La Jornada Semanal, 5 de noviembre del 2000
 
Mani*
 
 
 
Francisco Torres Córdova

 

Desde ayer sopla un viento vigoroso y frío. Las montañas que se levantan a un costado del pueblo amanecieron ligeramente nevadas. Sus cimas parecían encajarse en un cielo intenso, casi muscular.

Aquí no ocurre nada. Sólo esta luz que lo acaricia todo. En el campo crecen casi abandonados los olivos. Las horas pasan. Si sale uno a caminar descubre, al pie de las montañas o entre las colinas, grupos aislados de casas en las que no parece vivir nadie. Están ahí, apartadas torres de piedra envueltas en una insólita paz. Por otro camino se llega al pequeño puerto cuya bahía se abre lentamente a las aguas del Egeo. Dos o tres kilómetros después, la cercanía del mar devuelve transformada la sequedad del paisaje. Hay algo brusco aquí que sin embargo se contiene. Y es acaso ese equilibrio difuso lo que adormece los miembros y los recuerda. Las calles están vacías. Es la hora de la siesta.

Más tarde, en la única cafetería del puerto, se reúnen algunos lugareños. Los altos ventanales se empañan con las voces. A la distancia, la espesa mancha del mar se recorta en las colinas que forman el litoral. En un rincón, sentada en el borde de la silla, una vieja vestida de negro dormita apoyada en su bastón. Cada persona que entra la saluda y ella abre grandes sus ojos delicados y responde con una sonrisa. Luego llegan algunos niños. Se enciende la televisión y sus cuerpos y miradas se encandilan. Frente a una copa de cognac, cerca de la puerta, sigo el lento tejido de las sombras conforme cae el sol hasta que desaparece el horizonte. En esa sencilla rutina el planeta confirma que se mueve, y las voces de la gente en la cafetería tienden su cálido rumor. De pronto es extraño estar aquí, con los pies fríos y tan suavemente llevado por ese enorme movimiento silencioso. En eso, la puerta se abre con brusquedad y un hombre joven entra saludando a voces. Cuando le llega el turno a la vieja levanta aún más la voz:

–¿Cómo estás, tía? –le dice.

Ella lo mira unos segundos y con una sonrisa que descubre sus encías le responde:

–Aquí, sentada.
 
 
 

 
 
 
* Península del sur del Peloponeso, Laconia, conocida por su paisaje rocoso y árido y famosa por su resistencia al dominio turco
Foto: paisaje de Laconia