MARTES 7 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť José Blanco Ť

Descomposición corporativa

Los jirones del Estado corporativo, enredados aún por todos los espacios de la vida social y del Estado, están siendo corroídos por una sociedad abierta y plural que avanza lentamente. Lo que ocurre en el PRI, o en la CTM y el SUTERM, o en el periódico Excelsior, o en la rebelión burocrática del bono, tiene el mismo común denominador: son expresiones de la misma crisis del pacto corporativo, y es espejo donde pueden verse todas las situaciones semivigentes de ese pacto.

La burda farsa de elección del inefable señor Rodríguez Alcaine no pudo ser más impúdica. No por sus métodos, que fueron los de siempre, aunque por primera vez severamente impugnados, sino porque tales parodias rocambolescas hoy están inevitablemente en vitrina. "No somos corporativistas", dijo Netzahualcóyotl de la Vega; y Leonardo Rodríguez Alcaine, en el mismo acto, refiriéndose al próximo gobierno: "que el Estado asuma el derecho tutelar de los trabajadores". La cuenta regresiva de la muerte de direcciones sindicales como la de Rodríguez Alcaine se anuncia a gritos. Su última mise en scène, con la que exhalará un lúgubre adiós sin pena ni gloria, será aportar su concurso sumiso a la apertura comercial del sector eléctrico.

En condiciones de normalidad democrática plena no serían necesarios los tristes servicios del electricista Rodríguez; en un marco no ideologizado, bastaría realizar racional y objetivamente un recuento de los recursos totales disponibles por el gobierno y su forma de aplicación para debatir y decidir la forma más eficiente de resolver la indispensable expansión futura de la producción y distribución del fluido eléctrico.

Por su duración y presencia, El periódico de la vida nacional fue el medio de prensa más destacado del siglo que fenece. Lo fue, no obstante, sin escape posible, en el marco del pacto corporativo y sujeto a sus estrechos parámetros límite. Cuando los convulsivos sucesos del 68 le dieron a Excélsior un impulso que lo llevaba fuera de esos límites, el Estado corporativo dio un manotazo sobre la mesa y puso en claro quién tenía el bastón (o la cachiporra) de mando. Excélsior entonces, con un capitán ad hoc, hubo de corregir el rumbo descarriado, diligentemente. La descomposición corporativa, sin embargo, ha significado la inevitable descompresión y final destrozo de los flotadores de esa nave cuyos restos del naufragio hoy pugnan por mantenerse a flote. Está por verse si aún es posible reconstruir el bajel con un sistema de flotación propio.

Los ridículos de la pugna por el bono sexenal, y su repudio por la mayor parte de la opinión pública (según encuestas), tienen su origen en lo que será uno de los mayores dolores de cabeza del gobierno próximo: el modo de expansión de la irritante y en general inútil y contraproducente burocracia de base. Esa inmensa capa de "servidores" públicos no sólo no sirve a nadie sino es por esencia exactamente lo contrario: un pantano de horror que paraliza en cien mil puntos al que debiera ser un libre y eficiente fluir de la sociedad y su actividad económica precisamente facilitado por servidores públicos.

Pero la eficiencia económica al servicio de la sociedad es una virtud del todo extraña al Estado corporativo. La expansión sin ton ni son, sin norma ni concierto, sin condición ni requisito, sin capacitación ni compromiso, del personal del gobierno, fue en todo tiempo una decisión "política", una suerte de distorsionado seguro de desempleo para una parte de la población sin recursos, de cooptación de votantes a bajo sueldo. Quien es incorporado bajo tal matriz de reclutamiento no puede sino deformar su mente hasta los extremos experimentados por cualquier ciudadano, en carne propia.

Ya se sabe, en el uso patrimonialista y discrecional de los recursos de la sociedad por el Estado corporativo está el origen de la pugna por el bono. Así como los jefes y el personal político del gobierno hicieron uso discrecional de los recursos de la sociedad, también cada miembro de la burocracia de base no podía sino creer en lo mismo y en su estrecho espacio ha usado a su antojo los recursos de la sociedad; con las excepciones que siempre confirman la regla.

Con esa cabeza, hoy los miembros de la FSTSE no se preguntan si la sociedad está dispuesta (que no lo está) a entregarles parte de sus propios recursos; sólo saben que ganan poco, rebasan al señor Joel Ayala, paralizan el tránsito de la sociedad que les paga, frente a lo cual el gobierno burlará su propia determinación legal, los "compensará", y quedará mal de todos modos frente a la propia burocracia y frente a la sociedad.

Conformar un personal de reales servidores públicos, a través del Servicio Civil de Carrera, será una batalla tan prolongada como amarga. Sólo otras "reglas del juego" crearán nuevas mentalidades.