MARTES 7 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Por la libre

Hace algunos años, Juan Carlos de Llaca sorprendió con un primer largometraje, En el aire (1995), interesante radiografía de una generación, la de los jóvenes de principios de los setenta, el casi equivalente nacional de los godardianos ''hijos de Marx y Coca Cola" (Masculino/femenino), con sus azotes sentimentales, su acelere vitalista y la sensación de naufragio existencial que el título resumía con acierto.

Cinco años después, con el país en plena transición política, De Llaca regresa al largometraje con un nuevo retrato generacional y un título, Por la libre, tan sugerente como el de su primera cinta. La oposición ya no se da entre un hombre maduro (Daniel Giménez Cacho) y su alter ego juvenil (Plutarco Haza), sino entre dos chavos de la misma edad, emparentados, harto convencionales, moderadamente rebeldes, cuyos padres y tíos viven anclados en el tradicionalismo doméstico.

El planteamiento inicial, muy esquemático, remite un poco a melodramas juveniles de los años cincuenta y sesenta -a un paso de parodiar a Enrique Guzmán o a Alberto Vázquez-, cuando no a los adolescentes regañados por Alejandro Galindo, que pasaban sus tardes permanentemente refugiados en una fuente de sodas. Por fortuna, De Llaca parece conocer a fondo ese cine, sus convenciones narrativas y su moralina trasnochada; sabe también que a pesar de esfuerzos denodados por remitir a los jóvenes de hoy a los catecismos y a las advertencias flamígeras de épocas aún más remotas, la eficacia e interés del mejor cine mexicano consiste justamente en actualizar sus temáticas y, sobre todo, en lograr tonos atractivos de narración fílmica.

En Por la libre sorprenden así la frescura de tono y la sencillez de la trama. Las cenizas de un abuelo catalán son inspiración y estímulo para que dos jóvenes, Rocco (Osvaldo Benavides) y Rodrigo (Rodrigo Cachero), tomen la ruta para Acapulco con el propósito de esparcirlas al viento, cumpliendo la voluntad del anciano, frustrando mezquindades familiares que desean un desenlace distinto. Como en La segunda noche, de Alejandro Gamboa (referencia inevitable), hay en la historia mención al uso de los preservativos (los jóvenes no son aquí apóstoles de la abstinencia sexual), e incluso la publicidad del filme advierte sobre la presencia de las drogas. De Llaca encuentra el punto justo entre el humorismo light y la alusión a problemas juveniles muy reales, circunscritos, es verdad, a una clase social de buena solvencia económica. El lenguaje de los adolescentes refleja con obstinación las manías de este sector en ascenso, sus apetencias consumistas, y el fondo de frivolidad en sus gustos y pasatiempos (uno de ellos, fundamental: la frecuentación de las discotecas).

En las cintas de Gamboa, La primera noche, y su secuela, destacaban en su descripción de la conducta juvenil femenina, el tema de la iniciación sexual, la búsqueda del look ideal y las estrategias del ligue perfecto; en Por la libre las preocupaciones son distintas. El odio/afecto viril entre los protagonistas da pauta a la conquista común de espacios de libertad y autonomía. Se juega constantemente, y con enorme desenfado, con la sexualidad, la camaradería y la muerte. La propia urna del abuelo participa como un instrumento lúdico y revelador: decide la suerte de los nietos, como mensajes de liberación ultraterrenos. De Llaca no profundiza en estos aspectos, ni parece interesarle hacerlo. Su acierto principal es narrar la parábola de un aprendizaje moral juvenil en términos muy sencillos, sin los ritmos frenéticos ni la intensidad dramática de Amores perros, pero con la espontaneidad y calidez que consigue Carlos Bolado en su primer largometraje, Bajo California, el límite del tiempo, otra cinta sobre la amistad masculina.

Dentro del cine light de finales de los años noventa, y luego de experiencias comerciales exitosas como Todo el poder y Sexo, pudor y lágrimas, esta película sobre el azar y la afirmación juvenil aborda con intuición acertada, buena fotografía y buena música, el viejo tema de la brecha generacional, al que incorpora un tratamiento franco de la sexualidad en un medio social de puritanismo pujante; lo actualiza también de maneras muy diversas, revitalizando por ejemplo un humorismo que ya no soporta el lastre de las sangronerías y chistoretes sexistas que tanto seducía a guionistas ávidos de una hilaridad instantánea, y que hoy se encuentran sin salas donde exhibir esos productos, y casi sin público que los espere.

A su manera discreta, Por la libre señala una posible veta para la comedia juvenil en México: la recuperación de talentos de teatro y televisión para proyectos interesantes que vuelvan estimulante el salto a la pantalla grande.