DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Bárbara Jacobs Ť
Mujer a tierra
A la entrada del sueño, una mano sostiene un candelero y una vela. El acento, chileno, Perlita al volante, una mujer inclinada hacia el parabrisas, menuda y vieja, un listón color de rosa sujetando un escaso mechón rojizo y rizado, vestida de fiesta en la noche clara, la calle flanqueada por sauces, empinada. El cuentista a nuestro lado sonreía, Ƒdiré que bajo la luna nueva? Que él no temiera por su vida me relajó a mí a pesar de las alarmas de Perlita. "ƑCaeremos en el canal?", se pregunta en voz alta al tiempo que insulta al conductor de la ambulancia que nos rebasa. "Despacio, Perlita; con cuidado", el esposo ruso, a su derecha. A pesar de que el canal fuera la avenida, y de que el recuerdo de dos viejos de un cuento de Bontemps irrumpiera en mi pasividad de pasajera y extranjera, con el desenlace de su decisión de conducir el viejo auto, en el que se meten con sus mejores vestidos, directamente al río precipicio abajo antes que enfrentar las deudas y morir de muerte natural, reí aunque estremecida, la perspectiva de morir en un accidente que podía haberse evitado, el motor enronquecido de mi reacción espontánea. En todo caso, sí, antes que morir de muerte natural, imaginaron también tres niños chilenos al reflexionar sobre la vejez, una cana, la señal precipitante para cortarse las venas. "A pesar de todo", comenta nuestro cuentista, a salvo sobre la acera, con los dos pies en la tierra tras dar un portazo leve a la portezuela; "lo solicita, y le renuevan la licencia para conducir". ƑPor qué me sacudió la risa en el asiento de atrás, y aun al seguir a pie a nuestro anfitrión que abría la reja sin llave y atravesaba el patio con macetas de piedra y plantas de un verde oscuro, reflejo del tipo de esperanza que puedes albergar?
La mano era de hombre, el candelero, plateado; la vela, un cirio encendido, chorreante al cruzar el umbral de la vigilia. En pleno estado de sueño, un recuerdo suplanta a otro en una carrera despiadada en pos de la figuración protagonista. Buscaba algo que comprar en la Avenida Tres de Milán, de comercios más bien pobres. Toda una cuadra de perfumerías y lencerías, de vitrinas opacas y angostas. Luz, más luz, pediría, la nariz contra el vidrio ante colecciones viejas de perfumes, un frasco en forma de cuerpo de mujer, otros de formas infrecuentes, y de combinaciones de colores poco usuales, café y azul. Bueno, y de nombres marginales, "Huit jours". ƑCómo pedir ropa interior en italiano sin ruborizarte? No debían verse los tirantes. ƑSin tirantes? Lucubraciones más atormentantes que frívolas, en una mente acostumbrada a pensar menos en el uso de los tirantes invisibles que en su desaparición. Hay sustitutos, que no conoces, me recriminaba en silencio cuando oímos que se acumulaba la gente del otro lado de la puerta, y que se alzaba una exclamación común de angustia, asombro, inquietud, dolor, una especie de Ay, sostenido, que la dependienta y yo interpretamos como un llamado tácito. Sobre el río de la Avenida, una mujer. ƑQué pasa? Tendida, boca arriba, con la falda cubriéndole las rodillas, pero arrugada. Su bolsa, a su lado, sola, el asa o la correa con vida propia como para haberse zafado del hombro de la mujer caída, o de la sujeción del puño de una mano blanca, joven, que yacía quieta, probablemente fría contra el cemento por desgracia de un gris no llamativo. Las fragancias, en el cesto de las búsquedas más llenas de remordimientos en un momento como ése, ante una mujer tendida, inconsciente, a los pies de una multitud sorprendida e ineficaz. El impulso de acudir en su ayuda, frenado. La ambulancia tendrá que rebasar el auto de Perlita que corre o marcha con excesiva suspicacia años más tarde, a una distancia sólo salvable en sueños de emergencia.
En cuclillas, junto a otra mujer caída en otra ciudad y otro tiempo, anterior y posterior a la vez, se trata del barrio chino de Mexicali, conocido como La Chinada. El zapato, sin duda arrojado del pie por el propio estremecimiento del tobillo de pronto fracturado. Era el mediodía, hacía calor. La atracción del bien entrelazada con la atracción del mal. Pasa la mano sobre la fractura de las apófisis inferiores o meléolo de la tibia y el peroné a cada lado de la garganta del pie, en este caso, derecho.
El sueño avanzaba, sin solución de continuidad que no fuera la de un común denominador u otro, es decir, la mujer en peligro o como peligro, o el peligro de las ciudades, contra la tranquilidad del campo al que canta el mesero del bar del Hotel Los Españoles en Santiago de Chile. Quiere que los extranjeros conozcan Concepción, añora los lagos, la vista de los patos seguidos por sus pequeños patos. El tono de su voz es agudo y sostenido. Muy diferente, en todo caso, del que sostiene el chino, los brazos cruzados y las piernas abiertas, clara postura de desafío, cuando nos pregunta, a la entrada de uno de los pasajes que conducen a la ciudad subterránea de La Chinada, qué estamos haciendo ahí. Imposible defendernos al definirnos, no sólo como mujeres, sino como poetas, cuentistas, grabadoras o lo que fuera que agrupe la Red de Lunas que me paseaba por la ciudad.