DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000
MAR DE HISTORIAS
Impaciencia del corazón
Ť Cristina Pacheco Ť
Consuelo permanece en el umbral de la habitación mientras se habitúa a la penumbra. Hace un gesto desconsolado al ver que Imelda ocupa la misma silla, junto a la ventana, donde la dejó la noche anterior.
-ƑNo te acostaste?
-No me dio sueño.
-ƑPuedo pasar?
-Ya estás adentro, Ƒno?
Consuelo decide ignorar el tono áspero de su cuñada y, aunque sabe que ella no puede verla, le sonríe:
-Son más de las once. ƑNo se te antojan unos golletes? Quedaron bastantes y todavía están bien suavecitos.
-No tengo hambre. Déjame -Imelda alarga la mano y toma la botella de aguardiente que está en el pretil de la ventana. Bebe un trago y adivina que Consuelo la observa-. Estoy tomando y Ƒqué? ƑTambién eso te molesta?
-No. Tú puedes hacer lo que quieras. Pero me da pendiente que te nos vayas a enfermar.
-Ojalá me muriera -Imelda se limpia los ojos con el cuello de su blusa-. ƑPor qué no te vas?
-No quiero que estés aquí, sola, pensando cosas tan feas.
-Por favor... -suplica Imelda.
De puntitas, con las manos por delante para no tropezar con los muebles, Consuelo se encamina hacia la ventana y con un movimiento muy suave aparta la cortina. Al sentir la luz, Imelda se cubre los ojos:
-Oyeme, Ƒqué haces? -cuando vuelve a imperar la oscuridad Imelda suspira aliviada-: Me duele tanto la cabeza.
-Pero cómo no, si llevas aquí desde el domingo, tomando y sin comer -Consuelo baja el tono de voz-. No estuviste con nosotros para recibir a las pobrecitas ánimas solas. Este año eran hartas. Luego llegó la familia. Los abuelos y los papás se fueron tristes de no verte, por más que yo les dije...
-ƑQué cosa? -Imelda se endereza y espera la respuesta de Consuelo-. Que estoy maldita, Ƒverdad?
-ƑCómo crees? -Consuelo se hinca frente a Imelda-. Nada más les recordé que tu hijito Nicolás murió, que tienes mucho pesar y que por eso no saliste a recibirlos.
-ƑTe dijeron si han visto a mi niño?
La pregunta sorprende a Consuelo, y para ocultar su desconcierto pide permiso de encender una lámpara. Imelda agita las manos con desesperación:
-No, déjame así. Quiero sentir lo que siente mi niño que está solito, esperando, en medio de la oscuridad.
-No sabemos cómo esté, no sabemos nada -Consuelo adopta un tono supersticioso-. Lo único cierto es que debemos darles tranquilidad a nuestros difuntos, y si el Nico te ve así, Ƒcrees que pueda estar en paz? Claro que no. Andale, anímate.
-Por Nico, por mi niño, sí -Imelda se frota el cuello-. ƑQué día es hoy?
-Sábado.
-Sí, pero Ƒsábado qué?
-Cuatro.
-ƑApenas? O sea que falta un montón de días para que vuelva a ser noviembre -Imelda suspira-. ƑTe has fijado?: si estás contenta quisieras que los minutos se alargaran; pero si andas sufriendo los instantes se te vuelven siglos.
-Dime qué quieres, cómo puedo ayudarte.
-ƑSabes qué me gustaría? Quedarme aquí, dormida, y despertar cuando fuera otra vez el primero de noviembre.
-Ay mujer, sabes que eso es imposible -Consuelo cambia a un tono optimista-: Mejor prepárate para recibir el alma de tu hijito el año que entra.
-ƑTe imaginas cuánto habrá crecido para entonces? -por un momento Imelda recupera la alegría-. Y a ver si me reconoce.
-Para eso debes cuidarte mucho, arreglarte como antes, cuando salías a pasear con él en brazos.
-Sí, tienes razón -Imelda se ordena la ropa y luego alarga la mano hacia la botella-. No te preocupes. Es el último. ƑTú no quieres un traguito?
-Nomás por acompañarte, pero luego me dejas que te traiga de comer.
-Luego, luego...
II
La luz del mediodía se filtra a través de la cortina. Imelda se remueve en la silla y murmura algo que Consuelo no alcanza a comprender.
-Aquí estoy, no te preocupes. Dormiste un buen rato. ƑYa te sientes mejor? -la respuesta que obtiene es un largo gemido de Imelda-. ƑPor qué lloras?, Ƒte sigue doliendo la cabeza?
-Soñé que me condenaba. Y tengo miedo, mucho miedo.
Apresuradamente Consuelo se acerca a su cuñada. Luego descubre, en el pretil de la ventana, la botella vacía.
-Por tomar tanto, Ƒves lo que se te ocurre?
-No estoy borracha, lo soñé.
-No te asustes, ya sabemos que no todos los sueños son ciertos.
El tono conciliador de Consuelo exacerba la angustia de Imelda.
-Tienes que creerme, tienes que ayudarme para que Dios me perdone -Imelda echa el cuerpo hacia adelante y mira en todas direcciones-. Fíjate si nos está oyendo.
-Pero si estamos solas.
-De todas maneras, vé a ver si hay alguien detrás de la puerta.
Resignada, Consuelo obedece:
-Te lo dije: no hay nadie. A ver, Ƒqué tienes qué decirme?
-ƑTe acuerdas de cuando al Nico le dio el último ataque?
-Pero cómo no. Se me partía el corazón nomás de oírlo llorar.
-Llamé al doctor Morales.
-ƑQuién más hubiera podido atender al Nico? Nadie. Ese hombre deveras que hace milagros.
-No es cierto.
-ƑCómo puedes decir eso? A todos nos consta la de veces que batalló para conservarle la vida a tu hijo.
-Esta vez yo no quería.
-ƑQué?
-Que viviera.
-No sigas diciendo locuras.
-Es la verdad. Se lo dije al doctor. Si no me crees, pregúntale.
-ƑPara qué? Te creo y te entiendo: en ese momento estabas tan desesperada que decías cosas sin pensar.
-No. Te equivocas. Lo pensé bien antes de suplicarle al doctor que dejara morir a mi hijo.
-Te conozco y sé que eres incapaz de desearle la muerte a nadie.
-Pero a mi hijo sí, porque sabía que era la única forma de volver a verlo pronto -Imelda ve la expresión aterrada de Consuelo-. ƑPor qué me miras así? Te parezco un monstruo, Ƒverdad?
-No, pero no te entiendo.
-Si mi hijo hubiera muerto aquel domingo 2 de julio habría podido regresar con las ánimas chiquitas este primero de diciembre. Ahora tendré que esperar un año. ƑPor qué?
-Es la ley de los muertos. El camino desde su valle hasta acá es muy largo para que lo emprenda solo un niño tan chiquito como Nicolás: podría perderse y no volver nunca. En cambio, para el año que entra ya estará más grande, más despierto, y dará luego luego con la casa. ƑMe comprendes?
-Sí, claro. Sólo dime: Ƒde dónde sacaré fuerzas para aguantarme tanto tiempo sin ver a mi hijo?
-De la esperanza, Ƒde dónde más?