LUNES 6 DE NOVIEMBRE DE 2000

TUMBANDO CAÑA

Agustín Lara, a 30 años de su ausencia

Para el maestro

Memo Salamanca

 

Ernesto Márquez Ť La mitología laresca -como la gardeliana- empieza por los linderos oscuros de su biografía y se enreda en la medida que es alimentada por sus fervientes admiradores. El tema de su origen ha sido materia de la polémica más empecinada. Unos aseguran que nació en el D.F., otros que en Puebla, Orizaba o Guadalajara, y él, que en Veracruz.

Agustín Lara aseguraba haber nacido el 30 de octubre de 1900 a orillas del Papaloapan, en la ciudad de Tlacotalpan, cosa que nadie le refutó en vida, pero nada murió y aparecieron por doquier documentos con otra fecha y otro lugar de nacimiento.

Fue Jacobo Zabludovsky quien alborotó el gallinero cuando días después del fallecimiento de Lara, el 6 de noviembre de 1970, mostró por televisión, y en cadena nacional, el acta verdadera del compositor en la cual se asentaba que había nacido en la ciudad de México, D.F., el 30 de octubre de 1897, tres años antes de lo que Lara había sostenido siempre.

La noticia, desde luego, cayó como bomba en la tierra jarocha que de inmediato calificó de apócrifo el documento y con prosaica alvaradeña tachó de mentiroso al periodista. Pero Zabludovsky mostró la copia legalizada con todos los datos y señales de autenticidad.

Sin embargo, infinidad de voces se manifestaron en el sentido de que si Lara había decidido ser jarocho debería respetarse su persistente voluntad de serlo, aun en el caso de no ser cierto. Y muchos estamos de acuerdo porque, aun cuando se haya comprobado "oficialmente" su lugar de nacimiento, uno no es de donde haya llegado a la vida, sino de donde se haya arraigado al amor, como dijera Antonio Machado. Además, según pesquisas bibliográficas y consultas realizadas a fuentes bien enteradas, Lara nunca comentó ser chilango. El siempre afirmó: "...he nacido rumbero y jarocho, trovador de veras".

El flaco demostró que su origen y condición veracruzana no sólo era una ocurrencia expresada en una canción. Lo rumbero y lo jarocho le brotaba por todos los poros. Su carácter mezcla de bullanguería, arrebato pasional y optimismo, así como parte de su obra musical plena de caribeñidad así lo confirmaban.

Las guarachas, rumbas, sones, claves, habaneras y canciones criollas que en su momento creó fueron inspiradas por ese trópico ardiente, ese aire sotaventino que insufló tempranamente en su inspiración canciones como La cumbancha, el más popular de sus sones; La clave azul, tan popular como el anterior y en el cual cita al Son del Marabú, grupo musical creado por él exclusivamente para tocar sus composiciones "tropicales"; Copla guajira, bellísimo canto a la guitarra guajira; Caña brava, referente a los cañaverales veracruzanos; Piénsalo bien, dedicado a una linda trigueña jarocha que no se animaba a darle el sí; Tirana, consecuencia de la anterior; Noche criolla, a las noches de bohemiada en puerto, y el Lamento jarocho, que no necesita de explicación, todas ellas son muestras de ese rumbero que llevaba dentro.

Los jarochos nacemos con un cascabel

"Nosotros los jarochos nacemos con un cascabel en el corazón -escribía Lara en una inacabada autobiografía-. En mi caso nací con la música por dentro, no se como llegó a mí, lo que sí sé es que tengo la imperiosa necesidad de echarla para afuera(...) Cuando estoy inspirado, produzco canciones como quien imprime un periódico. He hecho canciones de todo tipo y en todos los acordes musicales, creo que lo único que me ha faltado por hacer es una sinfonía... ya habrá tiempo".

Pero no lo hubo. Lara falleció a causa del cigarrillo. Antes de expirar tuvo aliento para decir en un hilo de voz: "Si pudiera volver a vivir algún momento de mi vida, elegiría aquel en el que convertí al mundo en una dulce mentira, una metáfora..." Quizá en alusión a lo que ahora se discute.

Dos años antes, con motivo del 68 aniversario de "su" natalicio, Agustín viajó a Tlacotalpan para celebrarlo. El recibimiento que le brindó su pueblo fue grandioso. El piso estaba cubierto de flores hasta el zócalo; habían cerrado las escuelas y los comercios y todas las autoridades políticas del estado se dieron cita. Dicen que a pesar del cáncer ya declarado que lo llevaría a la tumba, el músico-poeta gozó "como loco" de la recepción. Bebió y cantó hasta la madrugada y en plena euforia declaró: "Aquí nací y aquí nazco y vivo mil veces".

En Veracruz, Agustín se sentía feliz. Era su casa, su tierra adorada. Era quizás el único sitio donde se sentía a gusto. Transitaba por las calles sin que nadie se atreviera a molestarlo. Visitaba las tiendas como cualquiera; comía en los restaurantes al aire libre y no era raro verlo en los portales, tomando coñac y jugando dominó tranquilamente con sus amigos Ruíz Cortines, Beto Avila, Carlitos López y el Popochas.

A Lara le fascinaba pasar largas temporadas en el puerto. Allí tenía una casa frente al mar, en Costa Verde. Una residencia cómoda que le había regalado el Congreso del estado como muestra de admiración y gratitud. En ella, se relajaba y componía. Por las noches gustaba de ir al museo agustin lara Hotel Mocambo o Villa del Mar a bailar danzón, del que decía ser todo un maestro. Había que verlo, elegantemente vestido de blanco, lucirse como torero en plaza llena bordando con elegancia de matador lo que mandaba la orquesta. La gente le rodeaba para observarlo con atención en su devaneo danzario y al terminar le ovacionaban como si hubiera cortado rabo y oreja.

Era tanta su devoción por el baile que él mismo arregló algunos de sus más célebres boleros a tiempo de danzón, con tanto éxito que en la actualidad son más conocidos como tales que como boleros.

Su última voluntad fue que lo cremaran y que las cenizas -"si es que llego a tener cenizas"- fueran esparcidas frente al mar que lo vio nacer bajo la luna de plata. Pero tal deseo no fue cumplido porque según el consenso generalizado Lara merecía el descanso eterno al lado de los más ilustres mexicanos, así que sus restos fueron a dar a la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Dolores.

Los asistentes a la solemne ceremonia -que de eso se trataba- escucharon con recogimiento una evocación fúnebre. Acto seguido, la Orquesta de Solistas de Lara, interpretó algunas de sus melodías más ponchadoras y, por supuesto aquellas de corte caribeño. Al conjuro del ritmo la gente empezó a agitarse y a mover cintura y caderaje entre y sobre las tumbas de los próceres del pensamiento mexicano. Así fue despedido el gran Agustín, al estilo jarocho. Porque, él es de esa estirpe.

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