DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Antonio Gershenson Ť
Herencias sexenales
Hemos visto cómo regímenes salientes pueden dejar a los que le siguen diferentes tipos de herencia, algunos de ellos muy pesados. En 1988, el sexenio de De la Madrid dejó a Salinas la herencia política de un fracaso electoral, al que luego se quiso remediar con la famosa "caída del sistema" y sus secuelas de un fraude electoral de última hora, que no se había preparado por la confianza de los gobernantes en que de todos modos iban a ganar de calle, y "por las buenas".
El sexenio de Salinas, a su vez, deja una pesada herencia económica: se había convencido al mundo y a muchos mexicanos de que el país progresaba de manera sólida y eso no tendría interrupción; pero pocas semanas a partir del cambio de gobierno bastaron para que empezaran las devaluaciones, luego la crisis, el freno a la economía, el aumento del IVA y la contracción del mercado interno...
El sexenio que ahora termina también deja herencias pesadas. La de la enorme deuda pública, producto de sumar la deuda reconocida como tal, los programas de inversión diferida y la deuda del Fobaproa-IPAB, es una de ellas, aunque no se ha visto todavía cómo y cuándo se expresará de manera explosiva. Pero hay otra herencia que, sin esperar al primero de diciembre, ya se está expresando: la herencia social, la enorme cantidad de frustración reprimida y acumulada, la caldera con una presión creciente a la que se trata de frenar con un taponcito de corcho, y a veces ni eso.
Movimientos en grandes organizaciones sindicales, como las de los electricistas, los petroleros, los maestros y ahora los empleados federales en general, son ejemplos más visibles que otros, que los que se dan sólo en la provincia o en una empresa pequeña, pero que también ahí están.
Varios de estos movimientos ya existían antes de las elecciones de julio. Por ejemplo, el de los electricistas tuvo expresiones públicas por lo menos desde 1998, con motivo del intento de reforma constitucional para vender la industria eléctrica pública.
Pero todos esos movimientos, a partir del 2 de julio cobraron mayor fuerza, dado que esa elección significaba el principio del fin de los aparatos de control corporativo. La derrota del PRI significaba que ya no habría continuidad automática en el apoyo gubernamental a las estructuras de control sindical, y para mucha gente, donde antes el temor al despido o a otras represalias era suficiente para no moverse, ahora el movimiento es cada vez más general.
Es pronto para prejuzgar sobre la actitud que asuma el nuevo gobierno ante este movimiento sindical reactivado. Pero es claro que no existen los fuertes lazos, los nexos construidos a lo largo de décadas, los favores clientelares y los apoyos agradecidos de los líderes, a veces ya octogenarios o nonagenarios. Por lo menos, esto es lo que perciben muchos petroleros, electricistas y otros al actuar sin el temor al despido o a alguna otra sanción.
Esta herencia, este regalito del régimen que termina, tiene ventajas para el que lo obsequia: no requiere de mucho esfuerzo, basta con no hacer nada. Basta con negarse a escuchar las crecientes voces y los reclamos, con decir que no y que no, por lo menos durante el tiempo suficiente. Con ello, tendrán luego otra ventaja: el poder lanzar, como lo hicieron los portavoces de anteriores sexenios, el clásico "yo no fui".