Stephen Goldstone, médico neoyorkino especializado en padecimientos ano-rectales, es categórico en sus aseveraciones: "Cada vez que se presenta un paciente con una fisura, una fístula anal o un problema de hemorroides, mi primera respuesta a sus temores es la siguiente: Esto no te lo provocó una práctica de sexo anal, sino algo muy distinto: las disfunciones del tracto gastrointestinal, el estreñimiento, el estrés, o un leve desgarramiento anal provocado por un tránsito difícil de las heces fecales." Y no sólo eso. A muchos pacientes gays este médico les recuerda que una repetida exposición al sexo penetrativo los vuelve incluso menos propensos a estos padecimientos, excepto cuando dicha práctica se realiza sin lubricación.
La mayoría de los trastornos anales son totalmente inofensivos, pero su atención se dificulta o complica por la reticencia de muchos pacientes a que un médico, o una enfermera, les explore una región tradicionalmente cargada de tabúes. Por ello sigue siendo difícil promover exitosamente el examen de la próstata, el cual implica una exploración táctil del recto, o la identificación oportuna de verrugas anales, que impediría su proliferación y facilitaría su tratamiento oportuno. El temor de padecer una enfermedad "vergonzosa" en una región comúnmente asociada con la suciedad física (las heces), lo pecaminoso (la culpa religiosa), o los traumas psicológicos (frustración = retención anal), hace que cualquier trastorno anal, por inofensivo que sea, se asocie casi de inmediato a una enfermedad de transmisión sexual.
¿Le pesa estar sentado sin poder hacer nada?
Las hemorroides son el padecimiento anal más común, para el que existe en las farmacias una gran variedad de medicamentos, y en torno al cual se tejen más bromas y lugares comunes (padecimiento de conductores de taxi, de cajeras de metro, de recepcionistas y secretarias). En su definición más sucinta y pintoresca, las hemorroides o almorranas son las varices del ano --venas inflamadas que llegan a sangrar y a provocar dolor en las evacuaciones, y que a menudo requieren para su extirpación de una pequeña intervención quirúrgica.
Síntomas muy parecidos hacen pensar en otro padecimiento, muy doloroso también, aunque menos común: las fisuras anales. Estas las provocan el estreñimiento, los esfuerzos para evacuar, e incluso el estrés prolongado. Se trata de pequeñas heridas al borde del ano, desgarraduras que pueden agravarse con la penetración sexual o con escarceos eróticos preliminares en los que intervengan las uñas o los juguetes sexuales. Cabe señalar que el problema mayor de estas fisuras, como el de cualquier otra lesión ano-rectal, es que el área afectada queda totalmente expuesta a un rápido contagio por cualquier virus, bacteria u otro agente infeccioso.
Existe un padecimiento todavía más delicado. Cuando una infección bacteriológica invade las glándulas situadas en la parte interna del ano, se produce una severa inflamación que secreta pus y que recibe el nombre de absceso. Los síntomas son un dolor muy agudo, fiebre ocasional, y la secreción de líquido purulento. Una vez drenado el absceso, la infección puede todavía abandonar el canal rectal, buscar a través de la piel una salida, horadando los tejidos, y formar allí un punto de drenaje conocido como fístula, misma que podrá ser eliminada con una intervención quirúrgica.
¿Cómo comenzó lo que aún no termina?
Los padecimientos antes señalados tienen una solución a la mano, o debiéramos decir, al simple tacto --con intervenciones de eficacia ya probada. Existen otros, sin embargo, mucho más rebeldes, y en ocasiones malignos, cuyo origen es viral y no sólo bacteriológico. En primer término figuran las llamadas verrugas anales, que hombres y mujeres pueden contraer por contacto sexual desprotegido. Se trata de condilomas o pequeñas protuberancias identificables a la vista o al tacto, pero que al no atenderse oportunamente pueden multiplicarse y pasar de la región anal a invadir el recto hasta justificar una operación --una extirpación por congelamiento, muy similar a la aplicable a las hemorroides. Estas verrugas son contagiosas, y al estar ocasionalmente presentes en el pene, pueden transmitirse a la mujer, exponiéndola a complicaciones mayores como el cáncer cérvico-uterino. Es un consejo recurrente que las personas realicen, con ayuda de un espejo y luz suficiente, auto-exámenes periódicos para verificar que la región anal esté libre de cualquier protuberancia anormal, de tejido inflamado, o incluso de sangrado leve. Por lo general, el dolor en las evacuaciones y la presencia de sangre en el papel higiénico es señal oportuna para acudir a un médico especialista.
Existe otra infección rebelde, más común de lo que se piensa, y cuyo carácter crónico e incurable la convierte en una pesadilla para quien la padece: el herpes genital, particularmente agudo cuando se localiza en la región anal. La mayoría de las personas asocia a la lesión herpética con el calor; incluso cuando se produce en los labios recibe el nombre de "fuego". El herpes genital se contagia por contacto sexual desprotegido y sus síntomas y recurrencias son muy similares a los del herpes labial o herpes simplex. El proceso inicia con un escozor (ocasional) en la región anal, sigue luego la irritación o inflamación del tejido que rodea el ano, y la formación de una o varias lesiones pequeñas que producen un malestar continuo, agudizado por el frote de las mucosas anales al caminar. Como en cualquier otro proceso herpético, las lesiones cicatrizan al cabo de un tiempo determinado (de una a dos semanas), para producirse de nuevo al presentarse condiciones propicias (calor excesivo, exposición al sol, defensas bajas, etcétera). Los antibióticos, en particular el aciclovir, ayudan a espaciar las crisis y a disminuir la intensidad de las molestias.
Cuando la lesión se encuentra activa, es decir, durante su formación y antes de su cicatrización completa, la transmisión puede darse con relativa facilidad de la boca al pene, del pene a la vagina o al ano, y del ano y la vagina nuevamente a la boca en un círculo infeccioso en el que participan la penetración no protegida, el sexo oral y el contacto directo con la mucosa anal. El uso del condón y del parche de látex son, hasta el momento, las protecciones más eficaces.
Algo esencial es evitar una reacción paranoica frente a algún síntoma que pudiera sugerir una enfermedad de transmisión sexual en la región anal. La presencia de sangre en las evacuaciones puede, en un caso extremo, delatar un proceso cancerígeno, pero por lo común sólo es señal de padecimientos benignos, fácilmente atendibles. En todo trabajo de prevención es preciso desterrar las nociones que afiancen tabúes y promuevan sentimientos de culpa, o lugares comunes que hagan suponer que los padecimientos anales sólo afectan a los hombres homosexuales y rara vez a mujeres u hombres con prácticas heterosexuales. La identificación temprana de cualquier proceso infeccioso facilita un tratamiento eficaz y oportuno. Vencer el temor y los falsos pudores, practicar una higiene cuidadosa y consultar oportunamente a un médico especialista (proctólogo), son medidas muy sencillas para pasar de los cuidados silenciosos --los baños de asiento y las pomadas automedicadas--, a una comunicación abierta con quien mejor puede ayudarnos a prevenir la persistencia y agravamiento de estas enfermedades.
La Clínica Especializada Condesa, del gobierno
del DF, cuenta ahora con un servicio de proctología. Informes a
los teléfonos 5271-6439 / 5271-6133. Benjamín Hill No.24,
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Fuentes:
Jack Morin, Ph.D. Anal pleasure & health,
Down There Press, 1998.
Daniel Wolf, Men like us. The GMHC complete guide
to gay men's sexual, physical, and emotional well-being. Ballantine
books, New York, 2000.