MARTES 7 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Teresa del Conde Ť

El catálogo de Gabriel Orozco

En efecto, la publicación a la que aludo es coleccionable en cuanto al diseño, ilustraciones, amplitud. Además es bilingüe, cual corresponde a haberse editado tanto para la exposición del MOCA (Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles) como para la del Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, mismo que a mi juicio no debería denominarse así y aprovecho para dar mis razones: a) todo el arte es ''internacional", aunque no todo artista goce de internacionalización, como es aquí el caso; b) la denominación es tan larga que resulta ineficaz. No conozco otro museo en el mundo que se proclame ''contemporáneo" e ''internacional" y que a la vez ostente el nombre del artista a partir de cuya colección donada fue creado. El largo nombre del Museo Tamayo tiene que ver con su vocación, que contempla, sí, artistas de trayectoria internacional, pero eso es algo que se sobreentiende.

Dicho esto, paso a considerar el catálogo-libro. Lo mejor que tiene son las ilustraciones, pues abarcan casi la totalidad del opus del artista, que no puede ser muy extenso, ya que nació en 1962 y egresó de la ENAP en 1984. Al registro adecuado de obras presentes en la exhibición se añaden tomas memoriosas de acciones y actos que tuvieron lugar en un cierto momento: juegos e intervenciones ingeniosos que ocasionalmente alcanzan cierta dimensión poética. Diría que llegan a ella en el mundo globalizado, en primer término, porque Gabriel emerge en el momento exacto y porque es mexicano, nacido en el estado de Veracruz. Su intervención en el MoMa de Nueva York (que no implicó una exposición como la que ahora vemos) tuvo bastante fortuna crítica y mereció tenerla. Lo que me parece algo exagerado es que se recoja en la actual publicación su vida de personaje (pues ya lo es) y no, por ejemplo, sus inicios como escultor. A eso se dedicaba cuando yo lo conocí hace ya tiempo a través de Hilda Campillo y Carlos Blas Galindo. Pienso entonces que hubiera resultado adecuado documentar el parteaguas en su trayectoria, que fue lo que lo internacionalizó, acompañado de fructíferas estancias en Nueva York, Alemania y otros países. Como ''pepenador" (hay muchos otros pepenadores internacionales), Gabriel lo que hace es manejar la asociación -no tan libre- (y qué bien que así sea) con resultados inteligentes. Me parece que procede más por metonimia que por metáfora, lo que indicaría una especial capacidad para nominar sus propios objetos. Alma Ruiz habla de ''su gusto por registrar la vida cotidinana".

Al respecto diré que son muchísimos los que experimentan ese gusto, pero es conveniente observar, como la misma Alma Ruiz anota, que la obra no pretende ser revolucionaria (como quizá sí pretendió serlo la de su padre, el extinto muralista Mario Orozco Rivera, que para nada fue revolucionario en su arte aunque se entregó con sinceridad a la causa de las izquierdas).

Es indudable que un creciente número de exposiciones internacionales se tornaron vehículos de gran proyección. De esa situación ha disfrutado el artista del que me ocupo. Además, Gabriel sabe elegir su participación en ese tipo de muestras y se antoja que lo hacen sin la asesoría del curador. Así, la X Documenta Kasel fue casi totalmente anti-objetual y él presentó allí el único objeto que resultó capaz de detener la atención de los visitantes. Está a la vista ahora y no causa el mismo efecto que cuando se le vio en aquel contexto tan disparejo: me refiero al cráneo ajedrezado. Puedo asegurar que hasta las postales que lo reproducían, se agotaban y había que reimprimirlas continuamente.

El ilustrador Damián Ortega aporta al catálogo sus propias ideas de las creaciones de Gabriel. En lo físico él tiene un perfil de pájaro bastante interesante. Asevera Ortega que está introduciendo a ''el pájaro" para principiantes... Esta fue la sección del libro que menos me gustó, porque pese a que los dibujos de Ortega son finos y pueden tener gracia, los textos son demasiado elementales. Voy a poner un ejemplo: ''Para 1992 Orozco hace una expedición al supermercado" (de donde proviene la instalación Gatos y sandías). Se juega con la significancia de lo insignificante, pero el resultado puede parecer ''sangrón".

Por más que resulte simpático que tres compañeros del artista (Abraham Cruzvillegas y Gabriel Kuri, junto con Ortega) participen de su estrellato, mediante el catálogo-libro, resulta obvio aseverar que ''prevalece en muchos países del Tercer Mundo una gran cultura del ingenio" (Kuri). Eso es verídico y archisabido, más en el caso de México. Antes bastaba ir a La Lagunilla en domingo para escuchar decantadísimas frases susceptibles de editarse tal cual. Los letreros en la parte posterior de los camiones de carga obligaban a quien los leía a voltear la cabeza, una vez efectuado el rebase del transporte, con objeto de leer el complemento de la frase. De otra parte los moneros (caricaturistas) mexicanos manejan como nadie el doble filo que siempre tiene el humor. Pero Gabriel Orozco está en las grandes filas, es otra cosa.