LETRA S
Noviembre 2 de 2000
Crónica Sero
A Caro Farías, por su Patricio.
Por Luis Gauthier, a su partida.

 

JOAQUÍN HURTADO

 

Aquí andamos, hijo, y qué pena tan muda la del momento que agoniza con nosotros. Toca el horizonte, hijo: tierra toda sierra, quietud y azul cascajo. Helado soplo del viejo páramo sobre tu joven frente. Sudor negro de los huesos alabastros, barrancos disparados al sol vecino.

Y ahora, muchacho, ven y siéntate a escuchar este desierto tan desierto para tantos rezos vagabundos. Ven y oye mis vocales tejidas con el alambre de espinas que son mis feroces días. Hoy te amanecí con la certeza de que en mis tinieblas es verdad sólo la incontable pesadilla. Los sueños no me pertenecen mientras los muertos hagan su ronda en las lentas horas del insomnio. No hables mientras la cera del duelo acabe por arder sobre el charco gélido de mi corazón.

Por aquí bajemos, hijo, y no me preguntes a dónde vamos. Así sabrás de dónde viene el polvo rojo en mis transparentes venas, el mapa blanco en mis gastados labios. De dónde sale la sal salitre de mi polvosa nada. Quiero asegurarme que compartamos la interminable despedida, mientras dure la mano diciéndole adiós a un tren que no acaba por perderse.

Aquí viene la punzada desde la médula de mis clavos espinales. Ahora llega el picotazo tornasol de mis fisuras. No hagas caso de estas mis simplezas ante la alfombra de corolas del rocío. Es sólo que a mí me duele hasta la misma ausencia de dolor. Subamos por esta cuesta y encontremos de una vez lo que no existe y seguro aquí hallaremos: la luna habitando la cañada, las estrellas olvidadas por un borracho, la penca, el silencio, el mezquite que acuna al universo. Mojemos nuestras manos en el venero de agua alumbre que le brota al costillar de la nostalgia. Lávame la cara, los ojos, el llanto que no llega.

Es verdad, Isaac, hijo, nunca escalaré las nerviosas cimas óxido que caminan hacia el tierno amanecer. Y qué pesar el saber que la carne no me obsequia más alturas, más amigos, más veredas. Anda solo que yo te alcanzaré más tarde. Cómo confesarte lo cierto, cómo decirte la verdad que se atora en la garganta.

Pienso, es sólo que hoy hemos venido porque en la vida es necesario ir y venir sin dar explicaciones. Subir y volver sin preguntar. Porque de pronto te das cuenta que no hay nada más importante que el aroma del poleo. O el recuerdo del pirul. O la tapia de callados relámpagos. O el confín rosado del altiplano que amanece. O la memoria. O el amparo del desamparo. O el consuelo de tenernos sólo un ratito para aprender en carne viva la lengua mineral de nuestra muerte.