Ť Javier González Rubio Iribarren Ť
Intrascendente en lo interno,decisivo en lo externo
Hoy, Estados Unidos tendrá presidente electo, un presidente cuya tarea principal será, sin duda, mantener el liderazgo que William Clinton le reconfirió a su nación tanto ante la nueva reconformación geográfica del mundo como ante la explosión de los avances tecnológicos que han rediseñado la comunicación en el planeta. Pero también será el presidente que se verá en la necesidad de impulsar un nuevo esquema económico capaz de, por lo menos, detener la polarización del capital y el crecimiento de la pobreza que la supuesta globalización ha traído consigo. Sin importar quién gane, esas habrán de ser sus tareas; según quien gane apreciaremos los métodos para llevarlas a cabo.
Lo curioso de estas elecciones es que sustancialmente no representan mayor cambio para los estadunidenses. Más allá de ciertas necesidades y matices en la asistencia pública, desde el desempleo hasta la salud y la educación, no hay mucho que hacer en un país en plenitud acorde con su mentalidad y su sentido de grandeza. Quizá por eso las campañas de Al Gore y George Bush resultaron tan anodinas en contenido y tan espectaculares en su forma; por eso también se han convertido en las más caras en la historia de ese país. El qué decirle a la gente pasó a segundo término ante el cómo decirlo, cómo vestirlo, cómo adornarlo. Ha sido la batalla de Gore, queriendo mostrar una simpatía de la que carece, contra Bush, queriendo mostrar una inteligencia que no tiene. O viceversa. La elección parece más una batalla deportiva en la que ambos contendientes parecen tener igual número de fanáticos.
Ninguno representa una sustancial mejoría de nivel de vida, pues es difícil tenerlo mejor; ninguno puede ofrecer un crecimiento económico más sólido, pues ese crecimiento tiene tiempos y reglas, y ha sido tan bueno que además se le debe enfriar un poco. Respecto a la seguridad social, es cierto que Gore tiene más inquietudes, pero ése no será un factor determinante en la elección.
Los márgenes de acción trascendentes para el vencedor están en el poderío estadunidense y en su capacidad de influir en el rumbo del mundo, incluida una Unión Europea, que no logra todavía ?y no lo hará en bastante tiempo? igualarse en desarrollo científico y económico con Estados Unidos.
Las nuevas tecnologías ofrecen enormes posibilidades para la educación, y en el comercio, de seguir las cosas como están, llegará un momento en que difícilmente se tendrán más consumidores.
Respecto al liderazgo mundial, éste no puede mantenerse sin impulsar cambios de fondo, a veces incluso cediendo terreno. Parte del ejercicio del liderazgo es saber compartir los riesgos, de ahí que Estados Unidos necesite el crecimiento y fortaleza de la propia UE, de Rusia y, evidentemente, de algunos de sus vecinos latinoamericanos.
Por otro lado, los propios organismos mundiales del marcaje económico ?el FMI y el Banco Mundial? han empezado a dar muestras de preocupación por el cada vez mayor desequilibrio en el ingreso y el crecimiento de la pobreza. A los países económicamente fuertes y a sus grandes empresas trasnacionales no les conviene que haya más pobres, pues necesitan más consumidores.
Dar coherencia a esas tareas será el trabajo del próximo presidente estadunidense, pero en el espectáculo de sus campañas, ni Bush ni Gore pudieron dar espacios a sus ideas al respecto.
En el gran estadio en que se convirtió Estados Unidos para presenciar el desenlace de este encuentro, los espectadores por televisión, es decir el resto del mundo, los más afectados, sólo veremos quién gana: la fanaticada republicana o la demócrata. Y a partir del próximo enero empezaremos a vivir las consecuencias.