LETRA S
Noviembre 2 de 2000
Derechos sexuales, el nuevo impulso de la sociedad civil
 
 

ls-besoRICHARD PARKER

 

Durante la mayor parte del siglo XX, se ignoró ampliamente a la sexualidad humana como tema de reflexión e investigación social. Quizás porque la experiencia de la sexualidad está tan íntimamente ligada a nuestro cuerpo, a nuestra existencia biológica, resultó relativamente fácil relegarla como tema al ámbito de las ciencias biomédicas. En ese campo, el tema del sexo se tornó el centro de oscuros tratados médicos o de prácticas psiquiátricas restrictivas, pues se le suponía muy poco relacionado con los problemas más cruciales e inmediatos de la vida social. De hecho, fue sólo durante las últimas décadas del siglo XX cuando un análisis político y social más amplio comenzó a sustituir a aquella marginación de la sexualidad y a su sumisión frente a la observación biomédica y al poder que de ella se derivaba. Fue únicamente durante la década que va de la mitad de los ochenta a mediados de los noventa, cuando empezó a darse la expansión de las investigaciones sociales sobre la sexualidad.

Son complejas y diversas las razones de esa reciente explosión de investigaciones sobre sexualidad en las ciencias sociales. Tienen, obviamente, mucho que ver con un amplio conjunto de cambios que se producen en el campo de las ciencias sociales en general, en la medida en que disciplinas como la Historia, la Sociología y la Antropología, luchan por encontrar nuevas formas de entender los cambios acelerados que se dan en el mundo. Mientras tanto, quizás lo más importante es que esa creciente atención que se brinda a la sexualidad como foco de análisis, está dictada por un conjunto de movimientos en la sociedad misma. Esto se puede entender, al menos parcialmente, como consecuencia de los cambios sociales de largo alcance que comienzan a darse en los sesenta, y de modo particular, de los crecientes movimientos feministas, gays y lésbicos que surgen en esa década y que representan una de las más importantes fuerzas de cambio social en las dos décadas siguientes.

Al tiempo que movimientos como el feminismo y el lésbico-gay muestran una importancia crucial al llamar la atención sobre cuestiones de género y sexualidad durante las últimas décadas, la creciente preocupación internacional sobre asuntos como el crecimiento de la población, la salud reproductiva de hombres y de mujeres, y tal vez de manera especial, la emergente pandemia de VIH/sida, se entrecruzó en buena parte con las agendas de inves-
tigación confeccionadas en torno a cuestiones feministas y lésbico-gays. Aunque algunos sectores conservadores hubiesen preferido dejar de lado las cuestiones relativas a la sexualidad y a los derechos sexuales por la pretensión de que eso sólo concierne a minorías progresistas (o pervertidas), las implicaciones sociales más amplias de cuestiones como la población, la salud reproductiva y el sida han garantizado, en gran parte, que el estudio de la sexualidad y sus dimensiones políticas y sociales surja, necesariamente, como el punto central de muchos debates importantes que se dan en la sociedad a finales del siglo XX.

Como una consecuencia de esos diversos movimientos y tendencias, la investigación social sobre género y sexualidad, y su relación cada vez más marcada con la salud, creció enormemente en los países de todo el mundo. En la medida en que las complejas dimensiones políticas y sociales de la relación entre sexualidad y salud se aclararon, las intervenciones con fines preventivos --con el objetivo de responder a los riesgos de la infección por el VIH, a los problemas de la violencia sexual, del embarazo no deseado y de otras cuestiones relacionadas entre sí--, se volvió central en la práctica de la salud pública. Sin embargo, el impacto de tales intervenciones, tanto locales como globales, fue relativamente limitado a pesar de los crecientes recursos humanos y financieros utilizados.

Las fuertes limitaciones que enfrentamos en nuestra capacidad de respuesta a las fuerzas políticas y sociales que hoy vinculan sexualidad y salud, se relacionan con nuestra incapacidad de situar la cuestión de la sexualidad dentro de una estructura más amplia de los derechos humanos --nuestra incapacidad de desarrollar un concepto positivo de los derechos sexuales que pueda rebasar divisiones sectoriales y querellas locales, y servir de base al mismo tiempo a una práctica de salud pública recién transformada por su relación con la sexualidad y la salud sexual.

A pesar de los esfuerzos continuos del movimiento internacional de las mujeres y del movimiento mundial de gays y de lesbianas (mucho menor este último, pero no menos importante), a mediados de los noventa todavía era imposible desarrollar un abordaje afirmativo y positivo de los derechos sexuales en el contexto más amplio del movimiento internacional de los derechos humanos. En la mejor de las hipótesis, conseguimos enfocar la opresión y la violencia (bien reales y poderosas) que padecen las mujeres en todo el mundo (así como las minorías sexuales, aunque esto no se enfatiza claramente), con el propósito de promover lo que pudiera describirse como una respuesta "reactiva" al problema de las víctimas sexuales. Fallamos en la intención de construir una idea más afirmativa y emancipadora de los derechos sexuales con relación a la salud sexual. Es preciso ahora unir indivisiblemente derechos sexuales y salud sexual, dejar atrás una mera definición médica o técnica, y hacer que esta idea asuma la forma de un problema social fundamental para cualquier noción de salud, bienestar y dignidad humana.

 

Profesor asociado de Salud Pública en la Universidad de Columbia y profesor de Antropología Médica y Sexualidad en la Universidad Estatal de Río de Janeiro. Presidente de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida (ABIA).
Tomado de la ponencia presentada en el Seminario: "Diversidad sexual, derechos humanos y ciudadanía en el Perú", Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Septiembre de 2000.