólica, pero llena de ira, con causas para ser rebelde y soñar, rasgos que obligan a estos músicos a evolucionar constantemente, pero sin sacudirse esa decadencia y la tristeza con que reflejan el presente.
Sus discos son una travesía por un mundo especial, soleado y tormentoso, obras dramáticas con escenas intensas y remansos, buscando los límites para romperlos. Y eso hace este nuevo material, que los reafirma como un equipo de primera, prófugo del estigma de los que llegan a la cima con una buena rola, y luego regresan a la dimensión desconocida para perderse en ella por siempre.
Pero con sólo oír el primer disco se adivinaba que no sería así. Lo que nadie podía haber imaginado eran las acrobacias cibernéticas que harían para mantenerse dinámicos y propositivos en el nuevo Kid A. Es raro que un conjunto que al principio se apoyaba tanto en su estridente lira y una potente voz se metamorfoseara en varias expresiones vanguardistas diferentes: primero parecía una respuesta inglesa al grunge, y ahora nos ofrece una producción más experimental, electrónica e instrumental, que si bien es igual de desenfrenada, ya no tiene guitarrazos para los amantes de la distorsión. Pero conserva una lírica libre e introspectiva, cargada de desolación y furia, revive una búsqueda exitosa en otras latitudes y niveles de conciencia más alterados y subterráneos (como en El Himno nacional, una de las mejores piezas de cd) con buenas dosis de sicodelia y futurismo.
Su inclinación por los temas ciencia ficcioneros empezó en el segundo disco, con títulos como Planet Telex, Fake plastic trees y Black Star, y luego, en el Ok Computer, Paranoid android, Subterranean homesick Alien (Homenaje extraterrestre al legendario Bob Dylan). En esta ocasión, la metamorfosis de sus fantasías científicas es mucho más perceptible en la música y el concepto general de la obra, y no sólo en las letras de algunos títulos.
Todos estos cambios los hacen cada vez menos punketos y ruidosos, pero el nuevo Kid A surfea en la incontenible avanzada de la música electrónica, llevándola hacia esas heroicas ruinas de la resistencia: así, los Radiohead y otros buenos artistas han descubierto en estos territorios un arcoiris de sonidos oscuros y sicodélicos, nunca antes escuchados por los terrestres. Por ahí se dirigen, con más puntería que U2 (en vez de la Discoteque del Pop, aquí tenemos la canción Idioteque... Chin. Ojalá que el pedradón les duela y recuperen la memoria) tampoco llegan a niveles de industrial o de cyberpunk, como David Bowie, el camaleón, en el Earthling, pero se clavan grueso en los ritmos generados por computadora (que no en la onda tecno-house del punchis-punchis), alterando y transformando voces e instrumentos, hasta lo que ellos denominan un "suicidio comercial" (escuchen los aplausos de Frank Zappa, desde el más allá). Pero sin duda encontraron atmósferas profundas y potentes en estos laboratorios donde fusionan, por ejemplo, un jazz sicótico con las excentricidades y "maravillas de una era análoga y una digital" como ellos las definen y que me recuerdan al Angelo Badalamenti, trabajando para David Lynch. También crean ambientes al estilo de Brian Eno y su pandilla, o el Vangelis de Blade Runner.
Incluso parecen alimentados por otras propuestas innovadoras y exitosas como Moby o Death in Vegas. No cabe duda, se subieron a este avión en primera clase, con infalible mimetismo, pero conservando la personalidad que los ha convertido en una de las mejores bandas de los noventa y el milenio que despega. Están sintonizados con el 2000, pero usan elementos que recuerdan a Miles Davis y Charlie Parker; y también, como ya se ha dicho antes, hasta tienen un aire de Pink Floyd. Se han reinventado sin perder el ingenio y la armonía, pero la mutación es total, salvo por algunas melodías suaves, con aspiraciones beatlemaniacas. Además añaden nueva instrumentación (desaforados metales y cuerdas delirantes), teclados y efectos de sonido (sampleos con exploraciones misteriosas), para crear una síntesis dulce pero bizarra. En mi opinión, pueden comprarlo con confianza la banda, los fans y los extranjeros en tierra extraña que se interesen por estos asuntos y tengan la liquidez. Es para todos los fieles a la evolución en la música alternativa.
El futuro esta aquí y ahora, su nombre es Kid A, si buscas a Radiohead. Trépate a la nave de los locos y viaja a su mundo, siente el aire fresco de esta experiencia nocturna, con lo más nuevo en la escena del rock (o lo que sea a estas alturas).